¡Cuántas veces le dio al viento

desde tu cruz su embajada,

cual la princesa de un cuento

sobre una torre encantada.

Fernando del Fresno

En Oviedo es la más querida. Qué difícil es sustraerse a su encanto cuando te encuentras ante ella. No sé si a todo el mundo le sucede igual. A a mí, con más frecuencia de la que se imaginan, porque en muchas ocasiones oculto esta intensa emoción, me eriza el vello tanta belleza. Además, la muy pícara, reclama la mirada desde todas las esquinas.

Por dondequiera que entres en la ciudad ella te requiere; no le bastan los cuatro puntos cardinales para hacerse notar, sino que, orgullosa de su estatura, levanta la cabeza y otea todas las encrucijadas; el devenir de Vetusta y sus habitantes le apasiona, sin duda que es una cotilla, eso sí, debemos admitirlo, guapísima. No hay más que ver la interminable serie de adjetivos que recibe a diario; adjetivos que se convierten en merecidos piropos cuando la tienes cara a cara.

Tremendo aluvión de calificativos y requiebros los que recibe, al igual que si de una fascinante mujer se tratase: esbelta, gallarda, gentil, atrevida, admirable, bellísima, aérea, elegante, pura, caprichosa, ideal, armoniosa, delicada, sutil, maravillosa, serena, solitaria, ingrávida; de lindas agujas; magnífica corona; destaca como un finísimo bordado; primorosamente calada; gótica y honrada; dorada piedra fundamental; ápice -tan bello y significativo- de la airosa flecha; supremo orgullo de Oviedo.

Razón tienen todos los que quedaron prendados de su silueta entre la bruma del alba, en el radiante contraluz lunar, de su palidez bajo la estrellada agosteña o los que, aun advirtiéndola amante, fría, altiva y desafiante siguen enamorados de ella.

De ella, de la torre de la catedral de Oviedo, dejó escrito José María Quadrado: "esta atrevida torre que se cimbrea sobre los mayores edificios de la capital, como la gigantesca copa de un ciprés entre humildes arbustos, y con las que pocas de España compiten en elevación y gallardía. Asentada sobre los cuatro pilares de la arcada derecha del pórtico, descuella aislada del templo desde su segundo cuerpo; del cual viene a ser continuación el tercero coronado por un gracioso antepecho de góticas labores. Las ventanas de ambos cuerpos, una en cada lado, ostentase rasgadas, ojivales, partidas por dos pilarcitos, con arabescos en su parte posterior, y frontones de hojas rizadas en forma de penachos, campeando la esfera del reloj en una de ellas?", prosigue más adelante: "y sembrados de águilas que parecen posarse sobre sus estrías, con las agujas de crestería que sobresalen de la balaustrada como los florones de una diadema, lanza al viento en medio de este lindo grupo la aguda y octogonal pirámide, hueca, transparente, erizada de hojas en sus aristas, mágico templete, cuyos primorosos calados destacan sobre el azul del cielo?".

En todos los idiomas se han repetido las palabras de su cantor universal, Leopoldo Alas "Clarín": "Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana del coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo dieciséis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre esta una cruz de hierro que acababa en pararrayos.

Mejor era contemplarla en clara noche de luna, resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecían su aureola, doblándose en pliegues de luz y sombra, fantasma gigante que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies".

No hace falta que lo digan, soy consciente que, tras esta sobresaliente descripción literaria, lo mejor sería hacer mutis por el foro y poner punto final con el escrito de don Leopoldo. ¡Resignación! No queda más que reconocer las limitaciones y seguir adelante hasta completar una página; el periódico así lo requiere.

Gracias a la programación cultural con la que el Cabildo premia a los "Amigos de la Catedral" y que abarca, en esta ocasión, un interesantísimo ciclo de conferencias que se prolongará hasta el mes de marzo, pude conocer por dentro la torre de mis amores. Desde estas líneas mi más sincera gratitud a Benito Gallego, a Agustín Hevia y al resto de colaboradores, por su magistral lección en el Archivo Capitular.

A tamaña peana juncal que promete el cielo, tuve la fortuna de ascender hace días, no siguiendo los pasos de don Fermín de Pas, ¡que ya quisiera!, sino los de Bismarck, aquel pillo ilustre de Vetusta.

No exagero cuando digo que los ojos se me tornaron acuosos al pisar los primeros escalones de la torre que se yergue sobre la arcada derecha del pórtico; la gemela se la llevó el viento. Sin darte cuenta, peldaño a peldaño, indagas su intimidad -mientras piensas que esta magna obra, comenzada a principios del siglo XVI, tardó en realizarse cerca de cinco décadas-, como dice Pérez Nieva, en 1895: "Toda ella es una pura aguja, consta la esbelta torre de cinco cuerpos perfectamente marcados. El primero arranca desde el nivel del suelo y forma parte de la fachada; el segundo tercero y cuarto tienen rasgadas ojivas, de una elegancia suprema, con arabescos y frontis de follaje, rematándolos un antepecho gótico muy fino; el quinto es del renacimiento, con ventanas de medio punto y con cubos en las esquinas, coronados como la cornisa con una balaustrada, y el remate hállase constituido por una pirámide atrevidísima, en la que todo son agujas.

Agujas brotan de los cubos, agujas de la balaustrada, agujas de las aristas del agudo techo; es un haz de agujas de una arrogancia infinita, tan aéreas, que cuando el sol las dora, diríase formadas por rayos de luz". En palabras de Gutiérrez de Bengoa, en 1884: "Tan sutil y bellísimo conjunto termina en una esfera de bronce, cruz y pararrayos. En la ventana frontera del segundo cuarto está el cuadrante del reloj y en los lados del cuarto se ven los escudos con las estrellas del obispo Rojas, en cuyo tiempo, 1550, se concluyó la torre".

En 1219 donó el canónigo don Pedro Peláez Cabeza la campana denominada "Wamba", que según proclama su inscripción "repica en honor de Dios y por la libertad de la Patria, y confesándose lengua de bronce de la iglesia, dice que Cristo truena, suena, vence, reina e impera".

A su lado cuelga la Santa Cruz, fundida en 1539, dice su leyenda "ensalzo al Dios verdadero, llamo al pueblo, congrego al clero, lloro por los difuntos, alejo la epidemia y alegro las fiestas". El Esquilón ostenta lo siguiente "con mi voz sonora/ sirvo en este suelo/ a la que en el cielo/ es emperadora". El resto tienen grabado el año de su fundición: Santa Bárbara 1818; la de Posar 1817; los Timbales, uno de 1748 y otro de 1830.

Seguro que lo que tiene de hermosa lo tiene de sufrida, tenaz, apasionada, con envidiable fuerza vital. A través de los siglos padeció múltiples agresiones, sin consecuencias letales. El incendio de la Nochebuena de 1522, originado por un horno de panadería, abrasó su andamiaje de madera, que por aquellas fechas se construía.

Lo rayos la castigaron con saña. En diciembre de 1575 uno de ellos tantos destrozos causó que el Cabildo, entre otras medidas, solemnizó la fiesta de Santa Lucía. Las chispas insistieron en 1597, 1648, 1723, 1781 y alguna más.

Sin duda lo peor estaba por llegar. Las mayores salvajadas, dignas del yihadismo actual, se produjeron durante los sucesos de 1934 y 1936 en que, a pesar del empeño que los revolucionarios pusieron en derribarla, no fueron capaces de conseguirlo, aunque la torre sufrió gravísimos daños y la Cámara Santa voló por los aires quedando reducida a escombros.

Si tienen ocasión, no la desperdicien, suban y disfruten. La panorámica circular que proporciona esta sobresaliente atalaya es imposible de olvidar. A nuestros pies el Oviedo redondo: Vetusta, Lancia, Pilares?Y a su alrededor el resto, la sierra del Naranco hasta La Mostayal, Gamonal y Gamoniteiro. Cuando estén en lo alto no se aceleren, gocen de este mirador con reposo y sabiduría. Vale la pena.