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Pequeñas tiendas de infancia

Quiosco de La Chucha, en el Campo San Francisco. lne

Recuerdo la pequeña huevería que estaba en la calle Independencia, cerca de la librería con el mismo nombre, está última propiedad de María Antonia Milla. Retornando al inicio, me acuerdo bien de la señora que vendía los huevos y previamente los pasaba al trasluz de una lámpara para ver su estado, es decir si eran frescos o en su interior ya había algún pollito criando.

Era preceptivo realizar esta maniobra que más adelante se suprimió al venir los huevos con la fecha de puesta de las gallinas. También se imprimía el país de origen, que en algún momento ponía en rojo Belgium.

En la misma calle Independencia, antes de llegar a las portillas que daban paso a la carga y descarga de la RENFE, estaba "Casa Patas", nombre original que tenía un bar que luego pasó a ser de doña Casimira, con un estanco que solía atender su hermano José Antonio. Doña Casimira cocinaba muy bien y solía tener una clientela selecta.

A continuación de dicho bar había dos negocios en casitas bajas. El primero de Gómez Oviedo, que solía tener cemento y otros materiales de construcción, y seguido un pequeño quiosco que denominábamos La Tita, regentado por una madre y una hija, donde se vendían chucherías, cigarrillos sueltos y petardos.

Doy un salto hacia atrás en el tiempo y memorizo la tienda de Casa Piñera, en la parte de arriba de la Universidad, en la calle Ramón y Cajal, donde mi madre me compraba unos pequeños camiones de hojalata, que servían para que jugase a meter en ellos las piedras que entonces venían en el arroz o las lentejas, cuando se escogían antes de cocerse.

Volviendo a enredar con el tiempo pero hacia delante, ya en mi época de estudiante en el Instituto Alfonso II, y después en la escuela de Comercio, era cliente de La Boalesa, en la calle Santa Susana, cerca de la imprenta Grosi, donde compraba banzones, tanto de barro como de piedra. A estos últimos llamábamos "chinitas".

También los había de cristal y les llamábamos "mejicanos", pero eran mucho mas caros y delicados porque una chinita tirada con fuerza podía romper tanto los de cristal como los de barro. Con los barzones jugábamos al "gua" en la parte arenosa del Campo San Francisco.

La Boalesa tenía otra tienda en la calle Schultz, en el lateral de la Audiencia Territorial. Debo decir que dichos establecimientos vendían serpentinas, regaliz, chufas y todo tipo de caramelos.

No puedo ni debo olvidar al quiosco de La Chucha, también lleno de todo tipo de caramelos, chicles y regaliz, no muy lejos De la Fuente del Caracol, en el mencionado Campo San Francisco.

Hoy siguen faltando por señalar muchas y pequeñas tiendas que dieron vida a mi Oviedo del alma, que irán surgiendo a medida que vayan volviendo los recuerdos a mi memoria.

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