Miriam Vara sólo es capaz de permanecer quince minutos seguidos en su piso de la calle Celestino Mendizábal después de haber tenido las ventanas abiertas durante cinco días, mañana, tarde y noche. Pasado el cuarto de hora, sale al pasillo del edificio para recuperarse del hedor. El lunes entró acompañada por la Policía Local y trabajadores de la Sociedad Protectora de Animales de Oviedo porque un vecino le dijo que "desde noviembre oía muchos ladridos, pero a ninguna persona" y porque además fue incapaz de ponerse en contacto con sus arrendados -dos hermanos de menos de treinta años- que, siempre según su versión, le deben dos meses de alquiler (febrero y marzo de este año) y varios recibos de agua y luz.

"Me puse a llorar como una magdalena en cuanto la policía abrió la puerta", explica la propietaria algo más calmada, pero aún en estado de schock "por ver el pisín así". En esta casa de dos habitaciones, salón-cocina y baño hay heces y basura repartidas por el suelo, los muebles, los colchones, las cortinas e incluso la encimera, junto a los fuegos. Dos perritas y un gato se escondieron entre los muebles desvencijados en cuanto vieron llegar a tantas personas, aunque al rato se dejaron coger dócilmente.

El albergue municipal de animales se hizo cargo de ellos en un primer momento. Según sus responsables, "estaban en buen estado y se notaba que habían comido, así que no se puede hablar de abandono. De hecho, debieron dejarles agua y comida en abundancia". Uno de los jóvenes, dueño de las mascotas, dio su consentimiento para dar en adopción al gato y a una de las perritas, mientras que decidió quedarse con la otra. "Seguimos la normativa vigente, por eso ya hemos dado a los dos primeros animales y estamos esperando a que el chico venga a por la perrita que queda, que tiene chip", matizan desde el albergue de la Bolgachina. .

Al abrir un cajón del piso de Pumarín aparece una hamburguesa a medio comer, el suelo cruje por el pienso y el resto de desperdicios -orgánicos e inorgánicos- están sueltos o dentro de bolsas de basura apiladas. Pero lo peor es el mal olor. "No pienso en lo que costó amueblar o pintar. Es oler esto y ponerme de los nervios". Miriam es profesora de Educación Física a media jornada en un centro de Ribadesella. Vive en Gijón con su hijo y el dinero de la renta -300 euros- para ella no es un capricho. Espera recibir el atestado policial sobre el inmueble para poner una denuncia en los juzgados. "Los agentes sacaron fotografías de todo y tomaron nota", cuenta la joven, que además decidió cambiar la cerradura "para evitar sorpresas".

Cinco días después de descubrir que su casa se había convertido en una pocilga, todavía no la ha limpiado porque "creo que necesito ayuda profesional y voy a esperar a interponer la denuncia". Una empresa de limpieza a domicilio le ha ofrecido sus servicios a través de las redes sociales. Y es que Miriam ha contado su caso en internet. "Me ha escrito mucha gente para solidarizarse, pero claro, este marrón queda para mi familia y para mí".