Si le pudiéramos observar por un agujerito, seguramente le veríamos ahí arriba con un palo pateando al aire, como hacía aquí abajo cuando estaba en el hospital y no le dejaban jugar, empeñado en mejorar su técnica para superar su handicap de 6.2.

Si pudiéramos estar con él ahí arriba, seguramente nos contagiaría su pasión por el golf y nos daría una lección de entereza y positividad, como hizo aquel día otoñal en que cumplió 16 años y le diagnosticaron el tumor que se lo llevó.

Si pudiéramos subir un rato ahí arriba y charlar con él, seguramente nos contaría el día que conoció a sus ídolos en Escocia, y nos resumiría con su habitual sonrisa lo feliz que fue hablando y jugando con ellos, los golfistas Rory McIlroy o Adam Scott.

Guillermo Rico se fue el 26 de diciembre de 2014 por culpa del maldito sarcoma de Ewing en la pelvis que le fue diagnosticado dos años antes. Tenía 18 y una ilusión infinita. Quería estudiar Economía y ser profesional del golf. Quería avanzar todo lo posible en el deporte que le inculcó su padre, Juan. Quería ponerse el guante, salir al green y patear bolas una y otra vez.

Hoy nadie duda de que si Guille estuviera aquí no resistiría la tentación de coger el palo y darle a todas esas bolas que aparecen en la foto y que dibujan su nombre. Ni de que se habría apuntado el primero al torneo benéfico "Amigos de Guille" que empezó ayer en Las Caldas y que pretende homenajear a aquel adolescente de cara aniñada que lo primero que le pedía al padre al salir del hospital era que le llevara a jugar al golf. Entre quimio y quimio practicaba cuanto podía, cuanto le dejaban sus fuerzas: a veces era el swing, otras golpes cortos de approach, otras cinco minutos de put.

Como la vida a veces es cruel y perversa, a Guille le diagnosticaron un cáncer el mismo día de su cumpleaños, como si el destino tuviera derecho a hacerle semejante faena a un chaval. Fue en octubre de 2012 y, como suele pasar en estos casos, fue él quien mejor se lo tomó. "Su fortaleza y optimismo siempre fueron dignos de alabar", dicen sus profesores. Comenzó el tratamiento, ciclos de quimioterapia y radioterapia, hasta que un día de julio de 2013 le llegó la mejor medicina gracias a la Fundación Pequeño Deseo: un viaje a Escocia a conocer a los mejores golfistas. "Disfrutamos de tres días de ensueño. No tengo palabras para describir su felicidad", cuenta su padre.

No tiene palabras, pero tiene fotografías, que valen por mil. Guille con su admirado Rory Mcllroy. Guille en el complejo The Renaissance. Guille en Muirfield, donde entrenaban para el British Open... Fueron tres días, tal vez los mejores de su vida.

Porque desde que se le diagnosticó su enfermedad su vida siguió como si nada le ocurriera. "Así era: optimista y constante", dice su padre. No sólo no dejó los estudios sino que sacó un siete en la Selectividad, superó pruebas universitarias y de idiomas como el Sat y el Toefl y fue admitido en varias universidades americanas que le ofrecían planes conjuntos para estudiar y jugar al golf.

Todos aceptaban a Guille, pero en enero de 2014, antes de decantarse, sufrió una recaída y se matriculó en la Universidad de Oviedo. Iba a clase con "esfuerzo y tesón", hasta que el pasado 26 de diciembre falleció rodeado "del amor y el cariño" de su familia y sus allegados cercanos.

Hoy Guille no está, pero como si estuviera, porque los amigos saben que lo mejor que pueden hacer por él es jugar al golf.