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Los cultivos del Paraíso

Las grosellas del zapatero

El fruto, rico en vitamina B y fósforo, abre el apetito

Grosellas en el suelo. Pelayo Fernández

Yo le tenía miedo. Era cojo, y entre los críos del pueblo se cuchicheaba de su maldad temible. Decían que cuando se enfadaba golpeaba con su muleta de pirata sin piedad. Su mujer vestía con la ropa gastada propia de las aldeas, y siempre sonreía, lo que nos llenaba de asombro a los chavales. Tenían dos hijos. La mayor era Carmina, a la que recuerdo en una edad entre diez y doce años, y Quico, algo más pequeño, bueno y callado, que a veces jugaba con nosotros.

Era algo raro, fijo que por el miedo en el que vivía: no le gustaba romper bombillas, ni destruir nidos, ni dejar a las moscas sin alas. El hombre cargado de ira tenía el taller en un cuarto de su pequeña casa, con la ventana dando a la antojana. A veces me mandaban llevarle algo para reparar. Yo me asomaba temeroso a aquella habitación, con el suelo lleno de zapatos amontonados, y entre ellos, sentado en una silla baja de mimbre estaba él, con un mandil viejo de cuero, boina, la cara seria, o enfadada, no sé, con la muleta maligna apoyada en la pared, rodeado de frascos de tinte, martillos y otras herramientas, y un pequeño yunque entre sus piernas estiradas, clavando, o lijando, o pegando con cola oscura los zapatos que remendaba. Aquel taller se parecía mucho a los grabados de unos cuentos tenebrosos de los Hermanos Grimm de mi hermana. Detrás de casa tenían un terreno pequeño. Una parte era huerta, separada por palos del lado en el que pastaban dos o tres ovejas y malvivían unos frutales. Una tarde Quico me enseñó un arbusto del que colgaban frutos parecidos a uvas pequeñas. Nunca lo había visto.

"Pá dice que se llaman grosellas. No nos deja comerlas. Saben raro; pero si quieres probar una te la doy", me comentó con un hilo de voz. "¡Claro!", respondí. La piel era tan fina que dejaba ver las nervaduras del interior; el fruto perfumado, aunque ácido. Quico también arrancó otra para él. Y en ese momento atronó la voz del terrible zapatero: "Quico, ven acá".

El grosellero rojo, Ribes rubrum, es un arbusto propio de Europa, que produce frutos de tamaño similar al guisante, de llamativo color rojo, con sabor ácido, y de uso en mermeladas, helados y zumos, que se desarrolla sin dificultad en el clima cantábrico.

Se reproduce por esquejes -salvo que se adquiera en un vivero-, suele cultivarse en un marco de 1x 2 metros, y le gusta el sol salvo en lugares cálidos dado que no es amigo del calor elevado. Precisa de razonable humedad y suelo ácido y con buen drenaje; es decir, tierra de calidad.

Tampoco es amigo del viento. Vigilando la aparición de oidio y de pulgón, el arbusto vivirá bien. Se cosecha en otoño y sus frutos resisten poco tiempo tras la recolección; ese es su defecto. Lo demás son todo ventajas: gran riqueza de vitaminas y minerales -recuerden que todos nuestros órganos y sentidos funcionan como deben si consumimos vitaminas-, excelente para personas con hipertensión, catarros, enfermedades gastrointestinales, pero sobre todo rico en fósforo y vitamina B, lo que lo convierte en un balazo para activar nuestro cerebro. También abre el apetito, que tampoco es un tema menor.

Yo eché a correr como una exhalación, sin mirar atrás. Aquella noche, enterrado en mi cama, incapaz de dormir, imaginaba el castigo terrible que le habría caído al pobre Quico en parte por mi culpa. "Igual lu mata", pensaba yo.

Al día siguiente miré desde el alto de la caleya la casa del zapatero, y aliviado vi a Quico sacando las ovejas al prado. Estaba vivo.

De adulto supe la verdadera historia. Todo había sido fruto de la ilimitada imaginación infantil. El zapatero hablaba alto porque estaba sordo, sólo eso. En realidad era una buena persona que a pesar de su gran invalidez, fruto de la guerra, sacaba adelante a su familia con aquel tallerín de zapatero, y con las cuatro mermeladas que vendía su mujer en el Fontán. En una época en la que no existía subsidio ninguno. Pensándolo bien, en eso consiste ser un héroe de verdad. La casa, ahora vacía, aún existe.

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