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con nombre propio | Ignacio Cuesta Areces | Decano del Colegio de Abogados de Oviedo

El abogado que quería ser filósofo

Nacido en Manresa y criado en Grado, llegó a Oviedo con 10 años y estudió en el Baudilio Arce y en el Aramo junto a sus dos hermanas

El abogado que quería ser filósofo

En realidad él quería estudiar Filosofía. Cuando acabó COU (Curso de Orientación Universitaria) y tenía que matricularse en la facultad, él quería estudiar Filosofía. No era un empeño pero sí la opción que más le atraía. Lo habló con sus padres, Ignacio y Miri, ambos químicos, y finalmente se matriculó en otra de las carreras que más le llamaban la atención: Derecho. Así empezó Ignacio Cuesta Areces (Manresa, 1972) la carrera de letrado que le ha llevado a ser el nuevo decano del colegio de abogados de Oviedo. Un cargo que a priori no encaja con la imagen de un tipo joven y guapo como Nacho Cuesta, como todo el mundo le conoce.

Nació en Manresa porque allí trabajaba su padre en explosivos Río Tinto pero a corta edad, y ya nacidas sus hermanas Cristina y Beatriz, la familia se trasladó a Grado, localidad originaria de la familia materna. Allí trabajó Miri durante 20 años como profesora de Física y Química en el Instituto. La estancia en Grado ocupó parte de la infancia, aquellos años de juegos en el Parque de Abajo en los que la madre le prometía una propina al pequeño Nacho si lograba llegar a casa limpio. Pese a lo tremendamente ordenado y organizado que es ahora el Decano de los abogados, no lo era tanto de niño, el barro y esas cosas...

En 1982 la familia se trasladó a Oviedo, a un piso en la calle Pedro Masaveu. Los pequeños Nacho, Cristina y Bea se matricularon en EGB en el colegio Baudilio Arce y allí siguió el niño con sus aficiones infantiles. Haciendo honor al apellido materno llegó a jugar siendo un chaval en Club Patín Areces. El deporte, algo que siempre le ha gustado, lo compatibilizaba con una voraz afición a la lectura y una peculiar y extraordinaria capacidad para hacer puzles, algo que fue dejando con los años.

El Baudilio Arce era por aquellos años un centro de educación experimental en el que se ponía en marcha el concepto "interdisciplinar"; todas las asignaturas estaban relacionadas y los alumnos tenían su propio huerto en un invernadero donado por el padre de uno de ellos. Un centro de relaciones estrechas entre toda la comunidad educativa.

Era el Oviedo de los años ochenta, de jugar al fútbol en las calles que hoy ocupa el Calatrava y de hacer patinetes con rodamientos. En ese Oviedo sin peatonalizar y en una zona en la que no existía el Parque de Invierno, sino unos prados, se crió el hoy abogado, que veía el tren entrar en la plaza de Castilla porque aún nos e había urbanizado todo aquello.

La adolescencia le llegó en el Instituto Aramo, con viajes a la nieve, una de sus grandes aficiones que ahora practica en Fuentes de Invierno con sus hijos Rodrigo (10 años) y Marina (9).

El deporte le tira y a veces se apasiona por uno en concreto, como cuando le dio por la bici y se hizo el Camino de Santiago desde Francia; o cuando cruzó pedaleando la cordillera del Atlas, en Marruecos. Ahora el trabajo y la familia ya no le dejan demasiado tiempo libre así que busca hueco para ir a esquiar con los peques o para salir a correr. Y eso sí, no se pierde un partido del Oviedo Baloncesto en Pumarín, hace años que es socio del club.

Un tipo serio, honrado, muy reservado pero al mismo tiempo con un gran sentido del humor y una excepcional oratoria. Un hombre al que le gusta tenerlo todo en orden, desde los papeles, a la corbata y que cree que desde el decanato puede hacer algo por una profesión que le apasiona. Un ovetense de Manresa que es capaz de ser locuaz y tener al mismo tiempo un punto de introvertido; que no le gusta que se metan en su vida porque él no se mete en la de los demás; que aprovecha para pensar durante los paseos con su perro, "Grant", un animal sin raza muy clara y que la familia sacó de la perrera. Otra pasión, los animales, en casa siempre hubo perro; de niño, y de mayor.

Ignacio Cuesta Areces llevará ahora las riendas del colegio de abogados y lo hace por convencimiento. No estudió filosofía pero poco a poco ha logrado ser feliz en la vida, aunque como a toda la familia y a muchos más de su entorno les queda un vacío en el corazón que nunca se llenará. Jamás nadie podrá ocupar el hueco que dejó Cristina Cuesta, fallecida no ya prematuramente, sino mucho más. Aquella sonrisa ha quedado grabada en la familia y en los que en algún momento pudieron disfrutarla. La misma sonrisa que con el tiempo su hermano mayor, Ignacio, que tanto la arropaba en la infancia y adolescencia, ha logrado recuperar con mucho esfuerzo.

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