Hay quienes sostienen que, para conocer verdaderamente una ciudad, hay que contemplarla con perspectiva, desde lo alto. Y, en el caso de la capital asturiana, esto implica alcanzar la cima del Monte Naranco, una superficie situada a 600 metros de altura, con 31 hectáreas de espacio libre, sobre cuya falda meridional, Oviedo se asienta y respira. "Tengo un amigo de Oviedo que me recomendó subir aquí, y la verdad es que es una pasada", explica el vallisoletano Rafael Herrero mientras dispara su cámara fotográfica.

Son muchos los que piensan algo parecido. Llueva o nieve, pero, sobre todo, si hace sol, la pureza del aire que recorre la sierra, la belleza de su paisaje y la grandiosidad de los monumentos prerrománicos que alberga llaman a la tranquilidad, despiertan los sentidos y el interés del turismo, y generan un polo de atracción sin parangón de la población urbana hacia el campo. Desde hacer senderismo, hasta pasar una tarde agradable en medio de la naturaleza, sus posibilidades de ocio y ejercicio son ilimitadas. El Naranco, emblemático pulmón verde de la ciudad, es un monte multiusos.

Por eso, allí, en su cima, desde donde el monumento al Sagrado Corazón abraza simbólicamente a la ciudad, cuatro chavales, llegados de Cuenca y Madrid, se abrazan a su "GoPro" tras alzarse de un salto al pedestal sobre el que se apoya uno de los 283 vértices geodésicos del municipio de Oviedo.

Desde allí, Héctor Torre, Diego Fernández, Pablo Olivares y Ricardo Olivares pretenden registrar su posición geográfica exacta, y dejar constancia de que han completado la visita a la ciudad. Los puntos geodésicos sirven para elaborar mapas topográficos y forman una red de triangulación entre sí que estos jóvenes aspiran a recorrer. "Mientras algunos buscan Pokémon, a nosotros nos da por perseguir puntos geodésicos", comenta Héctor Torre, entre risas y en un guiño a la aplicación móvil que más fuerte ha pegado este verano. Entre tanto, Rafael Herrero aprovecha las idas y venidas de turistas para disfrutar de su afición por la fotografía. En cuanto el Sagrado Corazón se despeja de gente, enfoca y captura las "increíbles vistas" de la ciudad que dispensa la cima del Naranco. Las mismas con las que Pepa López se maravilla de reojo, mientras logra vencer su miedo a las alturas. "Nos ha traído mi marido, un loco que no ha tenido en cuenta el vértigo que tengo", bromea la sevillana afincada en Fuengirola.