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con nombre propio | fernando alba | Escultor

Nando "el raru" logró ser artista

Fue un preadolescente de pelo largo, demasiado alto y delgado, que no encontraba zapatos de su talla y que decidió ser escultor

"Si fuese hijo tuyo yo también lo mataba pero como ye hijo mío voy a tirar p'alante con él".

Fue la respuesta del propietario del bar Iris, en Las Dos Vías, en la salida de Grado hacia Avilés, a uno de sus parroquianos cuando se cansó de que los clientes le dijesen que su hijo no era como los demás, que qué hacía con aquellos pelos detrás de la barra, El crío era "Nando el raru", un chaval que en la preadolescencia media mucho más que la media y pesaba mucho menos. Un chaval que calzaba un 45 y al que su padre todo los años le compraba unas sandalias de tiras para el verano y unas botas para el invierno, hechos a mano.

Los padres de Fernando Alba, Severo y Clarina, habían tomado el relevo de Olvido y Joaquín, propietarios del bar. Se habían quedado el negocio del bajo, la vivienda del primer piso y la buhardilla. Allí, en el último piso se instaló el chaval. Siempre había dicho que quería ser pintor, que quería ser artista y en el pueblo le miraban raro, pero tenía el apoyo de sus padres.

El bar era el centro de las críticas al chaval pero también el inicio del camino. Por allí paraba un valenciano, Jorge Martínez Jordán, un tallista que enseñó al joven a dar forma a la materia. Ya no había vuelta atrás. Jordán marcó la vida de Alba hasta el punto de que su hijo lleva el nombre del valenciano, Jorge.

Los niños, los hijos. Jorge y Ana, Anuska, vivieron desde pequeños ese impulso artístico del padre. Se enfadaban cuando viajando desde Oviedo a La Folguerosa, en Malleza (Salas), el viaje en coche que tenía que durar hora y media acababa alargándose hasta las tres horas. Por el camino podía aparecer algún tronco en el que Fernando Alba veía una escultura. Paraba el coche en el arcén, se bajaba, buscaba a los dueños del tronco, por mucho tiempo que le llevase, y reanudaba el viaje con el tronco en el maletero.

Alba es así, no tiene horarios porque es incapaz de parar de trabajar. Pese a haberse jubilado ya hace más de una década como profesor de la Escuela de Arte de Oviedo, de la que primero fue alumno, sigue creando en su taller de San Claudio. Se puede acordar de comer a las siete de la tarde y luego seguir trabajando tras meterse una fabada. O puede llamar al interfono de casa de su hija a la una de la madrugada y decir: "Hola, cómo estáis, pasaba por aquí y vi que había luz". Es lo que tiene tener por vecino de calle a un padre artista, O se puede acordar a las doce de la noche de que es el cumpleaños de su nieto Óscar, que acaba de cumplir trece, y no dudar en llamar para felicitarle. No se dio cuenta de que a las doce de la noche de un miércoles lo más probable es que un niño de trece años esté durmiendo, pero claro, el abuelo pensaba que cumplía 14. Óscar es su nieto querido, nunca le ha llevado al parque como un abuelo al uso pero siempre ha estado presente. Lo mismo que con sus hijos que tiran del padre en los momentos difíciles porque "es el mejor psicólogo del mundo".

Un tipo espigado, menos alto de lo que parece (no llega al 1,90 metros), y con un nervio contenido que le ayuda a crear.

Con un punto de mala leche que es difícil sacar pero que se vio a las claras cuando un domingo por la mañana una familiar que vive en Ventanielles llamó a casa y dijo que la escultura de Alba que estaba en el barrio había desaparecido. El artista se disgustó y se cabreó. Para él cada obra es como un hijo, y uno de ellos había desaparecido con nocturnidad y alevosía. La criatura parece que va a encontrar ubicación muchos años después en los jardines de Llamaquique.

Nando "el raru" se convirtió en artista, lo logró, y con tan sólo 22 años tuvo su primera gran oportunidad, una exposición individual en Oviedo, en uno de los locales más recordados y más apasionantes que había en la ciudad: la galería Benedet. Pasó a ser Fernando Alba, escultor, el hombre honesto no sólo con su vida sino con su obra, porque es imposible separar las dos facetas. Un tipo que sigue siendo alto, espigado, que sigue utilizando zurrón de piel y sandalias, que es tremendamente perfeccionista y mide cada milímetro de las enormes planchas de acero corten que utiliza para crear sus obras.

Algunos dicen que no ha tenido en Asturias el reconocimiento que se merece pero a él tampoco le preocupa demasiado, no lo siente así. Ha mantenido ese cierto aire de hippie que ya tenía en la adolescencia y ha logrado que con los años sus hijos recuerden aquellos retrasos en los viajes como un privilegio.

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