Todo grupo humano atesora elementos claves que forman su imaginario colectivo y que acaban convertidos en una referencia inevitable generación tras generación. Es difícil saber en qué momento y por qué, la historia de la familia Trapp, convertida en el musical "Sonrisas y Lágrimas" y posteriormente en una película, pasó de ser un espectáculo bien armado a una historia universal, de la que continúan disfrutando familias enteras. Así se pudo comprobar en su estreno en el teatro Campoamor convertido en una celebración intergeneracional de "ingenuidad y encanto".

La versión española que se exhibe en Oviedo no sorprende a nadie. Esto que podía ser un demerito en cualquier otra producción, se convierte aquí en la base fundamental para conseguir un espectáculo delicioso, coherente y nostálgico. Contemplar esta puesta en escena de "Sonrisas y Lágrimas" significa asomarse de lleno a los elementos más clásicos del género y recuperar aquellas claves significativas que le hicieron conquistar Broadway a mediados del siglo XX y luego expandirse por el mundo. El espectador se enfrenta a un viaje arqueológico al maravilloso mundo del espectáculo, entendido éste como el lugar mágico de la diversión y la fantasía.

Con la habilidad de quien maneja con mano firme su oficio, el director de escena, Jaime Azpilicueta, articula su discurso conforme a los principios de la tradición recuperando los telones pintados, la construcción visual de la perspectiva, la forma antigua de las transiciones e incluso la rampa escénica, suprimida de los teatros a finales del siglo XX por las exigencias de la danza. La mezcla de estos elementos, junto con el apoyo fundamental de los efectos lumínicos, le permiten generar una narrativa escénica sin fisuras que no sólo está al servicio de la acción sino que configura momentos de gran belleza en su dinamismo. Todo en la puesta en escena es maravillosamente correcto, desde la dinámica de los actores, hasta las variedades cromáticas, pasando por la recreación de unos personajes tipo cuyo trabajo coral les hace superar ese carácter casi caricaturesco del libreto.

Este equilibrio en la configuración escénica se transmite también al modo de hacer del elenco. El musical supone un esfuerzo extra para el intérprete en ese viaje continuo entre la voz hablada y la voz cantada. Viaje que este reparto de "Sonrisas y Lágrimas" solventa de forma notoria. Una tarea nada fácil dada la importancia que adquiere el habla para muchos de los personajes en el libreto.

Silvia Luchetti resuelve con brillantez el papel principal como "María", evocando cierto parecido a Julie Andrews, pero generando una personalidad propia que ayuda a consolidar la peripecia de la protagonista en baile, canto y actuación. A su lado, Carlos J. Benito, "Capitán Von Trapp"; Noemí Mazoy, "Madre Abadesa"; Loreto Valverde, "Baronesa", y Ángel Padilla, como "Max" sostienen los papeles principales con rigor, fuerza y brillantez en sus voces. Mención merece también, "Liesl", Yolanda García, cuya presencia dinamiza la obra, generando momentos mágicos como el encuentro adolescente que mantiene con "Rolf", Paris Martín. Detrás de todos ellos, hay más de veinte nombres, incluidos los niños seleccionados en Oviedo, que forman un elenco cohesionado y preciso.

Llegar a un nuevo teatro y encarar la primera representación de un espectáculo de este tipo, con más de cien profesionales trabajando, no es fácil. Hubo algunos desajustes en la ejecución musical y de ritmo que sin duda serán solventados a medida que se vayan sucediendo las numerosas funciones que hay programadas para este fin de semana en el Teatro Campoamor. "Sonrisas y Lágrimas" es una oportunidad única para hacer un viaje en el tiempo y contemplar los conceptos clásicos del musical como género. Disfrute de las peripecias de la familia Trapp cobijada bajo idealizadas montañas de azúcar. Ahora sí, vaya con la mirada limpia, invite a su familia, ponga una enorme sonrisa en su rostro y abandone los prejuicios en la entrada. Demasiadas lágrimas hay en la vida, como para arrastrarlas también al teatro.