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La hostelera ovetense que vive para pelear

"Cuando salto al ring me siento feliz, necesito que la adrenalina me haga cosquillas en las venas", afirma Carolina Canal, de 32 años, única boxeadora federada de la capital

La ovetense Carolina Canal Romero luce grabado en su pecho esta leyenda: "Mi vida es el boxeo". Escrito y cumplido. Para esta hostelera de profesión, subirse al cuadrilátero es mucho más que un deporte. "Es toda una forma de vida", comenta satisfecha. "Cuando salto al ring me siento feliz". Tiene 32 años, practica el boxeo desde hace algo más de ocho y es la única mujer federada en este deporte en la capital.

¿Por qué boxeadora? "Porque siempre me encantó. A medida que pasan los años me siento más enganchada". Pero no tiene fácil disputar combates. Su peso -cuarenta y ocho kilos- sólo le permite competir en la categoría de minimosca, en la que aquí hay pocas chicas con las que medir fuerzas. "Por eso tengo que ir a boxear fuera de la región". Ya ganó varios combates.

Delgada, muy ágil, casi hiperactiva y con los brazos totalmente tatuados, se mueve tras la barra del bar en el que trabaja, cerca de la ovetense plaza de la Gesta, con soltura. Parece que está siempre alerta, como si tuviera que esquivar un golpe en el momento menos esperado. Eso sí, no abandona la sonrisa, incluso cuando un cliente faltón que sabía que era púgil la provocó. "Además, creo que le faltaba un verano".

Si algún día no puede entrenar, los nervios la consumen. "Necesito que la adrenalina me haga cosquillas en las venas, y sólo lo consigo intercambiando golpes". "Lo más importante es tener la cabeza bien amueblada, porque te permitirá controlarte y conocer la psicología del contrincante. Luego, muchos reflejos y fondo físico".

Después de cinco meses de clases y entrenamientos comenzó a pelear. Lo normal sería un año de formación. "Me empeñé en subir al cuadrilátero y lo conseguí". A su madre se le pusieron los pelos de punta. Casi le da algo. "No quería, pero en la familia contaba con aliados. Un tío mío boxeaba, y dos primos también. Al final lo admitió, supongo que a regañadientes".

Recuerda que cuando empezó no era fácil entrenar en Oviedo. Tuvo que acudir a centros deportivos de Gijón. El amor por la actividad física venció a los inconvenientes de los desplazamientos. Lleva un ritmo frenético. Todos los días se levanta a las cinco de la madrugada. Entra a trabajar una hora después. Cuando sale del bar, al mediodía, acude a un gimnasio del barrio de Otero a entrenarse hasta las dos menos cuarto. Después come en casa, descansa un poco y de vuelta al gimnasio. A las siete de vuelta al establecimiento hostelero.

¿Merece la pena tanto sacrificio? "Mucho. Me encanta este estilo de vida. Me permite 'ventilar' muchísimo. Como soy muy activa, pues perfecto. La pena es que los días no den más de sí; duermo sólo cuatro horas y el tiempo no lo puedo estirar".

Después de más de veinte combates hay dos que nunca olvidará. La primera vez que saltó al cuadrilátero, en Avilés, tenía 24 años. Estaba muy nerviosa, pero la contrincante también. Al final el combate terminó en empate. El otro fue peleando con una boxeadora gallega de más peso. Las pasó canutas. "Tuvimos que parar por la sangre. La chica era zurda. Un gancho a la nariz... y venga a chorrear".

No tuvo ningún percance más sobre la lona. Sólo un moretón hace poco, "pero fue peleando con un chico, con los que siempre entreno porque me gusta. Les pego con mayor fuerza, como sé que ellos me van a dar, les zumbo con ganas...", ironiza. Ahora su aspiración es convertirse en profesional. Se da de margen un año. Pero para eso necesita dos cosas de las que carece: tiempo para entrenar y ganar unos kilos. Para conseguirlo hace pesas.

Sostiene que en Oviedo hay afición. Lamenta que las veladas sean organizadas con cuentagotas. "Hay gente que considera que este deporte es de mucha agresividad, pero para mí es peor el fútbol. En un combate de boxeo nunca vi una pelea fuera del ring. En los terrenos de juego sí. Yo termino un combate y le doy un abrazo y un beso a la contrincante. Cuando salimos, hablamos de nuestras cosas. Somos deportistas".

Uno-dos. Uno-dos-crochet. Gancho-crochet. Ritmo de pelea. Al mentón. Y si sale bien, KO. "Sólo logré uno y fue de casualidad. Me asusté, temí que le pasara algo a la compañera". Cuando hay nobleza de corazón, hasta los puñetazos unen.

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