"En menos de veinticuatro horas me han dicho que no puedo abrir mi tienda, luego que sí, y ahora otra vez que no. Esto ya parece cachondeo". La propietaria de la zapatería La Cúpula, en la esquina de la calle Uría con Melquíades Álvarez, no sabía ayer a qué atenerse tras las vallas azules que hay en el perímetro de seguridad de los edificios incendiados en el centro de Oviedo. Un funcionario municipal comunicó el domingo por la tarde que podría abrir su negocio el lunes sin temor alguno, pero cuando fue a las diez de la mañana a levantar la persiana, la Policía Local le dio el alto. "Me han dicho que a dónde voy. Pues a trabajar, ¿no te digo?".

Patricia González se quedó allí esperando una contraorden que nunca llegó. "Le había pedido al funcionario que me pusiera por escrito que el inmueble era seguro porque tengo que velar por la integridad física de mi empleada y de mí misma. Pero no me ha dado ningún papel, ni me ha dejado entrar". La dueña de la zapatería -un negocio con solera fundado en 1956- se enteró mientras esperaba detrás de la valla de que tampoco hubiese podido vender ni un zapato aunque le hubiesen dejado abrir. "¿Sabe usted que no hay luz?". La noticia se la dio otro de los inquilinos del edificio, en el número 60 de Uría. Era el abogado Joaquín de la Riva, que lleva cinco días sin ir a su despacho porque el inmueble está clausurado por seguridad. "Marco el número de teléfono que el Ayuntamiento ha habilitado para los afectados (608.20.09.02) porque necesito saber cuándo voy a poder volver, pero no tienen ni la más remota idea", explicó el letrado, que califica la actual situación de "caos organizativo".

La dueña de la zapatería tiró la toalla a media mañana. "No voy a seguir esperando. No tiene sentido abrir una tienda en el desierto". Patricia se dio cuenta además de que nadie pasaba por delante de su negocio. La Policía Local valló el entorno de forma que sólo se podía ir hasta La Cúpula o al portal 60 de Uría pidiendo permiso, y los osados que lo lograban debían volver por dónde habían entrado. "Ya tienen que gustarte mis zapatos para hacer algo así", ironizó la dueña, que en los veinte años que lleva al frente de la tienda que montó su abuelo jamás había tenido pérdidas económicas por cierre forzoso. "No sé cuantificar lo que pierdo, pero es mucho y creo que lo mejor será pedir indemnización por daños y perjuicios".

Lo mismo le pasa a Carmen de Castro, que ayer abrió por primera vez su perfumería del número 23 de la calle Melquíades Álvarez tras salir corriendo de ella el jueves. Los vecinos de esta casa fueron ayer los primeros realojados del entorno, cuatro días después de que se desatase el incendio. "Dependo de las ventas diarias para hacer frente a los pagos de mi negocio. El día veinte hago frente a los impuestos y el cierre me ha venido fatal. Si no llego a abrir hoy, no sobrevivo". Por eso, Carmen quiere que el Ayuntamiento o "el seguro que corresponda" le compense las pérdidas económicas.

La confusión también afecta a los repartidores, y no solamente a los proveedores de las tiendas de la zona. Justo Lobo dio ayer unas cuentas vueltas y rodeos hasta que pudo entregar las bombonas de butano que le habían encargado en Uría, en Melquíades Álvarez y en la calle Independencia. Con la carretilla a cuestas, le rogó a los agentes de la Policía Local que le dejasen pasar tras acreditar que las bombonas tenían un destinatario. Algo similar les pasó a los carteros, que entregaron varios paquetes y cartas certificadas al aire libre porque no les quedaba más remedio tratándose de los vecinos de los edificios clausurados.