"Las ciudades que construyen primero escuelas y después palacios para los deportes no han olvidado palabras de valor incalculable. Entre ellas la palabra acera. En la Tenderina no hay aceras. Y si luce el sol nace el polvo, y si llueve, surge el barro. Los vecinos del populoso barrio han de buscar un modo para desplazarse de un lugar a otro y, muchas veces no tienen otro que el proporcionado por la carretera. Y la carretera es un peligro extraordinario, un peligro que en la Tenderina acecha a la vuelta de cada esquina".