Tras definir en el artículo anterior los síntomas y orígenes de la agorafobia, podríamos pensar que éste trastorno irá desapareciendo gradualmente no haciendo caso a las reacciones de miedo "condicionado" y saliendo a la calle. Realmente es así, pero el problema radica en que entre la teoría y la práctica, en este caso, hay un largo tramo.
Principalmente porque ante el temor a las reacciones de pánico, la persona con agorafobia evita los lugares en donde se producen, con lo que "refuerza" el miedo condicionado: cuanto más se evitan las situaciones, más fuerte se hace el pánico.
Otro de los grandes errores por parte de los que conviven con una persona con agorafobia es pensar que puede ser de ayuda proporcionarle todo lo que necesita, de forma que no tenga que salir de casa. Y en caso de tener que salir de casa tener siempre a su disposición una o dos personas, para hacer que se sienta mejor ante las situaciones que le atemorizan. Evidentemente, lejos de solucionar su problema, estamos reforzando este hábito, llegando así a evitar las situaciones o los lugares problemáticos.
Cuando la persona con agorafobia está atemorizada, tiene la sensación de que el miedo comienza y persiste sin ninguna razón, y que, además, no puede corregirlo. Por eso, hay una tendencia a mantenerse en estas sensaciones, empeorándolas.
El afectado puede sentirse mareado o sin aliento; notar una sensación de debilidad en sus piernas o sentir los latidos de su corazón.
Algunos tienen la sensación de que todo es irreal, como si fuera un sueño. La preocupación por estas sensaciones va reforzándose más y más, convirtiéndose en una costumbre.
Es sumamente fácil caer en este círculo: primero, sentir temor, después, preocupación por los sentimientos de miedo. Algunas personas piensan que pueden hacer el ridículo en público, que pueden marearse o ponerse enfermas o desplomarse y quizá lastimarse; incluso temen una pérdida permanente de control.
Pues bien, las personas agorafóbicas no tienen más probabilidades de que les ocurra esto que cualquier otra persona.
Hay que empezar haciendo lo contrario de lo que se hace en estos casos. Hay que enfrentarse a las situaciones que producen miedo, poco a poco, de forma gradual, una y otra vez, hasta recuperar la confianza en sí misma.
El miedo ha estado desarrollándose durante mucho tiempo; por eso, también hará falta tiempo para librarse de ese miedo sentimiento.
El miedo irá desapareciendo acudiendo de forma escalonada a esos lugares que provocan el rechazo. En otras palabras, la persona que tiene agorafobia deberá "readquirir" la costumbre de salir todos los días a pasear por la calle,; ir de compras, montarse en autobús o hacer cualquier otra cosa que le dé miedo. Naturalmente, no debe esperar poder hacer todo desde el día en el que comienza el tratamiento.
Cada situación que le da miedo debe afrontarse por etapas, paso a paso. Así, poco a poco, haciendo primero las cosas que le resulten más fáciles y dejando para más tarde otras más difíciles, irá adquiriendo la confianza que necesita. Al principio, puede asustar tener que enfrentarse a situaciones que se han evitado durante mucho tiempo. De todos modos, hay que asumir que se sentirá algo de miedo y precisamente por eso hay que tener previsto el modo de superarlo. Esto no significa que haya que forzar la situación hasta el punto de sentir un pánico exagerado, pues todo empeoraría, sino de experimentar "algo" de miedo sin asustarse por ello. Este es el punto clave del tratamiento.
Si se actúa así, sin "escaparse" de esas situaciones que asustan, el miedo, poco a poco, desaparecerá para siempre. La persona con agorafobia es quien tiene que hacer frente y resolver los problemas. Para ello puede contar con la ayuda de personas cercanas. Pero esas no pueden hacer las cosas en su lugar. Sólo así, la persona con agorafobia será de nuevo un ser humano independiente.
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