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Oviedo y sus piedras de postín

Destacados personajes de la ciudad promovieron monumentos y esculturas

Vista aérea del Campo San Francisco.

Había en Oviedo una tertulia mañanera en el parador de la calle Uría. A ella asistían, entre otros César Cañedo González Longoria, Conde de Agüera, Emilio Martínez, propietario de La Imperial, una famosa tienda de zapatos; Manolo Martínez y otros amigos, por lo general, no más de cinco. A mí me entretenía especialmente la conversación de César Cañedo, gran señor, apacible y generoso, que hablaba con frecuencia de su hermano Julián Cañedo, torero singular que en la plaza vestía siempre de corto.

Cañedo alterno con Belmonte y Joselito y fue toda una figura entre los amantes de la Fiesta Nacional, con el mismo señorío que tantos personajes de la nobleza amantes de la tauromaquia. Paseábamos por la zona derecha de los Álamos, y al llegar a la escalera que une el Paseo de Alemania con el Bombé, recuerdo que comentó César Cañedo: "esta zona es asimétrica, ya lo advirtió tío Manolo, (refiriéndose al marqués de la Rodriga) y habría que colocar alguna figura que proporcionara una armonía al conjunto".

Fue precisamente el marqués de la Rodriga, entonces concejal del Ayuntamiento el que se puso en contacto con el famoso escultor ovetense Víctor Hevia, haciéndole partícipe de la iniciativa.

Julián Cañedo, sobrino de Manuel González Longoria, conocedor de la obra del malogrado escultor Julio Antonio, autor del Monumento a los Héroes de Tarragona, hizo posible la existencia de los bustos que desde hace años adornan cada una de las lapidas, y que pasaron a ser denominados, una "amor" y la otra "dolor", siendo motivo de un acto oficial de inauguración, con asistencia de las autoridades y del pueblo ovetense.

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