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Aromas para llevar en el corazón de Oviedo

Nardos y lirios aromatizan el Arco de los Zapatos, en el Fontán, donde se colocan los puestos que llenan de azaleas o brezos las terrazas de la ciudad

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Reportaje de floristas del Fontán

La placa situada en la esquina de la calle, que da entrada a la plaza Daoiz y Velarde, es una ilusión que convence a la vista. En la inscripción que luce en una de las paredes que sirven de coraza a la plaza del Fontán, que este año celebra su 225 aniversario, puede leerse: "Arco de los zapatos". Pero es el olfato el que ha dejado de lado el nombre oficial del espacio y lo ha rebautizado como calle de las flores. Un nombre que llega al visitante y al vecino a través de la nariz en cuanto dobla la esquina, mucho antes de que la vista tenga tiempo siquiera a buscar la referencia del rótulo oficial. El olor de los nardos y los lirios, que arrincona al resto de plantas de la ocho las floristerías fieles a la calle de lunes a sábado, da la bienvenida a un espacio que llena el colorido de las flores. En su día, estos establecimientos estuvieron dispersos por todo el mercado pero en la historia más reciente del Fontán sirven como jardín a las tiendas y cafeterías de los soportales. "Llevo cuarenta años aquí y sin moverme de este mismo sitio", dice Azucena Suárez mientras despacha plantas y flores para las ventanas de la ciudad.

"Antes la gente decoraba con geranios y poco más", cuenta para resaltar después que las terrazas se han ido llenando con las azaleas y los brezos que salen de la plaza, sobre todo, "clientes fijos de la zona". Compradores a los que la florista conoce y saluda de forma amistosa. "A ver qué me das, pero que me dure", le comenta una señora que se acerca a su mostrador. "Dar nada, ahora que vender, lo quieras", responde Azucena Suárez para embolsar después dos macetas de guineanas. Lleva el negocio con su marido y tiene su vivero en Fonciello, en Siero, donde ellos mismos elaboran "plantas de temporada". Otras las importan de Holanda, para completar un muestrario en el que se pierde la vista. "Pues me operé de la cadera", le comenta a la florista otra vecina, que se detiene en la calle sin acercarse a comprar y utiliza un tono de confidencia. "¡Uy! Yo la saqué del sitio una vez... ¡Vaya dolores!", responde desde su silla la gerente del puesto, que vive en la cercana calle de Martínez Marina y que tras cuatro décadas en el barrio, bromea, sale a pasear "con auriculares y gafas de sol oscuras".

"Las flores siempre han sido muy típicas en el Fontán", comparte Susana Fernández, que llegó hace cuatro años a la plaza, tras acabar su trayectoria en la hostelería. Se estableció por su cuenta, siguiendo el ejemplo de su madre, que colocó el puesto hace 28 años. Y señala que el Arco de los Zapatos es una referencia con menos tirón que la popular: "Esta es la calle de las flores". En la que se vende, principalmente, a "clientes regulares, muchos de ellos van después de visita al cementerio". Una costumbre que lleva décadas en el Fontán y a la que se han ido sumando otras nuevas con el paso de los años. "En verano se vende menos y en invierno algo más. Y funcionan muy bien las fechas señaladas como Todos los Santos, el Día de la Madre o San Valentín". Los productos más vendidos en su puesto, cuenta, son los claveles, las margaritas y los lirios, que dan color y aroma al corazón del Oviedo Antiguo.

Como Susana Fernández, también Sara Simón, su compañera de profesión y espacio, siguió a la familia en el negocio, perpetuando la tradición de vender flores en la plaza y un linaje empresarial ligado a la botánica. "Mi padre empezó hace treinta años y yo estoy aquí desde hace veinte", dice la florista mientras su marido, Jaime Fusté, despacha el producto que miman en su vivero de Aramil, en Siero. Sobre todo flor cortada, el reclamo más fuerte de la casa. Y aunque la venta va bien -"estamos contentos y no nos podemos quejar, hemos aguantado la crisis"-, la caja ha adelgazado con el paso del tiempo. "Mi padre contaba que en su época se vendía muchísimo más", dice en referencia a los años de esplendor comercial del Fontán, cuando las grandes superficies aún no habían invadido la ciudad y los aldeanos aún llegaban a Oviedo en masa para vender sus productos y comprar también todo lo que necesitaban llevarse de vuelta al pueblo. "Él ponía el puesto y lo recogía casi vacío. Ahora siempre cargas algo de vuelta, algo que a mi padre le desesperaba. Pero estamos contentos", señala la mujer, que vende muchas flores que los visitantes obsequian a quienes les hospedan durante sus visitas a la ciudad o se llevan al cementerio para sus familiares. Demandan, además, muchas flores que se conservan en seco. En especial los turistas, que "cada vez hay más". Porque "antes aquí no se quedaba nadie en verano".

Así, va despachando rosas sueltas o ramos preparados a quienes pasean por el Antiguo. Aromas para llevar y adornar. Y colores para llenar de vida el corazón de Oviedo, que sigue latiendo con fuerza 225 años después de que su construcción fuese encomendada al arquitecto municipal Francisco Pruneda.

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