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El jardín del macetero universal

Una bicicleta, un par de botas de goma o un avión de madera han sido convertidos en contenedores para las plantas que Alejandro Botrán cultiva en su parcela de Tudela Veguín

Alejandro Botrán, en su peculiar jardín. Irma Collín

"Soy escayolista, y como no hay donde poder trabajar me puse en el jardín para entretenerme". Ésta es la razón que ha movido a Alejandro Botrán, vecino de Tudela Veguín, a comenzar a construir un pequeño pero singular jardín. "A mí no me gusta pasar la vida en el bar, tomo un vino y luego estoy toda la jornada en mi parcela cultivada", afirma Botrán, que con su dedicación ha conseguido llamar la atención de todos los que pasan por la localidad. "Disfruto muchísimo, y toda la gente que pasa por aquí me felicita", explica.

Lo que diferencia este "jardín del tiempo" de otra parcela de cultivo cualquiera es la originalidad con la que Botrán crea y decora los maceteros que contienen las diversas plantas. "No me llama la atención usar tiestos normales, prefiero crearlos con materiales reciclados", señala. Entre ellos hay calderos y lecheras antiguas, botes de cola de parqué, tuberías, un par de botas de goma... "Los hago yo todos y luego los conservo. El que más llama la atención es un avión de Iberia que hice con madera, un bote de café, y botellas de agua para las hélices", señala el veterano escayolista transformado en jardinero artístico.

El avión no es el único medio de transporte representado en el jardín: "Tengo una bicicleta que también uso como macetero, y que tendrá unos 40 años, pero sigue en perfecto estado".

En lo referente a la plantas, la variedad es notable. "La más vistosa es el larricino, por su color rojizo. Pero no hay que olvidar que es venenosa, no se puede comer", matiza Botrán. Además, hay girasoles, de los que saca pipas que sirven de aperitivo, fisalis, jazmín, sulfinias, claveles, y muchas otras. "Tengo guindillas en un pequeño tiesto. Son comestibles y saben muy picantes", relata.

Pese a la enorme variedad, apenas le exige gasto económico. "La gente me regala la mayoría para que yo lo plante. También suelo regalar plantas a la gente una vez están crecidas. Es un intercambio constante y muy bonito", apunta Botrán, mientras extrae unas pipas del girasol y se las ofrece a los que se paran delante. "Lo único que me exige el jardín es pasar mucho tiempo aquí y cuidarlo. No gano ni pierdo dinero con él, es un hobby que me hace feliz, y seguiré mientras no tenga trabajo", afirma.

Los visitantes son bienvenidos al jardín del tiempo, un lugar con una mística especial, donde Alejandro Botrán se ha convertido en artista, poniendo toda su capacidad al servicio de la jardinería, y logrando hacer algo diferente. Esta parcela, cedida por Renfe y un amigo del propio Botrán, le ha dado la vida. Cada día continúa feliz con su labor, creando nuevos maceteros, plantando, viendo crecer y regalando una vez crecen lo suficiente. También viendo pasar a los visitantes, a los que recomienda "venir de noche porque el jardín se ilumina con luces que se cargan duramente el día con el sol, y está mucho más bonito".

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