Dicen que la nieve jamás se posa sobre el sepulcro de Santo Dolfo, el obispo de Iria (Santiago de Compostela), que quiso ser enterrado en la iglesia de Santa Eulalia de La Mata (Grado). La leyenda asevera que así ha sido durante siglos. Pero el caso es desde hace quince años la nieve ni se aparta ni se queda porque el sarcófago que contiene los restos del prelado que ejerció en tiempos de Bermudo II "El Gotoso", están metidos en la antigua capilla románica del templo junto a confesionarios en desuso, lonas para la carpa de la fiesta, tejas viejas y un calefactor.

El santo descansa entre los trastos, pero los vecinos de La Mata, quieren que el sarcófago de Dolfo, bautizado así de forma popular, ya que en realidad era Ataúlfo, estuviera en un lugar más apropiado a su dignidad. Hasta ahora ni el Arzobispado de Oviedo ni la dirección general de Patrimonio del Gobierno del Principado de Asturias han dado destino al prelado que hizo caer las astas de un toro al suelo.

Es lo que dice la leyenda. Y así lo dejó por escrito el historiador y religioso asturiano de los siglos XVI y XVII Luis Alfonso de Carvallo y posteriormente el estudioso del concejo, Álvaro Fernández de Miranda en el libro "Historia de Grado y su concejo", de principios del siglo XX. A ellos se une la tradición oral entre los vecinos.

La historia de Santo Dolfo y La Mata se remonta a finales del siglo X cuando tres esclavos de la iglesia de Galicia llamados Zador, Chadon y Ansilon denunciaron al Obispo ante el Rey y le acusaron de "abominable pecado" y de tratos con los moros en perjuicio de la cristiandad. Bermudo llamó al Obispo a dar cuentas en Oviedo.

Ataúlfo salió de Compostela hacia la Corte en una litera tirada por dos mulas, acompañado de su séquito. Al coronar el alto de El Fresno, vio a lo lejos la iglesia de Santa Eulalia, ubicada en lo que hoy se conoce como La Mata. Tanto le agradó el templo, parada obligada del Camino Primitivo, que decidió que sus restos mortales descansaran allí. Lo que nunca imaginó es que la muerte le llegaría tan pronto. Se quedó para siempre.

Ataúlfo siguió directo hacia Oviedo, a donde llegó de madrugada, asistió a misa en la iglesia de San Salvador y se dirigió al Palacio Real, donde le esperaba Bermudo II. En el patio, el Rey ordenó soltar un toro "picado y aguijoneado al tiempo que el Santo Prelado entraba por el patio", escribió Carvallo.

Pero el animal "con más blandor y mansedumbre que los mismos hombres" se frenó en seco delante del Obispo "humillándole su robusta cerviz, y poniéndole sus astas en la mano, como que le rendía sus armas", continúa el relato.

El Obispo, levemente y sin hacer fuerza alguna, le puso las manos en las astas y éstas se desprendieron de la cabeza del toro. Un milagro para los presentes y más para Ataúlfo, que le salvó del castigo real y lo convirtió para siempre en Santo Dolfo. Tras la intervención de la Divina Providencia, el Obispo volvió a San Salvador a rezar y ofreció las astas del toro, que por tiempo colgaron en la iglesia ovetense y luego desaparecieron, aunque dicen que están en la catedral de Santiago.

De regreso a Compostela, con el perdón real y el milagro como testigo de su cristiandad, falleció a cuatro leguas de Oviedo, entrando ya en el valle de Prámaro, actual Grado. Al llegar al punto del camino más cercano a la iglesia de Santa Eulalia, las mulas que tiraban de la litera y del Obispo ya muerto se espantaron y nada las pudo parar, ni los bardiales ni otros obstáculos, y se frenaron frente al templo. Los clérigos que le acompañaban recordaron los deseos del Obispo, de descansar en la iglesia de Santa Eulalia. Y el segundo milagro de Santo Dolfo cumplió sus deseos. Allí lo enterraron en un sarcófago ya desaparecido, según apunta Fernández de Miranda. "Así comenzó la historia o la leyenda de Santo Dolfo, que para nosotros es muy importante; creemos que el sarcófago debe estar ubicado como es debido", afirma Francisco Alonso, presidente de la asociación de vecinos Santo Dolfo, de La Mata.

De los milagros o castigos posteriores del santo, recuerda Alonso que "se decía que algunos quedaron ciegos por abrir la tumba". Un sarcófago de piedra tosca, sin apenas labrar, que siempre permaneció en el espacio de la capilla de La Mata y de donde tuvieron que sacarlo hace quince años tras el derrumbe del tejado.

Desde esa fecha, Santo Dolfo descansa en el cuarto de los trastos. Y ni vecinos ni devotos pueden venerarlo. Los vecinos de La Mata buscaron soluciones para rehabilitar la antigua capilla románica y ofrecer al Santo un lugar digno donde descansar pero están obligados a cerrar el espacio con madera, lo que supone un alto coste que no pueden permitirse.

"Hace tres o cuatro años vinieron y querían llevárselo pero eso no se puede permitir, Santo Dolfo lleva aquí desde el día de su muerte y aquí quería descansar, ésto, antes de ser La Mata era el barrio de Santo Dolfo", indica Alonso.

Por ello, el dirigente vecinal cree que el emplazamiento actual "no es el sitio adecuado para la tumba, antes estaba en un altar, con una verja de forja que mandó poner el Obispo Pisador en el siglo XIX, cuando prohibió su culto.

"Esa fue una de las razones por las que la devoción a Santo Dolfo también fue a menos, aunque aquí lo mantenemos", detalla el presidente.

Y eso que hay quien apunta que dentro del sarcófago no hay nada. Otros indican que tras el cierre de la tumba por el Obispo Pisador, sus restos mortales fueron enterrados en un nicho del cementerio, anexo a la iglesia, de origen románico.

Los vecinos no sólo quieren buscar una ubicación más digna para el sarcófago de Santo Dolfo, también estiman muy importante la rehabilitación de la capilla de Santa Eulalia, donde ahora se encuentra la tumba del Obispo. "Nosotros no podemos afrontar la obra pero se está perdiendo un Patrimonio muy importante para Grado y para Asturias, está claro que es necesaria la ayuda de otros estamentos", concluye Alonso.

De momento, los restos mortales de Santo Dolfo seguirán a buen recaudo en la capilla románica anexa a la iglesia de Santa Eulalia.

Pero en La Mata no olvidan que el Obispo de Iria escogió la localidad moscona para su eterno descanso y así quieren que lo sepan las generaciones futuras. Un reposo al que no le afecta ni la nieve del cielo.