Los tirantes más famosos de Oviedo, de los colores de la bandera española, dejarán de verse en la sidrería El Dorado tras el fallecimiento de José Manuel Menéndez García, propietario del establecimiento y "uno de los últimos clásicos de la hostelería ovetense". Eso dicen todos los que trataron en los últimos 23 años a "Manolo el del Dorado" en su local de la calle González Besada, un lugar en el que el hostelero más que atender, "mimaba" a los clientes, y ocupaba a diario un discreto rincón para leer la prensa. Menéndez, de 82 años, falleció el miércoles a causa de una enfermedad cardiovascular que se agravó en los últimos días y por la que estuvo ingresado en el Hospital Monte Naranco.

Numerosos colegas de profesión y antiguos vecinos de Sama de Langreo -donde Manolo inició su andadura profesional- arroparon ayer a la familia durante el funeral celebrado en la iglesia San Francisco de Asís y oficiado por el párroco Fernando Llenín. "Se ha ido un hombre bueno, creyente, esposo, padre, amigo de sus amigos y profundamente enamorado de su país", comentó el sacerdote en su homilía. Las palabras reconfortaron a su viuda, Isabel Vincelle; su hija, Begoña Menéndez; su nieta Marta; y sus tres hermanos, Constantino, José Ramón y Armando Menéndez, algo abrumados por la gran cantidad de muestras de cariño que recibieron desde bien temprano en el tanatorio El Salvador desde bien temprano.

Hasta allí se desplazó Jesús Veiga, uno de los mejores amigos de "Manolo el del Dorado" y que forma parte de su peña de tute. "Se jubiló y dejó al frente del negocio a su hija Begoña, pero seguía yendo todos los días a mimar a la clientela". Veiga, además, hizo realidad una de las últimas voluntades de su amigo; cambiar las coronas de flores por un ramo de laurel con cinco rosas adornado con una cinta roja y amarilla. De sobra es conocido que el hostelero tenía fuertes convicciones de derechas, aunque a su sidrería acude gente de todo tipo de ideologías. Así lo confirma el escrito y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, Ignacio Gracia Noriega, que mantuvo una fuerte amistad con Menéndez. "Era muy cordial y amable, y capaz de dejar a un lado sus creencias políticas. Vamos, que en su local no se comen ideas, sino delicias culinarias".

La fabada, los calamares en su tinta o los riñones son algunos de los platos de la carta que ofrece El Dorado desde hace 23 años. Un menú similar ofreció Manolo en sus primeros locales, primero en la cafetería Manila, en Sama de Langreo, junto a su hermano José Ramón, y luego con el primer Dorado que también montó en el valle del Nalón. Aquel establecimiento, de tres plantas, se convirtió en un referente hostelero en la zona, hasta que Manolo decidió dar el salto a Oviedo.

El presidente de Hostelería de Asturias, José Luis Álvarez Almeida, mostró ayer su pesar por la desaparición de Menéndez, "que deja un gran vacío en el sector", y a quien calificó como "un profesional íntegro que no dejaba indiferente a nadie".

Buena parte de los asiduos a la sidrería describieron a Manolo, en esencia, como una buena persona. Es el caso del periodista Luis José de Ávila, que asegura que "los callos del Dorado eran memorables tanto por lo ricos que estaban como por las tertulias que se montaban alrededor". Su colega, el también periodista Juan de Lillo destaca el carácter amable y atento de Manolo, "que solía celebrar una vez al año una espicha para sus amigos en algún llagar de Tiñana".

Menéndez ocupó hace cuatro meses una de las páginas de este periódico debido a su afición por hacer anotaciones a boli en las noticias. Por ejemplo, en la página 10 del ejemplar de LA NUEVA ESPAÑA del 1 de abril escribió una de sus reflexiones sobre el titular: "Retiran la lápida franquista de la iglesia de Noreña entre lamentos de los familiares". Así, con tinta negra y letra firme puso: "Y tendrán miedo a que resucite. ¿Por qué no retiran la paga del 18 de julio?".

"Manolo el del Dorado" recibió un homenaje en mayo de 2011 con motivo de su jubilación. Entonces, la sidrería se quedó pequeña para acoger al centenar de personas que acudieron a felicitarle por el trabajo de toda una vida. Entre ellos, los miembros de la tertulia L'Alderique, que se reunían allí habitualmente. Ayer, la sidrería permanecía cerrada en señal de duelo.