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Un paseo por las parroquias ovetenses / Olloniego (2)

La maleza se come la historia

La torre y el palacio de Muñiz, en Olloniego. lne

Este dichoso puente de Olloniego se ha convertido en un objeto indeseado que saca los colores a los responsables consistoriales al dejar en evidencia que haberlo declarado bien de interés cultural (BIC), con categoría de conjunto histórico, el 30 de mayo de 1991, no ha servido para nada. Vamos, hablando con propiedad, que se trata de un engaño. Más de una centuria sin mirar para él. Si a finales del siglo XIX llamaba la atención por su notable conservación, cómo es posible que a comienzos del XXI hayan desaparecido dos arcos (¿alguien se ha llevado las piedras para otra construcción?), el resto de estructura se está desmoronando y, ¡qué incongruencia!, lo que se sostiene en pie igual es gracias a la maleza que lo devora y pronto ocultará. ¡Ojalá sea para siempre! Al menos eso pedirán los que están obligados a cuidarlo; menos quebraderos de cabeza.

No les decía que la parroquia de Olloniego tenía muchísimo que admirar. Pues, aunque sea en ruinas -como el Coliseo romano o el teatro de Mérida, sólo que con la selva creciendo entre sus recias paredes-, y por no insistir de nuevo en el desinterés por la historia bien conservada, vamos a proseguir la narración por la torre y palacio de Quirós, que, por cierto, asimismo fue declarado bien de interés cultural el 30 de mayo de 1991. ¡Quién lo diría y para qué le sirvió!

En el número 3 de la revista "Liño", publicado en 1982, Juan Carlos Soto Boullosa contaba: "Poco se puede decir ya de este espléndido conjunto, como no sea lamentar su irreparable pérdida, fruto del abandono a que se vio sometido desde el pasado siglo. El acelerado proceso de deterioro actual lo está convirtiendo en un ingente montón de ruinas donde ya resulta difícil delimitar su antigua estructura". Si de aquélla, en la fotografía que figuraba adjunta, se veían tejados, en la actualidad la única techumbre que mantiene es la del cielo de las mil y una estrellas, hacia el que se estira el bosque que renace entre sus ruinas. Sin embargo, Aurelio del Llano, en "Bellezas de Asturias" (1928), publica una fotografía de Muñiz en la que, al menos aparentemente, parece estar bien conservado.

Su torre defensiva fue levantada para garantizar el cobro del tributo. Se trata de una edificación circular de cuatro pisos con muros de mampostería y escasos y mínimos huecos, a los que podemos añadir las saeteras en su parte superior, cegadas no hace muchos años; corresponde al núcleo original del conjunto y es probable que haya que datarla entre los siglos XIII y XIV. Los Muñiz fueron sus primeros propietarios. Por tal razón también se conoce la torre por dicho apellido. Más tarde emparentaron con los Quirós Benavides y pasó a ser solar de la Casa de Olloniego, perteneciente a los Bernaldo de Quirós. A la torre, hoy día muy modificada, durante los siglos XVI y XVII se le fueron añadiendo diferentes construcciones góticas, renacentistas y barrocas (entre ellas una llamativa torre cuadrada y una capilla exenta), que conformaron un interesante ejemplo de arquitectura civil asturiana.

Cualquiera sabe si en la fuente de San Pelayo -mana al pie del monte La Miranda y dispone de lavadero y abrevadero-, mucho antes de llamarse así, la xana de turno peinaba sus trenzas de oro la mañanita de San Juan, o bien era Alonieco o Coventina, divinidades celtas protectoras de las aguas de pozos y manantiales, las que mediante ofrendas religiosas proporcionaban abundancia, salud y fecundidad; no en vano el agua es el origen de la vida. Joaquín Manzanares propone que allí pudo existir un ancestral culto pagano, en el que más tarde se haya implantado la mitología romana, a continuación haya sido cristianizado y, cerrando el ciclo y a su vera, se haya levantado el templo de San Pelayo.

A este templo, situado en la proximidad del citado conjunto palaciego, hay quien le atribuye un origen prerrománico, si bien tendría que haber sido bajo otra advocación anterior, ya que San Pelayo fue martirizado en el 925. Con certeza, nada se sabe de él en la Edad Media. Fernández Conde en "La iglesia de Asturias en la Baja Edad Media", transcribe del inventario realizado en 1386 bajo el episcopado de don Gutierre de Toledo la correspondiente referencia a la parroquia de Olloniego. Ciriaco Miguel Vigil relata: "Inscripción colocada en la iglesia parroquial de San Pelayo de Olloniego en el lienzo que da vista a la carretera general. ESTA OBRA/ FABRICÓ FRANCISCO/ FERNÁNDEZ, SIENDO CURA/DON JUAN DE MIRANDA./AÑO DE 1738./COSTEOLA LA FÁBRICA. (Por copia de D. Sebastián de Soto Cortés.-Agosto de 1883)". Igualmente Jovellanos, en sus diarios, noviembre de 1793, vuelve a citarla. En los últimos tiempos, que haya visto, solamente se han preocupado de ella Germán Ramallo, Joaquín Manzanares, Adriana Carriles García y Néstor Vigil Montes.

No hace falta ser muy perspicaz para interpretar en la fotografía de Muñiz, citada anteriormente, que la iglesia de San Pelayo conservó íntegra su estructura hasta 1927, se encontraba al mismo borde de la carretera, así lo confirma la espadaña del campanario que ahora vemos sobre el arco de triunfo, en la nueva entrada a la iglesia (me niego a hablar de capilla). Con intención no menciono el pórtico, pues es más que probable que haya sido aprovechado como fachada y puerta de entrada al cementerio; mi querido amigo Manuel Gutiérrez Claverol es de idéntica opinión.

Posiblemente, al construirse el camposanto para abrir hueco a otras funciones se haya derruido la nave de la iglesia, por lo que no se mantienen rasgos representativos. En pie sólo se conserva la cabecera, no es un hecho insólito pues en todos los lugares cuecen habas, las barrabasadas han sido y son harto frecuentes, piensen que ha sido utilizada como osario y almacén de pintura. Y lo peor de todo, el no poder decir que en estos momentos reciba un trato de favor para su digna conservación. Todo lo contrario. ¡Da respingos acercarse a ella!

Como explica Adriana Carriles, su ábside semicircular está precedido de un breve tramo recto y cubierta abovedada, bajo cuya cornisa se disponen varios canecillos de tipo sencillo y desornamentados. El arco triunfal que hoy hace las veces de puerta de acceso presenta una única arquivolta de perfil apuntado, y reposa sobre jambas coronadas por capiteles de trazas muy sencillas. En el interior, una nueva línea de imposta, apenas moldurada, recorre todo el paramento, hasta llegar a la ventana de saetera abierta en el centro del ábside. Manzanares califica el arco triunfal como lo más hermoso conservado. Sin embargo, apunta del codo exterior que aparece achaflanado, incluso en la parte correspondiente a las jambas: se observa desprovisto de la elegancia que le habrá conferido, en su día, la altura de las basas -hoy soterradas-, que no sería menor de 60 centímetros: el motivo decorativo más notable está constituido por los capiteles-imposta. El correspondiente al lado de la epístola pintado con un blanco grueso, grosero y luminoso que ofende a la vista.

Qué más quisiera que escribir bondades de lo que permanece de la antigua iglesia parroquial de San Pelayo de Olloniego, pero es imposible. Vamos por partes para no estropearles el día. Miren, hay objetos antiguos que resisten y disimulan el paso de los siglos; otros, cuando el maltrato es manifiesto, no lo soportan con dignidad. Éste es el caso que nos ocupa y avergüenza: un templo, vuelvo a repetir, de posible origen prerrománico aunque datado hacia la primera mitad del siglo XIV, inscrito en el Románico tardío, del que tan sólo sobrevive la cabecera en bancarrota total.

Bajo lo que fue un hermoso arco triunfal apuntado, descuella una destartalada puerta de barrotes con las hojas a medio desbisagrar, sin cerradura, sujetas por una cadena con candado y, por detrás de ella, lo que en su día fue una especie de cristalera de vanos rectangulares en la que la mitad o más, desnudos, presumen de abrir paso a las cuatro estaciones del año junto con sus avatares meteorológicos, los cuales favorecen el desarrollo del deslumbrante jardín botánico que atesora en su interior.

Con techumbre a dos aguas en el tramo recto y la clásica solución en el espacio semicircular, en precario estado de conservación que mal protege el conjunto. Mientras los capiteles se desmigan, las jambas se desarman y las basas..., bueno, al menos, al estar enterradas, se defienden de las inclemencias del tiempo sin recobrar. El revocado de sus paredes se fue en busca de nuevos horizontes dejando paso a la más profunda humedad. A medida que vamos reconociendo su exterior se nos va encogiendo el alma. En un hueco, entre piedras y porquería, descansa una botella de agua de esas de litro y medio de hermoso plástico; menos mal que en el que está a su lado unas piadosas manos han depositado unas flores. La arenisca parda de cornisa y ménsulas aguanta como puede, y la parte trasera del ábside quedó aprisionada por un muro que oculta su belleza y la saetera que allí existe. Todo ello camuflado, por lo que pudimos ver, cercano a los restos de un horno de reciente construcción, con una tubería de agua al lado.

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