Si apenas dentro de un año María Laria volviera a olvidarse las llaves y el móvil en el interior de su casa, ya no podría recurrir a la cabina telefónica que se encuentra justo frente a su portal. Hace tan sólo unos días que esta vecina de La Corredoria se veía obligada a telefonear desde una de las últimas cabinas del modelo garza -cubierta íntegramente- que quedan en Oviedo. De los 75 teléfonos públicos que Telefónica mantiene en el municipo, casi ninguno conserva la clásica estructura cerrada, pero en La Corredoria alberga aún dos cabinas de este modelo.

La otra está exactamente a un kilómetro de distancia y no hace falta salir del barrio para dar con ella. Estas "garzas" se corresponden con los números de serie 7260-A y 7264-A y ambas han ofrecido un útil servicio a la comunidad durante décadas. Por poco tiempo, porque el pasado mes de diciembre, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) aconsejaba al Ministerio de Industria, Energía y Turismo revisar la rentabilidad que ofrece mantener el servicio público de telecomunicaciones en contraposición a la creciente proliferación del uso de teléfonos inteligentes. En otras palabras, pedían la retirada de las cabinas telefónicas, hoy por hoy casi en el olvido.

Resulta difícil calcular cuánta gente pasa por delante de las cabinas a lo largo del día sin reparar en ellas. "Llevo aquí 35 años y todavía se siguen utilizando", afirma José Luis Díaz, uno de los vecinos próximos a la que se ubica en La Corredoria Baja. "Sobre todo cuando alguien se queda sin batería o la gente mayor que no tiene móvil", especifica. Otra vecina asegura que también los jóvenes le dan uso al teléfono dentro de aquel pequeño reducto de cristal. No obstante, ningún ovetense correrá ya el riesgo de quedarse atrapado como José Luis López Vázquez en el clásico del cine español, y es que tanto la cabina de La Corredoria Baja como su hermana en La Corredoria Alta han sido despojadas de su característica puerta metálica. Las dos conservan, eso sí, diversos carteles publicitarios pegados en las paredes.

Si se descuelga el teléfono y se pega el oído al auricular, por un segundo se alcanza a escuchar la radio. Después comunica, pero de fondo siguen las interferencias. Asociadas durante años al trapicheo de drogas, al caer en desuso han dejado, también, de ser un lugar discreto para los "negocios". "Recuerdo que una vez pusieron un papel advirtiendo que la máquina se tragaba las monedas, porque venían yonquis y gente de la calle a buscarlas", cuenta la vecina Arantxa González.

Otra residente en el barrio, María José Rodríguez detalla que nunca tuvo una conversación normal en una cabina, porque siempre se le cortaba la línea y nunca recuperaba el dinero.

Ahora el crédito mínimo de llamada es de treinta y cinco céntimos, y el servicio de fax y SMS se halla fuera de servicio. "A mí no me parece mal que las dejen", opina Olga Aranzubía, otra de las vecinas. "No pueden empezar a quitar lo primero que se les pase por la cabeza". No todos conservan esta nostalgia hacia un elemento urbano habitual en las calles de finales del siglo pasado. Algunos jóvenes no le ven ninguna utilidad. "Ahora cuando te quedas sin batería, compensa más comprarte un cargador o acercarte a una cafetería a que te presten uno que pagar los cincuenta céntimos que cuesta hacer una llamada normal", considera Neftalí Maya, uno de los vecinos que pasa a diario frente a la cabina de La Corredoria Baja. Andrea Ruso, también del barrio, es de la misma opinión. "Hoy en día ni siquiera sabemos nuestros propios números de teléfono, ¿para qué sirven las cabinas entonces?", se cuestiona.

No sólo López Vázquez. Desde "La última llamada", donde el protagonista se veía forzado a permanecer dentro de la cabina bajo amenaza de un misterioso francotirador, hasta las películas de Superman en las que Clarck Ken empleaba el curioso "probador" con techo y puerta de cristal para tomar su apariencia de héroe, los teléfonos públicos siempre han dado mucho juego a la hora de crear historias para la gran pantalla o el cómic. También han inspirado a artistas como Banksy, que destrozó, piqueta en mano, uno de los símbolos londinenses más representativos de la ciudad en una de sus obras. Los vecinos de La Corredoria mantienen igualmente diferentes posturas al respecto. Sin embargo, todo parece indicar que a partir de un año, las nuevas generaciones comenzarán a percibir estos "monumentos" de lo cotidiano como una suerte de reliquia urbana digna de exhibirse en los museos.