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Las Humanidades, más necesarias que nunca

Los jóvenes que optan por los estudios de Letras son a veces vistos con cierto recelo; frente a esa idea cabe destacar la importancia de un pensamiento crítico bien formado

Estatua de Valdés Salas, fundador de la Universidad de Oviedo.

"Corazones que maternalmente nutrí se alzaron cual muros para defenderme de la destrucción a manos de una crueldad aborrecible." Palabras grabadas por los duros golpes del cincel en los sillares de un claustro universitario que, a la sombra de Valdés Salas, el pasado viernes 24 de noviembre, protector y porticado, cual refugio ante la lluvia incesante, acogía a tunos, patronos, estudiantes y señores claustrales de todos los colores.

En nuestra memoria guardaremos el feliz poso de una jornada de alegría, de gratitud, de cumplidas promesas y de promesas nuevas. Y lo guardaremos por haber podido ser copartícipes, con grandes maestros y con grandes colegas, no sólo de un enfoque común sino también de empeños, bagajes y sueños.

En nosotros, al margen de notables resultados académicos, se premiaba una opción escogida, un paso decidido al frente, una lanza rota a favor del saber, la cultura y la razón, en un mundo que muchas veces cae en lo irracional, en lo superficial o en lo intrascendente y enarbola, en no menos ocasiones, la bandera de otros ídolos modernos y deshumanizadores.

Profundamente honrados, hemos podido ser los representantes privilegiados de estos ideales y hacerlo rodeados de cuantos más nos quieren y nos apoyan. Celebramos, asimismo, que en algunos casos el honor viniera felizmente compartido con compañeros queridos que solemos reencontrarnos periódicamente en circunstancias de esta clase, tal y como espero y sé que seguirá siendo.

No obstante, quienes nos hemos dedicado y nos dedicamos al área de Humanidades tenemos, sirviéndome de las palabras de Ángel González, una "esperanza" y un "convencimiento". Nuestro Rector hablaba el pasado viernes de la ineludible necesidad de la perspectiva y la formación humanísticas en todos los ámbitos sociales. Y es que, en una sociedad que en ocasiones directamente desprecia la cultura en sentido general, como decíamos, y que, otras veces, desdeña de manera concreta los estudios de Filosofía y Letras, queremos hacer resonar en estas líneas un alegato rotundo, entusiasta y convencido en defensa de las Humanidades, que son nuestra forma de ver el mundo y nuestra seña de identidad.

Como afirmaba Cicerón en el discurso en defensa del poeta Arquías: "Creo que esta dedicación (...) la consideraríais como la más propia de los hombres, especialmente de los hombres libres. Estos estudios cuando somos jóvenes nos hacen más agudos, nos sirven de entretenimiento en la vejez, embellecen los proyectos que nos son favorables, en los difíciles, nos ofrecen evasión y consuelo".

Y es que, ciertamente, a la Historia, la Filosofía, el Arte, la Música y las Letras les es propia esa cualidad de estudio que libera al hombre, que lo hace más pleno, incluso, diría Cicerón, que lo acompaña en todo momento, que no lo deja solo, que se manifiesta en su mirada hacia la realidad y que caracteriza cada uno de sus actos.

Y citando a ahora a Terencio, dado que "nada de lo humano me es ajeno", nos complace afirmar que las "Humanidades" son la condición de posibilidad y el requisito indispensable de una nueva "humanidad", comprometida, igualitaria y justa.

En un mundo cada vez más hiperconectado pero más lleno de silencios, más globalizado pero más fragmentado en parcelas tantas veces irreconciliables; en un mundo cada vez más libre pero más desprovisto de libertad, este humanismo será el único capaz de llenar los vacíos de la sinrazón con espíritu racional, de colmar el silencio cómplice con la fuerza transformadora de las palabras y de superar una absurda estética superficial con la plenitud de la belleza.

Sin embargo, quizá sea la primera vez que alguno de ustedes lo oiga, pero se ha extendido en nuestra sociedad un calificativo para designarnos, el de "letrasados". Puede que no en todos los círculos ni según todos los criterios, pero no está especialmente bien visto estudiar Humanidades.

Sí, esos saberes por los que no pocas veces nos han interrogado: "¿Y eso qué salidas tiene?" O, pensando que la Facultad era poco más que una academia: "Ah, sí, sí, ya veo: que estudias idiomas". O directamente: "Ay, no sé cómo se puede estudiar eso". (Y no les digo nada si se dedican encima, como nos ocurre, al latín y al griego, lenguas muertas, ustedes me entienden.

Tampoco sé si lo saben, pero resulta que, para recibir ciertas becas de la Administración, si el solicitante estudia Ciencias, la nota media ha de alcanzar un mínimo de siete puntos, mientras que si, en cambio, estamos ante un filósofo, geógrafo, historiador, musicólogo o filólogo, el rasero de la nota requerida se desplaza unas cuantas décimas hacia arriba, hasta el ocho.

¿Qué subyace en todo esto? ¿Se trata de que estudiar Filosofía y Letras es "más fácil", conlleva menos trabajo o supone menos esfuerzo que cursar otro de los grados? ¿Acaso en el Milán se imparten saberes "sin salida", de segunda clase? ¿Resulta que su carácter "minoritario" los empobrece? ¿O quizá es que directamente no son disciplinas "científicas" ni "rigurosas"?

El helenista Carlos García Gual declaraba recientemente que "el progreso no explica el sentido de la vida". Y así es. Nadie niega la necesidad y la relevancia de los avances científico-técnicos. Pero tampoco ha de perderse la conciencia de que la Ciencia se nutre constantemente de perspectivas filosóficas, epistemológicas y éticas, y se vale en todo momento de la lengua, del discurso ordenado y racional, que es la letra de todas las melodías que el ser humano compone.

¿Por qué esa voluntad dicotómica de trazar líneas divisorias? ¿De dónde viene el desprestigio de los llamados estudios de "Letras"? ¿Cómo ha llegado esta sociedad a desplazarlos y a reducir su espacio horario en las aulas de la enseñanza media a la mínima expresión y a la optatividad?

Si se pierden las Humanidades, las Lenguas Clásicas, la Filosofía, saber crítico antonomástico, o la Historia, "maestra de la vida", ¿quién será capaz, ante un hallazgo arqueológico, de entender una inscripción en una lengua muerta que nos hable de la vida de quienes nos antecedieron sobre la faz de la tierra? ¿Quién leerá a Newton o a Galileo, padres de la Ciencia moderna, que escribieron en latín? Y diremos más: ¿serán los avances científicos, el materialismo, el determinismo incluso los que solucionen los problemas sociales o las desigualdades motivadas por una competitividad económica feroz? ¿Cómo pueden solventarse fracturas de convivencia como las que se han producido Cataluña? ¿Cómo superar los horrores de la cultura de la guerra, del odio, de la violencia o la discriminación, de los refugiados? ¿En qué queda la identidad individual y comunitaria? ¿Cómo educaremos a nuestros jóvenes, que viven atrapados en el postureo social y cuya intimidad, intoxicados por una tecnología omnipresente, queda puesta en entredicho en cada clic?

La respuesta a estas y otras cuestiones la hallaremos en los progresos científicos o en la conciencia cívica, la riqueza literaria, la belleza artística, la enseñanza histórica y, en definitiva, el uso de la razón, de la palabra y de un pensamiento crítico bien formado como herramientas privilegiadas para el diálogo, la empatía y la comprensión de una realidad compleja. Es más, ¿qué son la "realidad", la "verdad" o la "justicia" sin el pensamiento humanístico?

A pesar de tan burda falta de aprecio -allá ellos-, a pesar de que contemos menos y de que se nos pueda mirar mal, la tarea es toda nuestra.

En medio de la sucesión de las generaciones humanas, de tanta poesía, tantas melodías, tanta belleza, tantas ideas... cada uno de nosotros, que es algo ínfimo y a la vez algo grandioso, puede hacerse parte implicada en esa construcción del "gran poema". Hasta ahora hemos estudiado, contemplado, desde los intereses particulares de cada uno, algunas de las estrofas de ese poema inabarcable e inmenso.

Y seguiremos haciéndolo. Pero somos nosotros quienes hemos de hacernos artífices de nuestra propia aportación a este mundo. Este es nuestro humanismo. Este seguirá siendo.

Nos enorgullece pensar que las Humanidades, que no valen menos, sino que siempre suman más, son nuestra mirada, nuestro método; es decir, nuestro camino y nuestra meta.

No será en vano, porque, como decía Platón en la República: "Marcharemos siempre por el camino que conduce a lo alto y nos consagraremos con todas nuestras fuerzas a la justicia junto con la sabiduría (...) y, después de haber alcanzado en la tierra los premios destinados a la virtud, a semejanza de los atletas victoriosos que son llevados en triunfo, entonces, seremos dichosos".

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