¿Cuántos de nosotros en determinadas ocasiones nos desbordamos, nos derrumbamos impregnados de esa negatividad que nos producen ciertas situaciones cotidianas? ¿Cuántas veces nos sentimos culpables por no llegar a encontrar ese equilibrio interior que tanto anhelamos? Esa armonía con nosotros mismos no se va a producir si caemos en el perfeccionismo.
Me refiero a esperar que la mayoría de las situaciones de nuestra vida sean maravillosas, a esperar que todo el mundo esté de acuerdo con nosotros, a esperar gozar de una completa estabilidad. Esa creencia errónea de la felicidad tan ilusionante y a la vez tan destructiva nos produce una gran desorientación. Nos marcamos unas expectativas tan altas de lo que creemos que es la felicidad que a lo único que llegamos es a la frustración y al desequilibrio.
Esta sociedad está contaminada, estamos inmersos en una era de consumismo e inconformidad, no nos paramos a pensar, todo son prisas. Vivimos en una época en la que tiene más importancia conservar un buen aspecto físico que cultivar buenos valores y principios. Y esto lleva consigo unas consecuencias: estamos perdidos en esa búsqueda externa de la felicidad, perdidos en esa superficialidad que nos destrozará por dentro, tenemos una gran desconexión emocional.
¿Cómo podemos tener serenidad y paz interior si la buscamos afuera? Lo primero que tenemos que hacer es centrarnos en nosotros mismos, vivir el presente y dejar de perder el tiempo en pensamientos pasados y futuros: sólo existe el aquí y ahora.
Segundo, aceptar que hay situaciones que no podemos cambiar y cambiar aquellas que sí podemos cambiar; conocer esa diferencia nos va aportar tranquilidad.
Tercero, tener muy claro el concepto de lo que es ser feliz. La felicidad es la capacidad de aprovechar todos los momentos de la vida. Tenemos momentos de inmenso bienestar y hay momentos que son dolorosos.
Los momentos de disfrute debemos experimentarlos y exprimirlos al máximo y los momentos de dolor, aceptarlos, intentando superarlos. No es posible estar siempre en el mismo estado de ánimo. A veces estamos enfadados, otras alegres, inseguros o asustados...
También hay que aprender a relativizar los problemas, cuando nos llega algo muy doloroso a nuestra vida, una enfermedad o la muerte de un ser querido, es normal que nos desplomemos, que perdamos la alegría, pero cuando no nos encontramos en esas situaciones tan límite tenemos que intentar no hundirnos, ser más prácticos y procurar buscar soluciones. Entendamos que a veces nos romperemos, nos caeremos al vacío, no encontraremos respuestas a nuestro dolor, tropezaremos con la misma piedra, nuestras alas se quebrarán.
La clave está en aceptar que caerse es parte de la vida y levantarse también, y ser conscientes de que nuestra paz interior la alimentamos nosotros, con nuestros actos, con nuestra fe, con nuestra espiritualidad.
Dejemos de esperar que nuestra vida sea perfecta en función de unos cánones erróneos que nos marca esta sociedad. A veces es necesario que hagamos introspección con nosotros mismos, que nos aislemos del mundo, para que no nos inunde esa toxicidad externa que alguna vez nos salpica y no nos deja avanzar.
Por eso es necesario aprender a disfrutar a tu manera. Sé tú mismo, goza, ama y comenzarás a sentirte más ligero, sin cargas, sin presiones.
Esta vida es muy corta para no atreverte a vivir como te dé la gana, sin miedo a lo que opinen los demás, sin roles, sin fachadas.
Deja de sobrevivir y vive, despierta.