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Tertulias y ocio en torno a los viejos cafés

La calle Cimadevilla albergaba la mayor concentración de establecimientos, entre ellos el Floro, que después fue el Español, hasta que cerró en 1946

Lugar en el que estuvo el café Español, en la calle Cimadevilla. LNE

Los cafés han sido una institución muy española y sus tertulias casi exclusivas en el mundo. Aquellos grandes divanes de terciopelo rojo de antaño fueron santuarios de la elaboración de la cultura de España, continuación, como dijo Unamuno, de la Universidad.

Cuando se cerraba un café se arrancaba una página de la historia de España del siglo XIX ó XX. Figuras insignes de las letras, de las ciencias, de la política o del espectáculo como Galdós, Ramón y Cajal, Unamuno, Benavente, Valle, Ramón, Machado, Azaña o Ruano dieron brillo a muchos cafés de Madrid como el Pombo, Fontana de Oro, Lhardy, Quinta de Henar, Lyon, Gato Negro, Levante, Varela , Regina o Gijón.

Entre los siglos XIX y XX Oviedo albergó también una importante red de cafés ubicados en su mayoría en la calle Cimadevilla, aunque los más importantes se situaban en las calle Campomanes y Uría y en los aledaños de la plaza de Porlier.

A medida que avanzó el siglo XX surgieron establecimientos auspiciados por el progreso espectacular de la nueva calle Uría. La mayoría de los cafés de la época tenían varios aspectos en común: disponibilidad de grandes espacios; amplios divanes y enormes espejos; programación musical-teatral diaria y gran sensibilidad cultural con exposiciones, conferencias y seminarios.

Sorprende la elevada concentración comercial en Cimadevilla, una calle de apenas cien metros con cinco ó seis cafés de promedio, según la época. Algunos se ubicaban en pisos, con una importante presencia de almacenes como el de los Masaveu, el San Luis, el Bazar Inglés, o el Montes por señalar los más emblemáticos, sin olvidar la confitería Cortés, la farmacia de Braga y el café-teatro Ovies

Cronológicamente, según cuenta Luis Arrones en su excelente libro "Hostelería del viejo Oviedo" los primeros cafés de la ciudad fueron probablemente el Oliva y el Chucharro en la calle del Peso. En Cimadevilla abrió el Casín que en 1852 utilizó por primera vez la luz de gas en la ciudad. Le siguieron en la misma calle el Risto, de Goy, El Comercio y el Floro, que años después pasó a denominarse Café Español con entrada por el Peso y Cimadevilla. Fue el primero en tener puertas giratorias que pronto se hicieron populares en bancos y dependencias administrativas. A partir de 1913 y hasta 1931 albergó la famosa tertulia "La Claraboya". Cerró en 1946. Si en Cimadevilla se juntaba la mayor concentración de cafés por metro cuadrado, los más destacados estaban en Campomanes. Allí se encontraba el Madrid con gran tradición musical y teatral y clientes como Pérez de Ayala y Sebastián Miranda. Encima del local vivía Clarín, no muy habitual en las tertulias y asiduo de la librería Martínez. Enfrente, en la esquina de Campomanes y Magdalena estaba el París igualmente con oferta musical y sede de la tertulia "La Sorbona".

El París en 1890 se mudó a Fruela esquina Pozos. Otros grandes cafés fueron el Méndez Nuñez, en Porlier y después en Magdalena; el Pasaje, en Uría y La Paz, en la Escandalera, sin olvidar otros como Ambos Mundos, en Fruela; el Oviedo, en Uría; el Universal o el Collar, en la Puerta Nueva.

El café de más recorrido, abierto entre 1874 y 1976, fue El Suizo. Al principio los clientes eran sacerdotes de San Isidoro, la Corte, San Tirso o la Catedral. Se le bautizó como el "Café de los curas", en las antípodas de su final, convertido en vulgar cabaret. En 1900 lo compró la familia Stampa. Se volvió a a traspasar en 1910 y 1922. En 1951 se trasladó de Jovellanos a la plaza Ramón y Cajal, en el local de Paredes y Muñoz, otro negocio muy conocido.

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