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Manuel Arandojo | Comerciante, experto en máquinas de coser y propietario de una colección con 300 piezas

"Me jubilé y regresé al trabajo, sólo por no ver mi tienda cerrada"

"Pasé la infancia en Allande; éramos siete hermanos y apenas fui al colegio"

Manuel Arandojo, en la calle del Rosal. L. Murias

Manuel Arandojo Villasonte lleva su origen escrito en los dos apellidos, que delatan una genuina procedencia suroccidental. El Arandojo paterno viene de San Antolín de Ibias y el Villasonte materno de Pola de Allande. Precisamente nació en tierras allandesas en 1936, en plena Guerra Civil. Las cosas estaban tan difíciles en aquellos momentos que tuvo que esperar a los cuatro años para ser bautizado. A los 17 años se vino a Oviedo, la ciudad en la que finalmente se asentó y donde fundó un negocio especializado en máquinas de coser, que más parece un museo que una tienda. Manuel Arandojo es también un ejemplo de amor a su profesión. Esa pasión llega al punto de que tras haberse jubilado regresó al trabajo, todo con tal de no ver su tienda cerrada.

La guerra y el bautizo tardío. "Me bautizaron cuando ya tenía cuatro años, no quedó más remedio. Durante la guerra los curas estaban escondidos por miedo a ser asesinados. Fuimos siete hermanos y me crié con ellos en Cornollo, un pueblo de San Martín de Valledor, en Allande. Allí estuve hasta los 17 años. Todos ayudábamos en las tareas del campo. Mis padres tenían una buena casería. Apenas fui a la escuela. En el pueblo no había. Cuando quisieron ponerla los paisanos dijeron que no, que los niños daban mucha guerra y la llevaron a Paradas, donde todo el invierno estaba nevado. Así eran las cosas entonces".

Quejarse sin motivo. "Muchas veces me pregunto de que se lamenta la gente tanto, hoy en día tienen de todo. El problema es que realmente mucha gente no quiere trabajar. En el momento en que les mandas hacer un par de horas más ponen pegas. En aquellos años de la infancia no teníamos muchas cosas materiales, pero los recuerdos que tengo son extraordinarios. Disfrutábamos de buena salud, jugábamos y nos divertíamos. Teníamos mucho ganado y lo cuidábamos, con eso ya éramos felices".

La llegada a Oviedo y la marcha a Suiza. "Me vine a Oviedo con mi hermana mayor, que ya estaba instalada en la ciudad, para trabajar en la construcción. Llegué a ser oficial de primera. A los 24 años me marché a Suiza a trabajar en una empresa de carrocería desmontando puertas de coches y lunas. Todo eso sin saber idiomas y sin estudios. Allí, en 1963 , me casé por poderes con mi mujer, María Davinia Ruisánchez, que es de Llanes. Ella se vino a Suiza y estuvimos un año. El clima no le sentaba muy bien y volvimos a Oviedo. Nunca nos arrepentimos".

El "flechazo" con las máquinas de coser. "Nos instalamos en Oviedo y cogimos una tienda de ultramarinos. Entonces tuvimos la primera hija y fue cuando yo empecé a trabajar para la casa Sigma, con mucho éxito. Luego Alfa me ofreció la tienda que tengo actualmente. Mi mujer aprendió a bordar a máquina y daba clases para enseñar a jóvenes y señoras que quería aprender. Los dos llevábamos el negocio. Tuvimos dos hijas y un hijo. No creo que ninguno siga nuestros pasos. El chico es ingeniero técnico industrial y ellas funcionaria y economista respectivamente. También tengo una nieta de 18 años y un nieto de tres y medio. Yo nunca disfruté de unas vacaciones y no quiero esa vida para ellos. También es verdad que a mi el trabajo es lo que más me gusta".

Cuando la calle del Rosal era muy tranquila ."A la calle de Rosal llegué hace 45 años. Entonces era una calle tranquila. Luego empezó la llenarse de locales para la juventud. Se está bien allí. Es muy céntrica y cada vez van poniendo negocios de mas categoría. Los jóvenes salen pero ya no es como antes".

La evolución de las máquinas, pareja a la sociedad. "Las máquinas de coser han evolucionado mucho. Ahora son electrónicas. Mucha gente se interesa ahora por las antiguas. La calidad que daban es especial. Entre la tienda y la casa tengo más de 300 máquinas de todo tipo. Cuando iba por los pueblos a vender la gente me pedía que recogiera las viejas. Las que estaban bien las reparábamos y las guardábamos en la misma caja que la nueva. Aquellas Alfa de hace 50 años son fabulosas".

Un joven profesional de 80 años. "No sé si habrá muchos casos como el mío en España. Seguro que no. El caso es que yo me jubilé con la edad correspondiente y arrendé la tienda. Hace tres años me quedo libre y con tal de no verla cerrada me di de alta de autónomos. Así que regresé al trabajo. Y no es que me aburra, tengo bastantes aficiones, pero me daba pena dejar esto cerrado. Lo más importante en este negocio es saber manejar y reparar las máquinas".

Años de buenas ventas. "Recuerdo que cuando empecé en la casa Sigma vendía cuarenta maquinas al mes. Había días en los que despachaba tres o cuatro. Luego la cosa fue bajando. Iba a vender por toda Asturias, hasta a Cangas de Narcea, con mis hijos y mi mujer en el coche".

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