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Un apasionante viaje por Vegalagar

Gerardo Álvarez, en Cangas del Narcea, con su libro en la mano. lne

Una tarea magistralmente rematada, una faena de largas y largas horas de archivos, una obra bien hecha. Tal es libro que quiero comentar aquí y ahora, cumpliendo con una obligación que me he impuesto con respecto a mi buen amigo Gerardo Alvarez Lago, de la Casa de Murgueiro, en la parroquia canguesa de Santa María Magdalena de Vegalagar, en tierras del Narcea y, más concretamente, en las que baña el río del Coto, en el antiguo Arciprestazgo de Naviego.

Por varios años he venido siguiendo la labor callada, constante y y meticulosa de Gerardo. No sabía el alcance que él iba a dar a las numerosas notas que iba acumulando, sin pausa ni descanso. Por eso fue casi una sorpresa para mí, cuando, en el pasado mes de julio, se acercó a mi despacho en el Archivo Histórico Diocesano y me dijo: "Estoy a punto de que termine la impresión de la Historia de Vegalagar, que vengo preparando de varios años acá".

Añadió: "La está imprimiendo el impresor avilesino Benjamín Lebrato (le interrumpí para decirle que, por cierto, es gran amigo mío). Vengo a decirle que me sentiría muy honrado de que accediera a presentar esta pequeña historia de Vegalagar, en Cangas de Narcea".

"Honrado y muy honrado me siento yo y te agradezco mucho que hayas pensado en mí, porque, con ello, tengo oportunidad de realzar el Archivo Histórico Diocesano, donde tantas horas hemos simultaneado, en busca de las raíces cristianas, tú de Vegalagar y de la comarca narceína y yo, de muchas parroquias de Asturias entera", le dije.

Aquella encomienda que asumí pude cumplirla con satisfacción, compartiendo palestra con María Josefa Sanz Fuentes y con Sergio Gómez Alvarez, el prologuista de la obra.

El autor del libro, mi amigo Gerardo, nos expresó que había pensado esta historia de su parroquia como una investigación sobre la vida e historia de Combo y, en particular, de la Casa de Murgueiro, donde había visto la luz primera.

La necesidad de ahondar en las raíces del entorno es lo que ha ocasionado esta bellísima Historia, con que Gerardo ha obsequiado a sus convecinos y cofeligreses, sirviéndoles, como en bandeja bien abastada, tantas vivencias, tantas peripecias, tal cúmulo de noticias de su queridísima parroquia de Santa María Magdalena de Vegalagar.

Seguramente que las demás parroquias de Cangas del Narcea, cuando se encuentren con los feligreses de Vegalagar, en la Viña, en la Artosa, en Monasterio del Coto, en Combo del Coto y en Vegadorrio podrán decir con sana envidia: "¡Qué lastima no tengamos un Gerardo para que nos haga nuestra pequeña Historia!" Una a una, en efecto, todas las Parroquias narceínas, podrían dar para una Historia, bien repleta de acontecimientos y de vivencias a no poder más, como para hacer aflorar las respectivas historias, cual la que ha amasado entre sus dedos, a base de pluma y ordenador, nuestro amigo Gerardo, volcado en la Historia de Vegalagar o Veigachagar, pronunciación que él defiende.

Hace años que llegó a mis manos la copia de una carta de Ramón Menéndez Pidal, buscando testimonios de pronunciación de algunos fonemas, entre los que destacaba la "ll", indagando de su corresponsal, cuáles eran los pueblos donde todavía se pronunciaba la "elle", como en castellano y dónde empezaba a pronunciarse "Che" o "tche".

Así tendríamos "Veigachagar", que dicen los vecinos. ¡Cuánto me agrada que Gerardo rechace, por inventado, el nombre aprobado oficialmente, en 2008, introduciendo un "Veigallagar", que no existe más que en las mesas de la oficialidad, en este caso no afortunada!. "La Veiga", el "tchagar" o "chagar", representan alusiones todas al vino, cuyas cosechas debían de ser abundantes, como lo refleja el dicho referido a esta parroquia narceína": "acabóuse el vino en San Tiso, vamos pra Veigachagar". Allí se suponía que lo habría en mayor abundancia.

No quisiera dejar sin desmenuzar un poco los contenidos de esta Historia de Vegalagar, libro que, similar, ojalá tuvieran todas las parroquia asturianas. Los protagonistas, sin duda alguna, son los vecinos y feligreses de esta feligresía.

Me fijaré en unos aspectos, que más tocan a las fibras de mi sensibilidad, con los que me identifico muy cordialmente. Obviamente resaltaré los aspectos de vivencias religiosas, que rezuman por todo el libro. Destaco el mundo de las Capillas, con sus patronos, con sus vivencias festivas, que ofrecen una visión lúdica de la existencia. Fundadas por nuestros mayores, por nuestros ancestros dieron cauce a los sentimientos de religiosidad, de que el ser humano no puede desentenderse. Me he sentido siempre atraído por esas capillas o ermitas de la piedad popular, que se levantan en nuestros pueblos, hondamente sentidas como un patrimonio de toda la comunidad.

Destaca Gerardo en su libro, la de San Bartolomé y San Antonio en Monasterio del Coto, fundada en 1769 por Don Bartolomé Fernández-Uría, trasladada al lugar actual en 1826, a consecuencia de las crecidas del arroyo de la Regueira. Sus capellanes pertenecían a la familia de los Uría.

Me agrada también mencionar la de la Virgen de los Remedios, con su romería del ocho de septiembre, que atraía, amortajados, romeros de Valledor y de Ibias. Cito también la de Santa Eulalia de Combo.

Las fundaciones de estos lugares de culto, amplifican el conocimiento de la vida de piedad popular o privada, que tanto significan para los parroquianos o feligreses en los núcleos de población, que tienen alejadas sus iglesias parroquiales. En ellas se reunían los mayores para rezar el Rosario, para el Viacrucis de Cuaresma y para "rezar la bulda", cuando había algún difunto en el pueblo o en la Parroquia y para celebrar las fiestas patronales. Con gran fruición leo en el libro de Gerardo el minucioso capítulo que deja constancia de un personaje que, en toda la trayectoria de la vida parroquial, participa de las inquietudes religiosas y sociales de la feligresía. Me refiero al cura párroco, capítulo que sugerí a Gerardo, que no faltara en su libro, dado que contaba con datos más que suficientes, que, solo con ordenarlos, testimoniarían una vida religiosa y espiritual compartida con sus feligreses, bautizando, casando y rezando por los difuntos, administrándoles los Santos Sacramentos al fin de sus vidas: la confesión, el viático y la unción de los enfermos.

El párroco cuidó del mantenimiento de nuestras tradiciones en las fiestas, hizo sonar la campana en nuestros pueblos, para convocar a los feligreses al culto religioso, participó inquietudes, solucionó problemas económicos a muchos feligreses con sus limosnas.

Ese parocologio ininterrumpido, desde el año 1597 con Don Pedro de Llano hasta el actual Don Juan José emociona por su donación y entrega .

Quiso destacar a Don Avelino Rodríguez, también muy buen amigo mío, por su amistad y afecto personal. Visitas pastorales, cofradías, capellanías y fundaciones pías, una vivencia religiosa, en fin, hecha presente, tal es esa vida religiosa que me ha conmovido en esa "Historia de Vegalagar".

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