Ali Salem tiene once años, quiere ser rubio, le gusta jugar a la consola, le encantan los lacasitos, las hamburguesas y admira al barcelonista Leo Messi. Nada que lo haga distinto a cualquier otro niño de su edad. Lo único es que Ali ha nacido y crece en Smara, una de las ciudades del antiguo Sáhara español, donde el calor le obliga a jugar "o por la mañana temprano o por las noches" y su futuro, como el de anteriores generaciones, es muy incierto. Y es que Ali es sahauri. Junto a otros cuarenta niños forma parte de los pequeños que pasan el verano en Oviedo acogidos por familias de la ciudad dentro de un programa que desde hace más de dos décadas desarrolla la ong Solidaridad con el Pueblo Saharaui. Algunos niños y sus familias de acogida visitaron ayer el Ayuntamiento, donde fueron recibidos por el alcalde, Wenceslao López, y otros miembros de la Corporación.

"Al principio da un poco de vértigo ya que son críos con una cultura y costumbres muy diferentes a la nuestras", explica Isabel Martínez Galán, madre de acogida de Ali. Es su primera experiencia de este tipo, y aunque el pequeño saharaui lleva quince días en Oviedo, Martínez Galán y su familia ya han empezado a atesorar anécdotas que difícilmente olvidarán en toda su vida. "La primera semana hablaba muy poco, pero ya se va soltando", explicaba. Uno de las primeras advertencias que reciben las familias de la organización, como cuenta Martínez Galán, es que "se caen de la cama" acostumbrados a dormir en el suelo de las jaimas del campo de refugiados. "Los tres primeros días no hubo ningún problema, pero el cuarto apareció en el sofá", explicaba para añadir: "Luego ya lo empezó a hacer en el suelo. Se ha montado su propia jaima".

Otra de las familias es la formada por María Bartolomé y Ramón Gené, un matrimonio sin hijos que llevaba tiempo pensando en acoger a un niño saharaui. En este caso una niña, Fatma Husein, de diez años, que chapurrea un poco de español e italiano para explicar que lo que más le gusta es "la piscina, la playa y la pizza". "Está siendo una experiencia muy positiva. Ellos se enriquecen y nosotros estamos viviendo algo muy especial", comentaban Bartolomé y Gené.

"Nos ha cambiado la forma de pensar y vivir", tercia Paula Bernardo, que desde hace años acoge a Saad Hamdi, un vivaracho pequeño de 11 años que el año de su primer verano en Oviedo "solo comía frutas y patatas" pero que ya se las sabe todas.... las buenas y las malas. "Con once y doce años empiezan a darse cuenta de lo que les espera", explica Bernardo, en referencia al complicado futuro que aguarda a estos niños en los campamentos de refugiados saharauis. Y a pesar de todo, "no pierden la sonrisa", dicen sus familias de acogida en una prueba de que el Sáhara tiene espíritu infantil.