No espera el asistente a una conferencia de un ilustre Académico de la Lengua y ganador de multitud de premios literarios que confiese que su revelación, aquello que le llevó a leer, fuese la historia de Heidi, pero así lo confesó ayer José María Merino durante la ponencia que dictó en el Aula Magna de la Universidad de Oviedo invitado por la Cátedra Alarcos. "Heidi fue mi revelación, me indentifiqué completamente con ella", dijo Merino para rememorar sus inicios como lector. Y desarrollo la idea: "Es una novela sobre el paraíso perdido y es justamente lo que me pasaba a mí, en el invierno leonés añoraba tremendamente el verano, mi paraíso particular". Aquella lectura infantil le demostró a Merino "que la ficción nos habla de la realidad".

Su revelación como escritor llegó más tarde, cuando estudiaba en los maristas de León. Los escolares fueron de visita a la central térmica de Ponferrada, "pero hacía tan buen día que un grupo nos escapamos y no visitamos la instalación", explicó Merino. Pero hete aquí que había que hacer una redacción sobre la visita y el hermano Julio puso como ejemplo el texto de Merino: "¿Han visto ustedes qué capacidad de observación...?". Merino se había guiado por lo que le habían contado sus responsables compañeros que sí habían visitado la central. "Ahí empecé a escribir", dijo.

Merino confesó también su "manía" de visitar los sitios que ha leído. "Hay que ir a las ciudades leyéndolas antes, no puedes venir a Oviedo sin saber que estás en Vetusta", y detalló algunas decepciones, como el río Mississippi que para él era el de Tom Sawyer. Lo mismo le ocurre con las personas: "he conocido a gente maravillosa en la realidad pero mucho más aún en la ficción". Una ficción que en su opinión "ha ido dando forma al mundo" y a los hombres "porque nosotros somos literatura, somos ficción".

En su historia personal también hay espacio para "El Quijote", que "volverá a ser el gran libro de los sueños cuando el mal uso de las nuevas tecnologías nos lleve de nuevo al Renacimiento".

Una conferencia para constatar que "la lectura nos enseña la vida" y que "el placer de la escritura es que nos va desentrañando cosas que no conocíamos".

Antes de trazar su recorrido por la lectura y la escritura, José María Merino, narró cómo conoció a Emilio Alarcos, "por los círculos concéntricos que hay en la vida". Merino era un joven poeta leonés interesado en Blas de Otero y Ángel González, "luego la poesía me dejó, matizó. Por aquel entonces era imposible que se estudiase a un poeta vivo pero le contaron que en la Universidad de Oviedo había un profesor, Emilio Alarcos Llorach, que estudiaba la obra de esos dos autores. Ahí comenzó una empatía que se plasmó el día que conoció a Alarcos, "fue de la mano de Ricardo Gullón, el tio Ricardo y entonces conocí a una persona extraordinaria con una gran inteligencia y una gran capacidad de comunicación".

Merino también destacó el trabajo de Alarcos en la Real Academia Española, "donde dejó un gran recuerdo, el de un hombre entregado al trabajo y a la palabra".