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El arte se mira y se toca

Una decena de personas con dificultades visuales descubre la obra escultórica del ovetense César Ripoll gracias a talleres personalizados

El arte se mira y se toca

"Me encanta venir a los museos, además me dijeron que trabajabas muy bien, César". Ana María Díaz acaba de pasar a la sede de Oviedo del Colegio de Arquitectos de Asturias con otros diez compañeros de la ONCE. Es la primera vez que entran en este edificio. "Paso muchas veces por delante, pero no sabía que hacían exposiciones culturales dentro", añade José Ramón Sánchez.

Ellos ven el arte de otra forma, con otros sentidos. Por eso, agradecen infinitamente que se hagan talleres especiales para las personas con alguna dificultad o discapacidad, como el que están a punto de comenzar junto al artista ovetense César Ripoll. "Me gusta acercar el arte a todos los públicos, y más si cabe, a los que no pueden hacerlo por su propia iniciativa y sin ayuda", explica. Ripoll, profesor, comisario de exposiciones y doctorando en escultura asturiana, además de artista en diferentes ramas, pone ante ellos su muestra "Construcciones materiales e inmateriales"; una exposición escultórica en la que los juegos de materiales que la componen se convierten en el aliado perfecto para llegar a este grupo. Porque ellos ven el arte con sus manos, y aquí tienen carta blanca para tocar.

"Esta piedra es muy suave", dice Pilar Ovide. "Es alabastro. Compré una pieza grande en Aragón y la fui dividiendo y puliendo", explica Ripoll. "Pero también tiene lana, noto los nudos. Me encanta el contraste", añade Ana María Díaz. "Esta pieza es curiosa. Se nota la frialdad de un metal con la calidez de la lana. ¿Qué material es?", pregunta Isidoro Martínez. "Es acero inoxidable soldado en las esquinas para poder crear este rectángulo alargado. Y está forrado con lana, en colores amarillo y violeta, para jugar con ese contraste de materiales y con el de colores. ¿Lo ves, no?", cuenta Ripoll. "El colorido para el que ve tiene que ser importante, nosotros nos quedamos con las texturas", añade sonriente Ana María Díaz.

El artista también les explica que las piezas hechas con paspartú, un tipo de cartulina con un grosor de 300 o 400 gramos, cambian completamente gracias a los juegos de luz. Coge una de sus piezas de forma geométrica y le introduce dentro un foco led. Apaga la luz y, "¿lo veis?", pregunta. "Sí, sí", responden algunos, los que aún conservan algo de visión. Pero los que no, aprovechan el momento para bromear en voz baja. "Yo no sé si está encendida o apagada la luz, así que siempre me parece igual de bonito", bromea Ana María Díaz.

No es el primer taller al que acuden en un museo de la región. "Hemos estado en el Bellas Artes varias veces, en el arqueológico, en el Museo Antón de Candás, en el Evaristo Valle de Gijón, y alguno más", afirma Amador Medina. Y no pueden gustarles más. "Gracias a estas actividades vamos conociendo cosas, porque no sabemos mucho de arte", indica José Ramón Sánchez. "Es porque se tiene una idea elitista de él, pero hay que acabar con ella. Tiene que ser de todos y para todos", añade Ripoll.

Y, aunque cada vez más museos se animan a realizar este tipo de actividades, ellos aprovechan cualquier ocasión para ver y tocar arte. "Yo voy tocando todas las esculturas de la calle, es lo que más me gusta. Palpo la cara, sé si está triste o contenta y capto el mensaje por la postura y los elementos. La de Mafalda está muy guapa, y la del fotógrafo que está en el Parque de San Francisco. El culo me gusta menos, solo vale para que tropecemos los ciegos", bromea Díaz. Por eso, al salir del taller, ya preguntaban, "¿cuándo es el siguiente?".

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