Andrea G. TORRES

Con el cartel de "no hay entradas" daba la bienvenida ayer tarde al 2018 el Teatro Campoamor con el ya tradicional Concierto de Año Nuevo que ofrece la orquesta Oviedo Filarmonía. El director asturiano Óliver Díaz fue el invitado para esta edición en la que el público estuvo entregado desde el primer momento, y con una amplia presencia de niños.

La primera novedad de 2018 llegó con el aviso para apagar el teléfono móvil y la prohibición de hacer fotografías que, además de en castellano y en inglés, se anunció en asturiano.

En el programa ofrecido no todo fueron valses y polkas remitentes a la tradición vienesa de la familia Strauss. El concierto fue chispeante, divertido y popular. Las obras que se interpretaron forman parte del repertorio canónico, como ocurre con la suite de "El Cascanueces", de Tchaikovsky.

Las Danzas Húngaras nº 1, 5 y 6 de Johannes Brahms, muy enérgicas, dieron oportunidad a la orquesta para mostrar todo su potencial sonoro, con una sección de cuerda muy compacta, y su flexibilidad para plegarse a las indicaciones de "tempo" de Óliver Díaz, que optó por una versión muy personal, acompañada con gesto amplio y afectado en varias obras.

La segunda parte estuvo centrada en la tradición vienesa. Comenzó con la obertura de "El murciélago", que destacó por su expresividad. Se sucedieron las bromas. Tanto Díaz como los profesores de la orquesta se implicaron con entusiasmo contagioso para que el público disfrutara más allá de lo meramente musical. Por ejemplo, descorcharon champán, tiraron bombetas e incluso cantaron a coro en la "Polka de los campesinos" que ofrecieron de propina, antes de la esperada "Marcha Radetzky" que puso en pie a un entregado Campoamor.

Díaz dedicó unas palabras a resaltar la importancia de la tradición musical asturiana y brindó por el público para agradecerle su fidelidad a la música.