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El genio de las lámparas

El ovetense Fernando García de Santa Ana se dedica desde hace 25 años a la creación y restauración de luminarias

Fernando García de Santa Ana, con una de sus creaciones. M. N. M.

Manuel NOVAL MORO

Corría el año 1990 cuando el restaurador y creador de lámparas ovetense Fernando García de Santa Ana visitó el Tesoro del Delfín del Museo del Prado, la extraordinaria colección de objetos que perteneció al Gran Delfin de Francia y que está situada entre las cimas del arte decorativo. Él llama a aquel episodio su particular "camino a Damasco". Al igual que el perseguidor de cristianos Saulo de Tarso se convirtió en el apóstol Pablo tras caer del caballo, García de Santa Ana se vio golpeado por aquella belleza de las joyas del Prado de tal manera que el impacto marcaría su vocación para siempre.

Licenciado en historia del arte y delineante, su dedicación a las lámparas empezó casi por casualidad. En 1994 estaba restaurando una lámpara familiar y fue a la tienda Boreal, situada en la calle Uría de Oviedo, en busca de algunas piezas. En cuanto supieron que podía hacerlo, los responsables de la tienda le ofrecieron que se convirtiera en su restaurador oficial. A partir de entonces, García de Santa Ana entró en contacto con un mundo que lo absorbió completamente y se convirtió en su dedicación. Y tuvo acceso a creaciones de gran calidad y belleza.

Su primer trabajo importante fue una araña de cristal de dos colores y armazón en plata muy elegante. "La recogió en Oviedo para restaurar sin saber inicialmente cuál iba a ser su ubicación final". Una vez restaurada, la colocó -"como se me ordenó"- en un salón de la villa de La Enciena, una impresionante casa-molino de mareas en la ría de Villaviciosa. Una vez allí, le encargaron la restauración "in situ" de una araña de gran tamaño de la capilla.

También ha restaurado la lámpara isabelina que cuelga en el despacho del director de la biblioteca del edificio histórico de la Universidad de Oviedo, y que había pertenecido a los condes de Toreno.

Desde un primer momento tuvo claro que debía formarse adecuadamente, y entre las muchas lecciones que recibió destaca el curso con un anticuario de Thien, localidad situada en el Véneto italiano, que incluyó la visita a las grandes villas construidas por Andrea Palladio. Le marcó especialmente Villa Godi Malinveni y sus interiores con frescos y grandes lámparas de cristal de Murano.

Gracias a todo este bagaje, en el momento actual hace trabajos de restauración en numerosos lugares, de España y del extranjero. Sin embargo, hay otra faceta en la que tiene también mucho predicamento: la de creador.

Es habitual encontrarse a Fernando García de Santa Ana en rastros y mercadillos en busca de piezas singulares, a partir de las cuales concebirá sus propias creaciones. Trabaja con una mamparista, un soldador y un orfebre que le preparan sus diseños, para los que no se pone ninguna cortapisa. "Cada pieza que monto me sorprende", asegura. Lo fundamental, a su juicio, es que el lugar en el que se va a colocar la lámpara, ya sea de techo o de mesa, sea acorde con la creación. "Tengo que verlo, eso sí es importante", dice.

Su vocación, por otra parte, es que las piezas, ya sean propias o restauradas, sean de la mayor calidad posible. "Yo no escatimo, no puedo racanear a la hora de elegir los materiales", asegura.

En la habitación de su casa colgó durante cerca de veinte años una bombilla desnuda. En su caso, no se trataba de la constatación del manido refrán "en casa del herrero cuchara de palo", sino del exponente más claro de su perfeccionismo. Todo ese tiempo tenía en mente que la lámpara que se colgara allí no podría ser una lámpara cualquiera. Tendría que ser la idónea, la única que cabía colocar en aquel lugar. La encontró, y hoy brilla en todo su esplendor.

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