Francisco José Huerta empezó a ver la vida desde otra perspectiva a los 17 años. Una rampa era tanto o más importante que sacarse el permiso de conducir y conseguir uno de los diez espacios reservados para personas de movilidad reducida en el antiguo Carlos Tartiere marcaba la diferencia entre un domingo de fútbol y amigos y un domingo pos quimioterapia. Un tumor cerebral con metástasis en la medula espinal no sólo le postró en una silla de ruedas, también le convirtió en un "urbanista a la fuerza". Y de los buenos. En los últimos treinta y dos años ha colaborado activamente en mejorar la ciudad derribando sus barreras arquitectónicas. Lo ha hecho a nivel particular y como miembro de Aspaym (Asociación de Lesionados Medulares y Grandes Discapacitados Físicos de Asturias). Pero, a su juicio, queda mucho por hacer. Los rebajes de las aceras, las rampas en los portales y los comercios, los aparcamientos reservados o la accesibilidad de los edificios públicos están a medio hacer.

Lo mismo opina Jesús Peón, de 66 años y vecino de La Corredoria, que pese a vivir "en uno de los barrios más espaciosos del municipio", insta al Ayuntamiento a revisar buena parte de sus aceras y pasos de cebra: "Lo normal aquí es llegar con la silla a un cruce regulado con paso de peatones, pasar, llegar al otro lado y tener que bordear la acera porque es demasiado alta para subir con las ruedas. Es el mundo al revés del extrarradio".

Peón contrajo poliomelitis en su Torrelavega natal cuando tenía seis meses. "Es como si hubiera nacido así", explica este profesor mercantil que estudió en la Escuela Superior de Comercio de Santander y trabajó como ejecutivo y agente comercial hasta su jubilación hace cuatro años por problemas de respiración. Vive en Oviedo desde 1980 y se considera un afortunado por "ser de los pocos 'PMR' que ha conseguido cotizar treinta años". Insiste en usar el acrónimo de Personas con Movilidad Reducida porque está cansado de leer y oír la palabra "minusválido". "No soy un tiquismiquis del lenguaje, pero desde luego no me considero menos válido que alguien que no necesita silla de ruedas. Cuando veo una injusticia, la digo".

Eso hizo en enero del año pasado durante la jornada de puertas abiertas del mercado de abastos de su barrio, aún hoy sin inaugurar. Se dio cuenta de que el recinto -de 3.000 metros cuadrados- no tiene ascensor que conecte la planta baja con la cafetería del piso superior. Sólo hay escaleras de caracol. Peón se lo dijo a los representantes municipales del PP (el partido que por entonces gobernaba en la ciudad) que visitaron la instalación. "Les pregunté por qué habían hecho eso y cuál era la alternativa. Me contestaron que les había parecido una solución bonita y que ahora habría que pensar en una opción accesible para solventar el problema". A juicio de este vecino de La Corredoria, uno de los grandes enemigos de la accesibilidad son "los parches". De hecho, concluye que "es mucho más difícil corregir un espacio poco accesible o inaccesible que hacerlo bien desde el principio".

Lo mismo opina Huerta, que vive en La Florida y suele desplazarse en su silla hasta el centro de Oviedo "dando algún que otro rodeo para evitar bordillos", salvo los días de lluvia, que coge su coche. Tiene su propia ruta establecida, toma café en "los pocos locales adaptados que hay en la ciudad" y compra la ropa en unos grandes almacenes. Si ve que un nuevo establecimiento accesible ha abierto las puertas, no duda en ponerse en contacto con la gerencia de la aplicación de móvil Tur4all para escribir una reseña. Así los usuarios saben de primera mano a qué lugares pueden ir con su silla de ruedas. "Viajo mucho y esta app me hace la vida más fácil. Vaya, me ofrece atajos y me ahorra dar mil vueltas para llegar a una dirección determinada o sentarme a tomar un vino". Nunca va al Palacio de Congresos y Exposiciones "Ciudad de Oviedo", más conocido como Calatrava, ni al centro comercial que está en el bajo. Las principales rampas de acceso se lo impiden porque "son como el Everest". El máximo legal de inclinación en este tipo de recintos es del 6 por ciento, pero en el edificio del barrio de Buenavista "supera el 20 o el 25 por ciento". Para Francisco, no basta con decirlo, tiene que demostrarlo. De manera que intenta subir la cuesta que comienza en la calle Arturo Álvarez Buylla haciendo un enorme esfuerzo. No puede. Opta por el único camino posible; accede al Calatrava desde la calle Policarpo Herrero, junto al hotel del edificio. Eso le obliga a pasar entre dos apoyos del inmueble separados entre sí por un espacio que permite el paso de una silla de ruedas "de milagro" y que está lleno de pintadas y graffitis. "Alguna compañera de Aspaym se niega a pasar por aquí cuando está oscureciendo porque le da miedo", asegura Francisco, que recuerda con nostalgia otro tiempo en el que iba regularmente a Buenavista a ver al Oviedo.

"Antes de mi enfermedad jugué en equipos asociados al Oviedo, como el del colegio Loyola. Allí coincidí con Luis Enrique, entre otros jugadores. Luego empecé a ir al campo los domingos en silla de ruedas para intentar olvidar que mi vida pendía de un hilo. El tumor en la médula espinal apareció y desapareció durante diez años. Mi futuro era incierto", explica Fran, que sigue siendo fiel a su equipo y va a verle al nuevo Tartiere cada vez que juega en casa. "El estadio es un ejemplo de accesibilidad, con algún que otro problema mejorable en el entorno de la Ería. Pero vamos, ya quisieran tener este campo en Valencia. El Mestalla es justo lo contrario".

Francisco también le da un sobresaliente en accesibilidad al transporte urbano del municipio y a la adaptación de los locales de ocio a la nueva ley de terrazas "porque deja mucho más espacio para pasar a las personas con problemas de movilidad". A la instalación de rampas en el teatro Campoamor y en el Filarmónica le da un aprobado raspado. "Ya era hora de poder comprar entradas en las taquillas sin necesidad de pedirle a alguien que te saque los tiques a la calle, pero la rampa del Campoamor tiene su grado de dificultad". Los usuarios de sillas de ruedas deben subir de un tirón la cuesta al carecer de remate o bordillos. "hemos solicitado al Ayuntamiento que resuelva el problema", aclara Francisco mientras baja la rampa de las taquillas en la calle Pelayo.

El suspenso se lo lleva el mantenimiento. "Los rebajes, las rampas y los bordillos se están degradando y el deterioro será imparable si nadie hace nada", comenta este ovetense de 49 años, para quien es urgente que los técnicos municipales "vayan barrio por barrio" arreglando los desperfectos o "será demasiado tarde y el desembolso mucho mayor".

Jesús se encuentra en La Corredoria con su amigo, Ángel Rodríguez, que también usa una silla de ruedas eléctrica. "Ponga usted en el periódico que el Ayuntamiento siempre se ha portado muy bien con nosotros, pero que lo del entorno de la calle Josefina Argüelles está fatal porque es un laberinto para los discapacitados". Ángel da un rodeo de tres o cuatro calles para llegar a su destino cuando el resto de gente sólo cruza un paso de cebra. Jesús asiente y añade: "La estrechez de la calle Corredoria, frente al centro social El Cortijo, es otro problema que viene de lejos. Si paso yo con la silla, los viandantes tiene que bajar. Tampoco es accesible la senda de Les Matuques, en Prado de la Vega, que está llena de escalones. Monten en una silla y vengan al extrarradio".