Quien haya tenido la suerte de escuchar al pianista Juan Barahona en el arco temporal de ochos meses (el 22 de enero actuó en el teatro Filarmónica), no puede eludir preguntarse donde estará el límite en la evolución artística de este joven nacido en 1989. Ya en aquel concierto nos llamó la atención la energía resolutiva que emana de sus interpretaciones y que le permite crear efectos de gran expresividad sin por ello caer en lo melifluo, la gran seguridad sobre el escenario, fruto de la madurez con la que se enfrenta a cada obra, y su total entrega a un público con el que consigue establecer verdaderos lazos de complicidad.

El martes fue el público de los conciertos del claustro del Museo Arqueológico el que buscó la repuesta a la pregunta planteada y la encontró: los límites serán aquellos que él quiera ponerse. Por mi parte, mucho me temo que el tiempo jugará siempre a su favor, pues en menos de un año el crecimiento ha sido abrumador.

Comenzó la velada con la "Sonata en do mayor KV. 330" de W. A. Mozart en el que dio muestras de algo que define a todo gran artista: criterio personal. Las indicaciones de tempo de los movimientos parecen volverse trasparentes en las manos de Juan Barahona, el "Allegro moderato" rubricaba un tempo tranquilo, reflexivo. El "Andante cantabile", de clara inspiración vocal, se deshizo de cualquier efectismo, para convertirse en un verso declamado, un solemne himno. Así, las respiraciones expresivas no finalizan las frases, sino que anticipan el desarrollo del discurso.

Sobre los "Nocturnos" de Chopin el trabajo fue, aún si cabe, más minucioso. Una definición puntillista del contorno melódico en equilibrado juego con la mano izquierda. Y un uso del rubato de gran contenido dramático que en las cadencias parece apoderarse del tiempo.

Fue en "Funerailles" de "Harmonies poétiques et religeuses" de F. Liszt y en "Almería" de la "Suite Iberia" de I. Albéniz donde Juan Barahona abrió las puertas a su imaginación. Hay en su personalidad artística una cualidad sinergética capaz de transformar el caos en orden y definir cada elemento del discurso como si la obra emanase de sí mismo. Una cualidad que en alguien tan joven solo puede augurar una ascendente carrera.