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Visiones De Ciudad

Un Oviedo de cine

La magia de los rodajes en una capital con grandeza pero pacífica y guapa

Carmelo Gómez, a la izquierda, en el aguaducho del Campo, en el rodaje simultáneo de "Oviedo Express" y "Luz de domingo", en 2011. Luisma Murias

Yo era un rapacín. Las oficialas de mi padre se despepitaban para salir del taller cuanto antes porque justo al lado, en la Plaza de la Catedral, estaba el gran Vicente Parra vestido de rey, casándose una y otra vez. El mismísimo Vicente Parra en carne y hueso. No había forma de hilvanar una solapa ni pegar un delantero, ni nada de nada.

Aquellos días del rodaje de "Cariño mío" fueron mágicos para la docena escasa de oficialas -jóvenes y guapas todas ellas, tanto que al salir a la una, y a las siete, siempre había un puñado de celadores de la Telefónica, allí mismo, en Porlier, esperándolas para lanzarles piropos y requiebros "¡Por ti voy y vuelvo a Covadonga de rodillas, princesa!", que en aquellos años estaban permitidos- y un infierno para mi padre, que veía que poner una humilde taconera llevaba dos horas, y otro tanto armar una hombrera.

Confieso que yo también sufrí aquel deslumbramiento, pero no por Vicente Parra, que aparte de ir vestido de húsar -así lo veía yo- llevaba unas patillas que hubiesen hecho empalidecer al mismísimo Menem, sino por la magia que envolvía todo, con los grandes focos, las cámaras, los técnicos, las órdenes, los extras, que yo veía boquiabierto subido a un carro del país -sin vacas- que situado delante de "La Belmontina-Bar Ruíz" esperaba su momento de entrar en escena. Aquellas gentes habían transformado un Oviedo gris y mortecino en algo diferente, lleno de color y de vida. La magia del cine.

Años más tarde, desde el murete del Jardín de los Reyes Caudillos, vi cómo otros hombres ocultaban con arena el asfalto de la calle entre la Catedral y su plaza, para que al poco una diligencia con un tiro de media docena de caballos saliese una y otra vez de la Calle Santa Ana acompañada de los gritos y trallazos del conductor, y detenerse allí mismo, frente al templo, en una escena cargada de costumbrismo, como correspondía al rodaje de "La Regenta", y todo ante la mirada sorprendida de Alfonso II, apoyado en su gran escudo, allá arriba, sobre el pedestal calizo.

Con el tiempo llegó el plano fantástico de los vagones azules de Wagons-lits saliendo entre bocanadas de vapor de la Estación del Norte en "Oviedo Expres", y más tarde la visión impactante de Scarlett Johansson vestida casual y magistralmente con un vaquero y un niqui perfectos, apoyada en la pared de Les Pelayes, en la Calle El Águila, aspirando el humo de un cigarrillo mientras Woody Allen, con un sombrero de alas desmadejadas, preparaba con un ayudante una de las tomas de "Vicky, Cristina, Barcelona".

En aquel momento Oviedo ya era peatonal -el gran logro-, con los magnolios de Gabino y los catafalcos de gato horrorosamente kitch haciendo de jardineras, ennobleciendo una ciudad limpia como el jade, con sus fachadas mimadas. No recuerdo si también con el falso Fontán -aunque muy guapo, es justo reconocerlo- de nuevo en pie. Mientras la Johansson se iba inquietando aquel atardecer recordé que Garci, el de "Luz de domingo", hablaba siempre de la tonalidad maravillosa del norte, y caí en que las ciudades que popularizaba el cine eran deseadas como una mujer.

Pensar, aparte de gratis, es bueno porque una idea siempre tira de otra, como las cerezas, y vi claro que la capital de los asturianos estaba llena de rincones, de plazas, de locales: Gascona, Escandalera, Fruela, la Foncalada, la Estación del Norte, Santa María del Naranco (el palacio real en pie más antiguo de Europa), Camilo de Blas, el panteón de nuestros reyes, Cervantes, el gran Museo de Bellas Artes, La Favorita, Veneranda, la biblioteca de la Universidad, los moscovitas, el Campa, montones de calles, esquinas y lugares que no eran otra cosa que protagonistas en la película de la vida de cada uno de nosotros.

El escaparate que exhibía aquellos zapatos de tacón de parar el tráfico, el portal donde sucedió el primer beso, la iglesia de la que salió presuroso, como un espía, aquel cura con sotana hace tanto, la acera en la que un joven saxofonista con un sombrero hambriento de monedas en el suelo emulaba a Charlie Parker, el aroma de El Rialto, el garito donde se compró para ella aquel cartucho de castañas mientras se abrigaba con el abrigo gris que le quedaba tan bien, la relojería donde tu hija de cinco años descubrió conmocionada como daba las horas un reloj de cuco.

Todo eso sumado a travellings, actores, claquetas, figurantes, cámaras, planos, maquilladoras, contrapicados, castings, tomas, alfombras rojas?, y como resultado, una ciudad de cine. Porque así es Oviedo; cabeza de las Asturias, el inicio de la mayor operación turístico-cultural de la historia, el Camino de Santiago, primera capital de un reino que llegó a llamarse España, lugar donde Feijóo revolucionó el pensamiento para todo el orbe, sede de los segundos premios más importantes del mundo. Y a pesar de su grandeza, un lugar amable, abierto a todos, habitable, guapo, y pacífico.

Dicen que es infinitesimal la posibilidad de nacer, y sabemos que antes y después de nosotros reina para siempre la noche. Pero por combinatoria o por designio divino, dependiendo de la opinión de cada uno, hemos tenido la suerte maravillosa de vivir, callejear, visitar, o nacer en esta vieja capital de un reino, hoy un principado -ahí es nada- a la medida del hombre y que como todo en la vida tiene cara y cruz, mejor y peor. Lo mejor: Que se sale de guapa, con su patrimonio material e inmaterial, y el tamaño perfecto. Lo peor: la horrorosa entrada desde el Este -de Colloto a La Tenderina-, los tapones de tráfico de la Plaza de Castilla, y el suplicio chino de los cinco kilómetros de la autopista a cincuenta por hora hasta el entronque con General Elorza y Victor Chávarri, que antes tenía el nombre regocijante e insuperable de Vía de Penetración. Y su delgadez en oferta de espectáculos para la chavalería actual, muy formada y maravillosa pero, por mor de la exitosa época que les ha tocado vivir, más alampada que Carpanta.

Durante una visita familiar a París, le pregunté a mi hija -con ocho o diez años de aquella- si le gustaba la Ciudad-luz. "Si, porque tiene un airín a Oviedo". Bendita inocencia. Y buen gusto. Como Oviedo.

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