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Una ovetense contra la "Bestia del Este"

Ingrid Eiroa, controladora aérea en Gran Canaria, hizo frente con éxito al caos que generó el temporal de finales de febrero en los aeropuertos de las islas

La situación del espacio aéreo de Canarias el domingo 25 de febrero a las cuatro de la tarde. LP / LNE

El Cabildo había anunciado el apocalipsis. Canarias estaba en alerta máxima por una "situación excepcional" por temporal, cuando todo fue peor de lo esperado. Al final, decenas de aviones volando en círculo a diferentes alturas sobre las islas, sin sitio para aterrizar. Y muchos de ellos alertando de que les quedaba poco combustible.

El pasado fin de semana las islas vivieron uno de los peores temporales que se recuerdan y la ovetense Ingrid Eiroa Luces lo vivió desde dentro. "No olvidaré jamás las caras de algunos compañeros", dice. Desde hace cuatro años trabaja en el Centro de Control de Tránsito Aéreo de Gran Canaria. Desde allí se coordina todo lo que ocurre en los ocho aeropuertos canarios. Eiroa trabajó antes, durante 9 años, como controladora aérea en el aeropuerto de Lanzarote.

Domingo 25 de febrero de 2018. Una fecha para recordar. El temporal llegó a media mañana desde el Sur. "Lo peor que puede pasar en Canarias es que llegue un temporal del Atlántico, porque obliga a que los aviones utilicen la pista contraria". Es decir, los aviones despegan y aterrizan en sentido contrario al habitual.

Visibilidad

Pero eso, al final, fue una anécdota. "El problema aeronáutico empezó en Lanzarote antes de lo previsto; había un viento muy fuerte y una visibilidad de 900 metros", explica la ovetense. Los aviones no podían aterrizar y quedaban a la espera. Poco a poco, iban llegando más aeronaves que tampoco podían tomar tierra. Los pilotos empezaron a decir que se iban a otro lugar, porque se quedaban sin combustible. El problema fue que no había otro lugar. Las pistas de Tenerife Norte y Sur, y también de La Palma, tuvieron que cerrar a causa de la tormenta. Los vuelos se desviaron entonces hacia Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura. Se acumularon más aviones en el aire y los aeropuertos, poco a poco, fueron quedándose sin sitio para que las aeronaves pudieran entrar. No había dónde ir.

A Ingrid Eiroa la tocaba descansar media hora. Los controladores lo hacen cada dos horas, pero cuando volvió a su puesto la situación era crítica. "Llegaban más aviones y los pilotos preguntaban cuánto tiempo tenían de espera; les teníamos que decir que no lo sabíamos y esa incertidumbre te produce muchísimo estrés", explica. Una solución temporal fue habilitar la pista de la base militar de Gran Canaria, pero se trató de un alivio momentáneo. "Todo estaba lleno de aviones que iban de un sitio a otro y los pilotos te pedían prioridad porque se quedaban sin combustible. Cuando te lo dice el primero intentas colarle, pero cuando tienes cuatro en la misma situación, al quinto le dices que no puedes hacer nada", relata la ovetense. "Los pilotos declaraban que estaban cortos de combustible pero ninguno estaba en alerta", dice.

"La situación empezaba a ser preocupante" y llegó el cambio de turno de la sala de control. Eran las tres de la tarde e Ingrid Eiroa tenía que irse a casa. No lo hizo. "Veía en la pantalla decenas de aviones dando vueltas y tenía que moverlos". Ahí entraban las dudas. "Normalmente, somos dos personas mirando la pantalla, pero los compañeros no hacían más que pedir más ojos, porque temíamos que se nos escapase cualquier detalle. Cuando mueves un avión afecta a todos los demás y cuando la situación es tan difícil es muy preocupante", afirma la ovetense.

El trabajo de controladores y pilotos fue excepcional. "Teníamos la situación controlada, pero no nos podíamos permitir ni un fallo; son decenas de aviones en el mismo sitio y no puedes equivocarte; sería una tragedia en cadena y eso te preocupa mucho", explica la controladora.

Ingrid Eiroa tiene una larga trayectoria. Primero fue tripulante de cabina y ya lleva 13 años como controladora. "Aquel día observé caras que no se me olvidarán jamás", insiste. "Una compañera salió llorando y otro acabó en Urgencias por una subida de tensión", detalla. Al día siguiente, la situación era normal, "pero en la sala de control las caras eran terribles, aquello parecía un funeral", recuerda Eiroa.

Tres días después, cuando la ovetense narra esta historia, aún está agotada y conmocionada. Fue el peor día de su vida profesional pero se queda con la satisfacción del trabajo bien hecho.

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