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125 años del teatro Campoamor

Envidia de provincias y frío de corral

El proyecto del Campoamor surgió a imitación del Teatro de la Comedia de Madrid y ante la necesidad de jubilar el viejo patio de comedias del Fontán

Fotografía de los años sesenta con vendedoras del Fontán apoyadas en el muro del viejo teatro, abandonado hasta que se construyó la Biblioteca de Asturias. FRANCISCO RUIZ TILVE

El teatro en Oviedo, durante casi todo el siglo XIX, fue el del Fontán, un viejo patio o corral de comedias de 1670 que se había ido quedando pequeño y muy deteriorado, a pesar de las reformas de 1799 y 1849 con las que ampliaba su aforo hasta los 600 espectadores. De aquel viejo teatro, ubicado donde hoy está la biblioteca Pérez de Ayala, que conserva los muros del edificio original, Fermín Canella escribió que era "frío y destartalado", y en "La Regenta" se puede rastrear su correlato de ficción en la descripción que Clarín hace del teatro de Vetusta: "un antiguo corral de comedias que amenazaba ruina y daba entrada gratis a todos los vientos de la rosa náutica".

Poco se sabe de la programación de aquel recinto, pero a pesar de las incomodidades y las quejas constantes de los espectadores, ya muy avanzado el XIX todavía alberga celebradas temporadas de ópera, como las de junio de 1863 y octubre de 1864, según las "Memorias asturianas " de Protasio González Solís citadas por Luis Arrones en su monografía sobre el teatro Campoamor.

Pero si la presión popular no era suficiente, otro hecho vino a impulsar la construcción de un nuevo teatro en Oviedo. Madrid estrena en 1875 el Teatro de la Comedia, y los sueños y envidia provinciana crean en la capital de provincias la urgencia de estar a la altura de los tiempos.

Siete meses después de la inauguración del nuevo coliseo madrileño, el Alcalde conservador José Longoria González Carbajal, que ya lo había sido entre 1867 y 1868, y que lo seguiría siendo aunque de forma interrumpida hasta 1897, encarga el 24 de abril de 1876 que se constituya una comisión especial para estudiar "con discernimiento la forma y términos en que pueda realizarse la construcción de un teatro nuevo". Para ello se convoca una reunión de vecinos que "procuren los recursos precisos", es decir un modelo de micromecenazgo del XIX, y se nombra a los miembros de la comisión: Caicoya, Casielles, Polo, Masaveu, Buylla, Prado, Rodríguez del Valle, Zabaleta y Fernández Ponte.

Se ve que en aquel momento el proyecto urgía, porque en sólo un mes, en mayo de 1876, el comité de expertos concluye que "el teatro proyectado se construya donde existe el actual, tomando unos terrenos por la parte del Norte para darle más ensanche". También indican que el aforo sea "suficiente para 1.500 personas" y que la forma, en esto parece que no había ninguna duda, "se adapte al de la Comedia de Madrid". Ese mismo mes se apuntan a la financiación de la obra 244 suscriptores, 225 de Oviedo, 18 de Madrid y un residente en Cuba, lo que supone, aproximadamente un 0,5% de la población ovetense, que en aquella época andaba en torno a los 40.000 habitantes.

El calentón de la corporación se quedó en eso. Durante seis años, el proyecto de un nuevo teatro queda congelado. La iniciativa privada aprovecha la ocasión que daba la clamorosa demanda para acoger espectáculos en condiciones, y los señores José Román, Gerardo Aza, Telesforo Doiztúa y Ramón Valvés se embarcan en la construcción del Teatro-Circo de Santa Susana. Ubicado en la "Huerta de don José Solís", que hoy correspondería a la esquina entre Santa Susana y Quintana, consistía en un edificio más de circo que de teatro, con pista circular al centro que se inaugura en agosto de 1884 y que ya en 1885 acoge temporada de ópera.

En esos años el Ayuntamiento ya había recuperado el proyecto del nuevo teatro. Había sido en enero de 1882. Longoria Carbajal retoma el asunto donde lo había dejado seis años antes y los documentos municipales vuelven a hablar de "la necesidad de un teatro digno de esta culta ciudad y del gran desarrollo que habrá de tener antes de pocos años". Como ahora, como casi siempre, la cuestión de los dineros era un problema. No había forma de poner en marcha una operación financiera fuerte para levantar el nuevo teatro, pero el Ayuntamiento se propone apretarse el cinturón por la cultura: "La imposibilidad de que se constituya una empresa para la edificación del coliseo", explica el acuerdo municipal, "es también palmaria; en tales circunstancias sólo cabe que el Ayuntamiento haga un sacrificio pequeño, si se compara con los beneficios que proporcionará a la ilustración y moralidad de sus representados". El plan económico consistía en extraer fondos de lo que se obtuviese por el solar del Fontán, y de la venta de obligaciones por valor de 200.000 pesetas al 2% de interés, "pasados unos años hallarase el municipio dueño absoluto de un buen teatro, costándole sólo lo que vale el solar del actual y 4.000 pesetas (intereses anuales) durante unos cuantos años, siendo por lo tanto el sacrificio de hoy un negocio para mañana".

Esta vez, la suscripción popular se queda en 72 vecinos, y en pocos meses se anuncian las bases para el concurso de proyectos. El pliego del concurso hablaba de un presupuesto máximo de ejecución de obra de 300.000 pesetas y premiaba el proyecto ganador con 3.000 pesetas. Sólo se presenta una propuesta, la firmada por Siro Borrajo y Montenegro y un recién titulado José López Sallaberry, que cuatro años más tarde se incorporaría al Ayuntamiento de Madrid e intervendría, entre otros proyectos, en el desarrollo de la Gran Vía.

El proyecto para el nuevo teatro gustó mucho, se exhibió públicamente y fue muy elogiado por ser "tan detallado y acuarelado". La propuesta de Borrajo y Sallaberry se acepta el 25 de septiembre de 1882 a pesar de que los costes estimados por Borrajo superaban en más de 45.000 pesetas el coste inicial de 300.000.

Con proyecto para el nuevo teatro, la siguiente polémica municipal fue la de la ubicación. Aunque inicialmente había un consenso para instalarlo en el viejo teatro del Fontán, parece que esta elección fue perdiendo apoyos. En su lugar surgieron nuevas propuestas la huerta de López Prado, en la calle Fruela, o el solar que ocupaba el convento de San Francisco, en la misma calle, que se había transformado en hospital en 1837 y estaba a punto de perder ese uso.

La solución la trajo el nuevo arquitecto municipal, Juan Miguel de Laguardia, quien en febrero de 1883 elabora un informe sugiriendo que se construya el nuevo teatro en la llamada plazuela de Santa Clara, la antigua huerta del convento. "En esta solución se aprovecha por completo el terreno", escribía el arquitecto, "se da al teatro una colocación exenta y propicia largas perspectivas y un acceso amplio y bien acusado". Había otra razón más poderosa. La huerta era ya municipal. Como ha sucedido otras veces en la historia de la ciudad, pensemos en la Fábrica de Armas, las monjas pusieron los terrenos. Antes de la desaparición de la congregación, las religiosas, establecidas en la ciudad desde el siglo XIII, vieron peligrar su situación y cedieron su huerta al Ayuntamiento den 1843. El derribó la tapia de la finca y la reconoció como propia dos años después. La solución de De Laguardia tenía la ventaja de que no había que comprar el terreno.

Con proyecto y terrenos, el nuevo teatro ya no podía esperar. La tarde del 27 de junio de 1883 José Longoria Carbajal ponía la primera piedra, que, como escribe Antonio Fontela en "Teatro Campoamor, un siglo de cultura", iba a ser también "la piedra angular de la nueva proyección urbanística e ideológica del Oviedo de la Restauración".

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