-Qué, don Emilio, ¿paseando al nietín?

-No, es mi hijo, el pequeño.

Y el hijo pequeño, hoy con 38 años y profesor de la Universidad de Oviedo, glosó ayer por extenso la figura de su padre en sus aspectos más íntimos. Y lo hizo muy cerca de donde se produjo la furtiva conversación entre el filólogo y lingüista Emilio Alarcos Llorach (1922-1998) y aquel señor a quien el catedrático Alarcos había bautizado -le encantaba rebautizar a la gente- como don Futurato. La conferencia de Miguel Alarcos Martínez se celebró en el salón de actos del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) y abrió un ciclo de charlas organizado por la Asociación de Amigos de Vetusta, Lancia y Pilares. El ponente fue presentado por Wenceslao Sánchez Muñiz, directivo de la entidad organizadora.

Los paseos pedagógicos por el Oviedo antiguo; la complicidad en bromas que de forma sistemática terminaban en carcajada (o más bien en sonrisa socarrona); el gusto compartido por las aventuras de Tintín y Astérix; los intercambios de poemas y novelas por debajo de la mesa, a escondidas de los ojos escrutadores de la matriarca de la casa... Éstos y muchos otros recuerdos desgranó ayer el filólogo Miguel Alarcos en una conferencia en la que se la había encomendado evocar la memoria de su padre, catedrático de la Universidad de Oviedo, de cuya muerte se cumplirán 19 años el próximo día 26.

En tres cuartos de hora escasos, Miguel Alarcos ofreció al público la perspectiva de un hijo que pasó con su padre la mitad de los años que tiene en la actualidad. Una vivencia compartida en algunas etapas con su hermano mayor, mucho mayor, 28 años mayor, Diego, físico y matemático, hijo de Emilio Alarcos nacido en 1950. "Nos quería a los dos por igual, porque para él nuestra distancia cronológica no era esencial", explicó el hijo pequeño, el "nietín", según don Futurato. Emilio Alarcos acostumbraba a decir que tenía "dos hijos únicos", expresión que abría la puerta a diversas interpretaciones y con la que, sin duda, generaba en sus interlocutores un muy buscado estado de desconcierto.

Miguel Alarcos comenzó enmarcando a su padre en el retablo de "tipos excepcionales que surgen cada cien años". Acto seguido, inició un repaso de su figura, que estructuró en dos apartados. El primero, la vinculación de Emilio Alarcos con Oviedo desde 1950, año en el que obtuvo la cátedra de Gramática Histórica de la Lengua Española. El segundo, la faceta humana.

El recorrido histórico arrancó en 1900, con la llegada a Oviedo del abuelo de Emilio Alarcos, para ejercer como sastre. Pero el relato de Miguel Alarcos fue adquiriendo relieve y sentimiento -siempre trufado de una indisimulada inclinación por el lenguaje culto, con incrustaciones de latinismos y expresiones en castellano clásico- cuando acometió el análisis del perfil de su padre, que delineó con cuatro trazos: una indisociable mezcla de padre y maestro; una bondad "pura y dura"; un carácter "epicúreo, hedonista y vitalista"; y un talante laborioso, acostumbrado a "trabajar hasta las tantas". "Decía que le pagaban por lo que le gustaba hacer, su ocio también era laborar; era de descansar trabajando", explicó el conferenciante.

"Me transmitió su gusto por la comicidad circense y por el cine mudo", indicó Miguel Alarcos, cuya ponencia fue seguida desde muy pocos metros por su madre, la también catedrática de Lengua Española, y directora de la Cátedra Alarcos, Josefina Martínez.

A juicio de Miguel Alarcos, Emilio Alarcos "era un hombre de bien, intachable, con una bondad que era percibida por perros, gatos y niños a los que no conocía de nada". "Mi padre fue toda la vida un niño grande", precisó, razón por la cual se mostraba propenso a recordar su niñez.

El Emilio Alarcos silueteado ayer en el RIDEA cultivaba la ironía pero, ante todo, supo contribuir a crear en su hogar "un armónico ambiente de sosiego y amor a manos llenas" al que su hijo quiso brindar "un homenaje anticipado" con motivo del inminente aniversario de su muerte.