La tarde se ofuscó con una ligera lluvia, pero a las seis y media de la tarde ya llegaba hasta la calle de Jovellanos la cola que arrancaba de la verja de las Pelayas, la cual se abrió 15 minutos después, cuando la hilera de personas rebasaba ampliamente el monumento al ilustrado gijonés, a unos 150 metros. Eran unas 300 almas que esperaban para escuchar a las siete el canto de vísperas en el Monasterio de San Pelayo. La mayor parte eran jóvenes, e incluso había un padre con el carrito de su hijo pequeño.

Las Benedictinas del apreciado monasterio se sumaron a esta segunda edición de la Noche Blanca, como ya habían hecho el año pasado con idéntica expectación y asistencia a su rezo de las Horas. "Formamos parte de la vida de la ciudad y ofrecemos lo que hemos custodiado durante tanto tiempo", comentó a LA NUEVA ESPAÑA, antes del rezo, la abadesa, Rosario del Camino Fernández-Miranda.

Una vez abierta la verja, unos encargados del orden permitieron la entrada de unas 130 personas, las justas para ocupar los asientos y que no se produjeran aglomeraciones con gente de pie en los pasillos. No obstante, hubo clemencia para los referidos padre e hijo, que se habían quedado justo en el quicio de la puerta. Al resto de los expectantes se les invitó a asistir al canto de Completas, a las nueve. Ya dentro del templo, los asistentes fueron prevenidos por otro encargado de que no abusaran de las cámaras de fotos, ya que el rezo de las Hora "no es un espectáculo". En efecto, bajo la mirada de la escultura del obispo Pelayo y a través del baldaquino y la rejería, el público siguió con gran respeto el acto litúrgico.

Pocos minutos antes de las siete, las 27 religiosas pelayas accedieron a la sillería del coro y la abadesa saludó a los presentes: "Las monjas os dan la bienvenida a la celebración de una Noche Blanca, porque la noche no es sede de las tinieblas, sino el vientre materno de un nuevo día, y a esta hora de la tarde nosotras rezamos por la jornada que va a comenzar". A continuación celebró que "el arte, la alegría y la esperanza" fueran protagonistas de los actos.

Cinco voluntarias con túnica color crema -entre ellas, tres estudiantes laicas de Teología- guiaron tras los rezos las visitas al claustro. Las Pelayas fueron estrella de la Noche Blanca.