Por sorpresa, las calles del centro se iluminaron con las clásicas luces navideñas. Fue un encendido en la clandestinidad. Sin previo aviso, sin ceremonia, un ritual de hechos consumados. De pronto, al oscurecer, los ovetenses supieron que la Navidad había llegado. ¿A todo Oviedo? No. Solo a un ramillete de calles del centro; todavía hay barrios que ni las tienen instaladas. Resulta que una de las empresas que concurrió al concurso y no lo ganó había recurrido la adjudicación. El Ayuntamiento, temeroso de un escándalo mayúsculo si el proceso se dilataba, tiró de contrato menor con invitación a tres empresas y contrató la instalación de las bombillas. Va lenta. "En los próximos días se encenderán más", dicen fuentes municipales que lamentan la situación. Esta misma semana, la empresa implicada retiró el recurso. La situación debería normalizarse pronto.

Con la sorpresa de las luces, la atracción navideña de ayer fue la pista de patinaje sobre hielo instalada en la plaza de la Catedral. En la primera jornada abundaron las familias con niños, las pandillas de jóvenes y muchos Erasmus de paso por la Universidad.

Algunos llevaban años deseando volver a lanzarse a la pista. Hacía dos que Sonia Agüera no se deslizaba sobre el hielo. La última vez fue en la pista instalada en la plaza Porlier. Ayer fue una de las primeras en adentrarse, ya por la tarde, con su hija de siete años, Lucía Sánchez. A partir del día 22, cuando comiencen las vacaciones escolares, madre e hija piensan pasar muchas mañanas patinando.

La instalación, con una pequeña pista descubierta para los niños de tres a seis años, abre a las diez de la mañana y cierra a las diez de la noche. Ayer por la tarde se formaron colas a la entrada para acceder al interior. A los que quieren disfrutar de la experiencia de deslizarse sobre el hielo con la pista despejada, David Martínez, el director de Proasur, la empresa que la explota, les aconseja ir estas primeras mañanas. Martínez estuvo ayer a pie de pista y explicó que con la entrada por quince minutos y un aforo de cien personas logran una rotación más ágil. Durante la tarde de ayer, según el directivo, "el goteo de gente fue continuo".

Paula Rodríguez y Raúl Mestre acudieron con su hija Kayla, de cuatro años. "Es muy divertido", contaba la chiquilla a la salida. Había empezado a moverse por la pista con ayuda de un pingüino, un muñeco que sirve de apoyo a quienes temen perder el equilibrio, pero acabó patinando sola. Su madre puso cierto reparo a los precios: "Diecisiete euros por media hora para tres personas es mucho dinero", pero agradeció que los patines sean nuevos y valora la posibilidad de pagar alguna clase. "Volveremos", aseguró.

El texano Norman Leiba y su amiga austriaca Lina Klapal se tropezaron con la pista por casualidad. Él no tiene muchas oportunidades de deslizarse sobre el hielo: "Vivo en un desierto", bromeó, pero ya había probado la experiencia en su país. Lina Klapal tuvo una caída, de la que salió ilesa y que acabó en risas.

Lo de las caídas está a la orden del día. Drina Alina se vino abajo en tres ocasiones en media hora, a pesar de ir de la mano de sus amigos. También tropezones en el grupo formado por Ángela Fernández, Andrea Vega, Janina Iglesias y Jennifer Neugebauer, alemana y de Erasmus en Oviedo. No les importó mucho. "Hemos estado media hora y cuando lo pasas bien, se hace tan corta...", admitió Janina.