La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Amor y guerra en Las Regueras

La contienda civil dejó en el concejo un rastro de romances que ponía la nota dulce a tiempos amargos

Florentino Pérez y Justa Fernández.

En julio se cumplieron 80 años del inicio de la Guerra Civil. Ya se sabe que en la guerra casi todo fue malo o peor, pero entre penurias, pesares y el miedo permanente, de vez en cuando, se dieron verdaderas historias de amor, como estas que hoy traemos al recuerdo.

Francisco Puchal, valenciano, fue uno de los soldados del batallón que ocupó la Casa de El Ventorrillo en Premió. Muy cerca de allí, en Casa Santos de Pachón, vivía Justa Suárez y el amor surgió entre ellos. Acabada la guerra estuvo preso en el penal de San Simón en Pontevedra, donde Justa le fue a ver en alguna ocasión. Como estaba condenado a pena de muerte, ella se movió para conseguir su indulto y fue a hablar con Carmen Polo, lo que dio resultado. Cuando quedó libre se casaron y vivieron en Oviedo. Él ejerció como profesor de francés.

Otra historia la protagonizaron Olegario y Teresa. Olegario Ardura Rodríguez, natural de Mieres, tenía 19 años en 1936 cuando se alistó como voluntario con las fuerzas de la República, locuras de juventud, nadie sabía lo que era una guerra. Fue destinado al frente de Biedes en Les Regueres. El batallón al que pertenecía se instaló en Parades en Casa Figo, donde dormían en el hórreo.

Allí, en aquella casa, conoció a una joven de su misma edad, Teresa Miranda que, con el tiempo, sería su mujer. Fue un gran aliciente tener esa ilusión con ella a pesar de los sinsabores de la guerra.

Estando en Parades, un superior suyo le comentó que la situación en Asturias estaba perdida y que se fueran a casa. Se fue a Mieres, con pena de dejar a Teresa. Más tarde le destinaron a Teruel, donde lo hirieron en una pierna y estuvo en el hospital de Pamplona y en el de Peralta desde el 14 de mayo de 1938 hasta el 15 de julio del mismo año. Después participó en las campañas del Segre, Cataluña y Guadalajara. (Datos facilitados por su hijo)

Acabada la guerra todavía se tenía que presentar cada año y en un documento constan las revisiones de los años 1940 y 1941. En 1942 se casó con Teresa. Había venido algunas veces a ver a la familia que tan bien los había tratado y, por supuesto, a Teresa. Por desgracia, su unión duró poco, pues Teresa falleció el 27 de octubre de 1949, dejando un hijo, José Enrique, de corta edad. Un año después se casa con la hermana de su mujer, Josefa Miranda, y se fueron a vivir a Barcelona, donde los tres terminaron sus días.

Otra historia similar fue la de Justa y Florentino. Justa Fernández García, nació en Casa Tuñón de Ania y, durante la guerra, como la mayoría de la gente que vivía cerca del frente, tuvo que abandonar su casa e ir a refugiarse a casa de unos parientes, a Biedes, a Casa Pepe Vitorio. Allí llegó parte del Batallón Asturias nº 245 de morteros y lanzaminas, (datos facilitados por su hija Laura) que poco después les obligó a desalojar la casa. Entre los soldados de ese batallón se encontraba el teniente del bando republicano Florentino Pérez Cuesta, natural de Palanquinos, provincia de León. Allí se conocieron. Justa fue con el resto de la familia a refugiarse a San Cucao y, desde allí, venían con frecuencia a Biedes a trabajar las tierras. Justa les acompañaba y así nació una bella relación.

De Florentino sabemos que en 1936 cooperaba como voluntario en la Columna que mandaba Leonardo Pevida en los frentes de Oviedo y que, al reorganizarse el ejército fue nombrado sargento de infantería. En enero de 1937 es nombrado teniente y destinado al Batallón de Morteros en los frentes de Biedes. Cuando se acaba la guerra en Asturias, le destinan a Barcelona, Toledo y Valencia. Vuelve a León al final de la contienda, donde después de un tiempo es detenido y llevado a prisión. En la cárcel de León es juzgado y condenado a 30 años por adhesión a la rebelión. Sale en libertad condicional en 1943 y sale indultado definitivamente en 1946.

Poco después se casa con Justa y gracias al apoyo de la familia materna consiguen salir adelante, pues en aquel tiempo no conseguía encontrar trabajo. La familia les ayudó a una poner tienda en El Fontán y de eso vivieron. Justa les acompañaba y así nació una bella relación.

Entre 1936 y 1938 muchos niños de la cuenca minera vinieron a Les Regueres ofreciendo sus servicios para trabajar en el campo a cambio de manutención. Eso forjó una relación de amistad de por vida con las familias que los acogieron y de ahí surgió también alguna bella historia de amor. Es el caso de Francisco Álvarez Aldeyturriaga, procedente de Turón, que vino a Casa Valdés de Parades y se casó con Josefa. O el de Manuel Corsino Fernandez, Manolito, también de Turón que se casó con María Rodríguez, de Casa Vina de Parades, donde estuvo acogido. O el de Benjamín Mesa de La Roza, Ciaño, que vino a Casa Carreño y se casó con Romualda y aquí terminó recientemente su vida. Hubo más historias como éstas, aunque no siempre tuvieron final feliz, pero el amor siempre puede ganar la guerra.

Compartir el artículo

stats