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Un día en el Sograndio escondido

Personal del centro de menores denuncia el consumo de drogas "en la sala de visitas" y peligros como que "te pongan un destornillador en el cuello"

Un día en el Sograndio escondido

"Aquí es normal que los chavales se droguen porque les resulta fácil conseguir pastillas o hachís, sólo tienen que esperar a tener visita y consumir en el momento lo que les traigan. Luego vuelven a la habitación medio idos". Testimonios de primera mano como este, desde el interior del centro para menores infractores de Sograndio, sirven para describir el día a día de la institución pública, dependiente de la Dirección general de Justicia e Interior, que está en el foco mediático y bajo la lupa del Defensor del Pueblo desde hace meses por motines, actos vandálicos y fugas. Mientras, se revisa su funcionamiento y protocolos de vigilancia y seguridad.

Las mismas fuentes revelan que la droga es sólo uno de los problemas generados por "una brecha abierta entre la dirección, la coordinación de seguridad, los vigilantes y los educadores" que desemboca en continuos problemas protagonizados por los internos, que en la actualidad no superan la treintena en un inmueble con capacidad para sesenta. "Rara vez se cachea a un familiar, sólo se le pasa la 'raqueta' (detector de metales) por el cuerpo, así que puede llevar encima cualquier sustancia". Además, tal y como comprobaron en junio dos técnicos del alto comisionado en defensa de los ciudadanos, no hay sistema de videovigilancia en la sala de visitas.

Los que sí deben someterse a cacheos diarios son los menores. Sobre todo antes y después de acudir a los talleres para aprender un oficio, como el de mecánica o el de jardinería. Estas clases, a juicio del personal de Sograndio, "son los momentos más peligrosos de la jornada porque existe la posibilidad de que los chavales te pongan un destornillador en el cuello". Un educador o un monitor y un vigilante están al cargo de los alumnos durante las clases, que se imparten cinco horas al día con pausas para comer y disfrutar de tiempo libre, y en las que los menores tienen acceso a material diverso, que va desde los temidos destornilladores, a palas de dientes o desbrozadoras. "No suele pasar nada, salvo alguna que otra revuelta con lanzamiento de objetos incluido", explican desde el corazón del centro para adolescentes infractores.

"Lo gordo", cuentan, "pocas veces sale a la luz porque no nos lo creemos ni nosotros o estamos tan acostumbrados que no le damos mucha importancia". Entre las "anécdotas" más recientes de Sograndio está el ingreso de un menor en el servicio de Urgencias del HUCA (Hospital Universitario Central de Asturias) tras haber bebido lejía "porque le apetecía" de un cubo para la limpieza. Esa misma semana otro chaval inundó la "camarilla" en la que estaba castigado y el piso de abajo por arrancar "a pulso" la tubería de PVC del lavabo.

"En muchos casos los menores necesitan medicación para contener los brotes ira y no la reciben siempre". Personal de Sograndio ahonda aún más en los presuntos fallos en la asistencia médica de los internos. Aseguran que los psicólogos encargados de tratar al menos una vez al día a los chicos que están en aislamiento "en muchas ocasiones se limitan a asomarse por el ventanuco, ver al chaval durmiendo en la cama, y escribir en su informe que 'está bien', y a otra cosa mariposa".

Todos los testimonios recabados por este periódico procedentes del interior del centro de menores coinciden en que el ambiente laboral "es muy tenso" no sólo por la actitud de los internos, sino también por "el miedo a perder el trabajo tal y como están las cosas". Estas fuentes explican que, en algunos casos, los trabajadores "se ganan el cariño de los chavales" a base de comprarles cigarrillos. De esa forma "se aseguran una temporada tranquila".

La mayor parte de los adolescentes del centro de Sograndio son reincidentes, por lo que entran en las instalaciones una y otra vez para cumplir las "medidas" (penas) impuestas por robo (el 90 por ciento de los casos) o altercados públicos.

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