El próximo dos de julio, día de su cumpleaños, hará cincuenta que Pipo Cuervo dio su primera clase particular. Lo que empezó como un trabajo de estudiante para ganar un dinero extra, se convirtió en la vocación profesional de toda una vida. La trayectoria oficial comenzó en 1979, vinculada a academias de renombre en la ciudad. Por sus manos han pasado cientos de universitarios que lograron entender las matemáticas gracias un método pedagógico "a la antigua", aderezado con grandes dosis de paciencia. Pipo se curtió en el mundo académico y también en el ambiente ovetense que disfrutó con intensidad hasta estirar la juventud al máximo. Hoy, junto a María Tuero, su mujer, y cuatro hijas casi "de anuncio", Pipo se considera un hombre feliz y afortunado.

De la calle del Rosal a la Avenida de Galicia. "Me persigue la curiosidad morbosa de mis alumnos. Quieren saber cosas de mi, lo que estudié...todo eso. Nunca suelto nada (risas). Hay que mantener el misterio. La primera clase la impartí el día que cumplí quince años, para sacar unas 'perrucas'. Nací en la calle del Rosal, en 1951. Eso entonces era ser 'muy de Oviedo'. Como siempre hablé muy asturiano, algo que estaba claramente mal visto en la capital, mucha gente me preguntaba si realmente era de Oviedo".

La acción de la piqueta que se paró en la avenida de Galicia . "La casa del Rosal la derribaron para hacer otro inmueble. Nos fuimos a la Avenida de Colón y pasó lo mismo. La piqueta me persigue. Después nos instalamos en el 16 de la Avenida de Galicia. Ese edificio sí se mantiene en pie. Soy el mayor de cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas. El segundo le saca siete años al tercero, así que en casa había como dos parejas de hermanos bien definidas".

Pasión por el ferrocarril. "Mi Oviedo es toda la ciudad. Adoro cada rincón. De pequeño la zona de Avenida de Colon y Valentín Masip eran todo prados. Veía los trenes y me volvía loco. El ferrocarril fue mi gran pasión, aún lo es, pero nunca pensé en dedicarme profesionalmente a ese sector. Observar todos los días aquellas máquinas de vapor era un espectáculo. En el Puente de la Argañosa terminaba la línea del tranvía que desapareció en los años 50. Ser profesor fue un accidente. Me fue arrastrando aquello de las clases y cuando me di cuenta habían pasado varios años. Siempre impartí matemáticas, cálculo y álgebra a universitarios. Si me gustan las matemáticas es gracias a los profesores tan malos que tuve. Me empeñé en buscarle la lógica a todo aquello. Me encanta transmitir lo que sé. No sé si es vocación o no".

Privilegiado observatorio del futuro. "Mis alumnos son la mejor ventana para adivinar el futuro que se avecina. El mundo va para atrás, no para adelante. Hay intereses creados. Nos quieren cada vez mas zotes para poder adoctrinarnos mejor. La gente habla de los mercados. Y esos mercados son los estafadores, la mala gente. Esa gente es la que gobierna el mundo. De pequeños éramos quince guajes y un balón, ahora diez críos y doce balones. Había una competición y daban una copa, ahora hay medallas para todos. Así no avanzamos. La gente no se esfuerza. La gran culpa es del método pedagógico. Yo soy del plan antiguo. En la academia a la gente que no rinde le digo, aquí no hay psicólogo, hay que ponerse las pilas."

La fortuna, sin salir de casa."Cuando conocí a María Tuero, mi mujer, ya venía 'curtidín'. Viví, ya lo creo que sí. Fui joven mucho tiempo. Me considero súper afortunado con María y cuatro hijas que aún no me han hecho abuelo. Paula, la mayor, es arquitecto y trabaja en Suiza para Jean Nouvel. Es una de esas jóvenes brillantes a las que la crisis echó del país. Cristina es bióloga, hace la tesis y prepara oposiciones de secundaria. María, la tercera, es Ingeniero industrial y trabaja con una beca precaria. Ana, la pequeña acaba de terminar ingeniería civil. Tratamos de inculcarles que fuesen responsables. No es fácil educar. Alrededor hay mucho ruido".

Los gloriosos sesenta de discos y guateques. "En mi juventud había dos bandos: el de los Beatles y la Coca Cola y el de los Rolling, el mío, que tomábamos Pepsi. La pena es que eran ingleses (más risas). Hace tres años tuve que empezar otra vez en el ámbito profesional. Soy de los que no miran atrás. Noto que me hago mayor a velocidad vertiginosa. Cuando llego a casa ya no hay noticias en la tele y me endemonio menos. El periódico lo leemos por la mañana y lo empiezo por atrás. Me gusta mucho la Fórmula 1 y me espanta el fútbol. Jugué de pequeño, cuando aún era un deporte. Ahora es una religión que quieren imponernos a todos".

Cena y partida anual al "mentiroso" con los amigos "El bloque duro amigos, somos cuatro. Luego están los de la universidad. Íbamos todos los días al San Remo antes de clase y jugábamos una partida al mentiroso, a los dados. Ahora nos reunimos una vez al año, el último viernes de noviembre. Cenamos y luego empezamos. Los camareros se sorprenden. Ponemos una copa y todo para el ganador. Es un ritual casi sagrado".

Peleando por el futuro. "Tengo que ser optimista, tengo cuatro hijas. Sigo peleando para que esto funcione. Rendirse nunca. Los jóvenes perdieron la costumbre de indagar, de buscar las cosas. Antes los alumnos eran más cultos que ahora. La gente pensaba, iba al cine. Me acuerdo del Roxy. A los cinco años ya veíamos películas de vaqueros. Antes de la 'peli', después del No-Do, ponían un corto de Tom y Jerry. Aquello era lo máximo·".

"El punto de cita eran las escaleras del antiguo convento de las Agustinas, en Valentín Masip. Allí leí el primer Capitán Trueno. Vivíamos en la calle. Ahora prima el individualismo. Los hijos únicos no sienten esa necesidad de compartir. Fui al Auseva, en Santa Susana. Un día llegó al cura al colegio diciendo que no fuésemos al campo de Maniobras, en Llamaquique, que se había escapado un león del circo. Salimos todos en manada hacía allí, claro".