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El primer cronista de "la ciudad en llamas"

El periodista Luis García de Linares entró en Oviedo en octubre de 1934 con las fuerzas de la República que sofocaban la revuelta y relató para su revista la tragedia que asolaba sus calles

Algunas de las páginas del número del 31 de octubre de 1934 del semanario "Crónica" dedicadas al levantamiento minero en Asturias.

Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Luis García de Linares presumía de ser el primer periodista en entrar en Oviedo en la Revolución del 34. Él hablaba de ella como "la ciudad en llamas" y la convirtió en la protagonista del número que el semanario "Crónica" publicó el 31 de octubre de aquel año. Las fotos de la capital devastada ocupaban la portada de la revista, en la que el reportero narraba sus peripecias camino a Oviedo; unas páginas más adelante, una joven madrileña atrapada en la ciudad durante la revuelta y el asedio, narraba, ya a salvo, los terribles días que vivió huyendo por los tejados de la ciudad y alimentándose con galletas, onzas de chocolate y escasos garbanzos.

En una curiosa carambola del destino, la muchacha, Aurorita Toba, acabó convirtiéndose en la esposa de su entrevistador, Rafael Martínez Gandía. A ambos los unieron los dramáticos hechos de aquellos días, aunque también es posible, aunque menos romántico, que ya fueran novios cuando la muchacha, maniquí de profesión, viajó a Oviedo y que su pareja aprovechase la familiaridad que ya existía entre ellos para recoger su testimonio.

La de Aurora Toba y Rafael Martínez Gandía es una alegre anécdota dentro de una gran tragedia. El panorama que de Oviedo dibujaba Luis García de Linares en el semanario "Crónica" era desolador. Por aquel entonces era redactor jefe del semanario. Con el tiempo dirigiría "Mundo Gráfico" y el diario "Madrid".

Luis García de Linares entró en Oviedo con las tropas de la República. En su reportaje cuenta las dificultades que tuvo para llegar a la capital asturiana: viajó toda una noche en el correo de Santander, desde Madrid, y pasó el día siguiente en el ferrocarril del Cantábrico para ir de Torrelavega a Llanes. Allí, según su relato, se hizo con un salvoconducto para continuar viaje hacia Oviedo en un camión de reparto de gasolina.

A medida que avanza hacia la capital, García de Linares va recogiendo los testimonios que luego hila en su reportaje para "Crónica". En Ribadesella, por ejemplo, encuentra a un estudiante, hijo de los dueños de una tienda de tejidos de Nava, que le explica cómo los mineros se llevaron todas las piezas de tela roja que encontraron en el negocio, para hacerse escarapelas que luego prenderían en sus monos azules. "Cuanto más roja, mejor, como si toda la revolución dependiera de la intensidad de ese color", le contaba.

El coadjutor de Nava, Jesús Soverón, puso al corriente al periodista madrileño de que los revolucionarios de Nava y Oviedo eran "gente muy joven. Y no estaban tan bien armados como se ha afirmado". "La mayoría eran chiquillos de dieciséis a veinte años. Y aún más jóvenes", le aseguró.

Y así Luis García de Linares va perfilando el dibujo de la Revolución del 34. Da cuenta del papel de las mujeres en las filas de los sublevados, ocupadas en el cuidado de los heridos y la preparación del rancho; deja constancia de las diferencias de los mineros sublevados con el movimiento anarquista, que llegaban a tal punto que los guardias vigilaban "día y noche" para que "ningún anarquista fanático intentase destruir los útiles de trabajo y las fuentes de riqueza que debían pasar intactos al colectivismo". García de Linares también describía el armamento de los revolucionarios: escopetas de caza, cuchillos, revólveres antiguos, alguna automática y los fusiles de los guardias civiles que habían matado.

Cuando llega a Gijón, el periodista tiene que conseguir un nuevo salvoconducto para seguir viaje a Oviedo. Para lograrlo miente: dice que su hija está en la ciudad. En un camión del Tercio, tras pasar sin novedades por la Venta del Jamón y Lugones, el reportero llega a Oviedo. Se le aparece en una revuelta de la carretera: "La Catedral de Oviedo se dibujó en el horizonte, envuelta en humo. A pesar del sol, se distinguían en otros puntos de la población grandes incendios. Todo Oviedo parecía arder".

Y su descripción de la entrada en la ciudad aún impresiona. "Aparecen los primeros coches, volcados, destrozados por la metralla. Y los primeros cadáveres de mineros en las cunetas. Están tendidos boca arriba, con los ojos abiertos. Hay un viejo con pelo blanco al que todavía no le han quitado el mosquetón que empuñaba, y, sobre todo, muchachos de dieciocho a veinte años, y también chiquillos de quince y dieciséis".

García de Linares va sorteando horrores. "De lo espantoso que ha sido el bombardeo es difícil dar una idea", afirma. En el cuartel de la Guardia Civil "todas las paredes están acribilladas a balazos. En el patio yacen los despojos de una vaca que fue reventada por una granada. En el cuadrilatero, dieciséis cadáveres de sublevados". "Oviedo sigue ardiendo y cae sobre nosotros una lluvia de ceniza que forma una alfombra de dos centímetros de altura sobre el suelo", continúa.

El periodista pasa la noche en el cuerpo de guardia de la fábrica de armas, destruida parcialmente por los mineros: "Esta noche que voy a pasar en la fábrica de armas de Oviedo no se borrará nunca de mi memoria. Hay gritos, unos gritos que he escuchado entre el tiroteo, que se van a quedar en mis oídos hasta que me muera".

"Crónica" redondea su edición sobre el levantamiento minero en Asturias con el testimonio de Aurorita Toba. La maniquí, que aparece en las fotografías resarciéndose del hambre que pasó durante los diez días que estuvo retenida en la ciudad, habla del incendio del hotel Covadonga, en el que se hospedaba; del joven que se le apareció tras una esquina dando vivas a la revolución y que unos minutos después caía en el suelo con la cabeza destrozada; de las iglesias ardiendo; del Campoamor entre las llamas y de su huida por los tejados.

Algo bueno salió de todo aquella locura, al menos para la modelo y el periodista que la entrevistó. Los dos se miran embelesados en la foto que aparece en la revista. Él debió quedar impresionado por el relato, pero aún más por su protagonista. Tanto que acabaron contrayendo matrimonio y siguieron juntos hasta que él falleció, en el año 1973.

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