A la historiadora e investigadora etnográfica Esperanza Ibáñez de Aldecoa Lorente se le ilumina el rostro cuando trata de explicar el origen de los motivos que adornan la cerámica de Faro (Oviedo). Entra de lleno en el misterio de unas piezas de raíces ya milenarias (las primeras muestras son del siglo XI) y cuya inspiración es nada menos que... persa. Habla de "la páxara", el dibujo que lleva siglos repitiéndose en muchas piezas salidas de los numerosos hornos que hubo en este enclave ovetense y de los que hoy sólo queda en activo el de José Luis Vega, Selito. Ibáñez de Aldecoa encontró el insólito punto de conexión entre Faro y el Oriente Medio en un plato de procedencia persa aparecido en Hichapur (India) y fechado en los siglo IX-X. La similitud es enorme y asombrosa. "Es muy curioso observar la leve transformación que tuvieron estos motivos al llegar a Faro. Si en Persia hay un pájaro que se ha comido un pez, en Asturias es un pájaro pez".

Esperanza Ibáñez de Aldecoa se ha convertido en la primera galardonada con el premio "Barbón de Faro" -el barbón es un cántaro de tres asas para recoger el agua-, concedido el pasado 9 de enero por la Asociación de Amigos de la Alfarería de Faro, en la parroquia ovetense de Limanes. Así le reconocían su labor en pro del conocimiento y difusión de la cerámica del lugar, la más antigua de Asturias que aún hoy sigue produciéndose. Todo un símbolo del concejo de Oviedo que lucha por no caer en el olvido. Porque cuando Selito se retire definitivamente no hay continuador a la vista. "La páxara" milenaria, el pez pájaro que lleva en su seno el huevo y símbolo de la fertilidad, habrá muerto para siempre. El proyecto municipal de museo y escuela de cerámica de Faro, previsto para el año que viene, acaso pueda prolongar la vida de este icono sorprendente.

Ibáñez de Aldecoa es plenamente consciente del valor de una industria que ha llegado a nuestros días desde tan lejos, en el espacio y en el tiempo. Se enamoró de ella a mediados de los setenta en una cafetería de Villamayor, Piloña. El propietario, Leopoldo Palacios Carús, atesoraba allí una amplia colección de piezas. Ibáñez de Aldecoa, madrileña de nacimiento, era una joven estudiante de Historia del Arte en la Complutense. Quedó fascinada. Ya salía con quien hoy es su marido, José Arias, pintor, fotógrafo, especialista en cerámica y micólogo asturiano. "Conocí primero la cerámica negra de Faro, que es muy antigua, pero cuando vi que también había piezas vidriadas con motivos decorativos muy diversos, aluciné por completo", explica. Hizo su trabajo de fin de carrera sobre la alfarería de la localidad y obtuvo una beca del Principado para publicar el texto. Durante su trabajo conoció, en los años ochenta, a José Luis Vega, padre e hijo. Los dos llamados igual. Al padre lo apodaban Lito y al hijo, Selito. Éste es el último alfarero que hoy queda vivo en Faro.

Ahora conoce a fondo este arte, que no sólo tomó de Oriente su iconografía. Ibáñez de Aldecoa sitúa en la India el origen de los primeros tornos usados en Faro. Eran de una rueda poco común y se usaron en Limanes hasta principios del siglo XX. "En Portugal también hubo ruedas parecidas, pero la de Faro es la más grande y difícil de manejar, por eso se compara con algún vestigio encontrado en la India". A partir de los años cuarenta, los ceramistas de Faro se cambiaron al torno de pie. La cerámica negra de Faro tiene orígenes castreños, indica Ibáñez de Aldecoa, pero la duda está en el origen de las piezas esmaltadas o vidriadas. "Un estudio llegó a la conclusión de que podría ser del siglo XI, pero no está confirmado, por lo que solemos situarla a partir del XIII", indica esta experta, que defiende la tesis de que la cerámica vidriada es el resultado de influencias artísticas árabes que entraron por el Levante español.

Hoy sólo queda Selito en activo, aunque en Faro, donde la mayoría de los vecinos desciende de alfareros, aún existen restos de cinco hornos de tipo romano de techo abierto. El último de estas características, propiedad del padre de Selito, se encendió en 1974. Son los rescoldos de un esplendor alfarero con el que sólo rivalizaba la producción de Miranda (Avilés). "En la época de Jovellanos había censados más de setenta alfareros en Faro, es decir, que vivía todo el pueblo de la cerámica. Eso era único", subraya Esperanza, que sueña con devolverle al enclave de Faro el esplendor perdido y en convertirlo en una seña de identidad asturiana. "La vajilla de Faro debe estar presente en los restaurantes y en los bares. La páxara debe ser un símbolo. Es nuestra cultura y está olvidada", denuncia Ibáñez de Aldecoa .