"De los 144 laureados en los primeros 85 años del Nobel de Medicina, sólo cuatro fueron mujeres", subrayó ayer el neurólogo ovetense Juan Fueyo Margareto, director de investigación del Programa de Tumores Cerebrales del M. D. Anderson Cancer Center de Houston (Texas, Estados Unidos). La citadas cifras ofrecen la dimensión real del "efecto Matilda", expresión con la que se alude al olvido consciente y sistemático que sufrieron durante un largo tiempo las aportaciones de las mujeres científicas. Según Fueyo, durante muchos años las investigadoras "fueron perjudicadas por jefes, colegas, maridos y amantes". "Es muy clara la misoginia de los Nobel", apostilló.

Juan Fueyo pronunció la conferencia "Severo Ochoa y las mujeres olvidadas por el Premio Nobel" en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. Su intervención se enmarcó en el ciclo "Mujeres en vanguardia", organizado por Tribuna Ciudadana. Fue presentado por el periodista Xuan Cándano, quien destacó que el profesor Fueyo "compagina las facetas de humanista, escritor, periodista y científico", y que en su novela sobre Severo Ochoa "combina con maestría ficción y realidad".

El término "efecto Matilda" fue acuñado en 1993 en honor a la activista en favor de los derechos de las mujeres Matilda Joslyn Gage, pionera en hacerse eco de la prolongada marginación que padecieron las mujeres dedicadas a la ciencia. Una de ellas fue colaboradora del Nobel asturiano Severo Ochoa. Se trata de Marianne Grunberg-Manago, bioquímica rusa formada en Francia. Fue contratada por Ochoa como postdoctoranda para trabajar con él en Nueva York. "Descubrió una encima que sintetizaba el ARN. Posteriormente, regresó a Francia. Otro posdoctorando de Ochoa, Arthur Kornberg, descubrió cómo se sintetizaba el ADN. Y les dieron el Premio Nobel a Ochoa y a Kornberg, y Marianne Grunberg-Manago se quedó fuera", explicó Juan Fueyo. A su juicio, "podemos preguntarnos qué habría ocurrido si Marianne fuera un hombre. Yo creo que le habrían dado el Nobel, que era lo lógico: que lo hubieran compartido el maestro y los dos discípulos".

Otro caso paradigmático de postergación injustificada de una científica fue protagonizado por la británica Rosalind Franklin (1920-1958), cuyas contribuciones fueron decisivas para comprender la estructura del ADN. Sin embargo, el Nobel recayó sobre James D. Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins. Este último era el jefe de Franklin, quien falleció con sólo 37 años a causa de un cáncer de ovario. "Actualmente, todos los científicos estamos de acuerdo en que Rosalind Franklin debería haber ganado el Nobel, y por eso se ha convertido en una persona icónica para el feminismo, algo que ella nunca quiso ser", indicó Juan Fueyo.

Un tercer caso muy significativo es el de la austriaca Lise Meitner (1878-1968). De origen judío, tuvo que marcharse de Alemania a Suecia en 1938 a causa del acoso nazi. Su jefe, Otto Hahn, quien colaboraba con Hitler, le envió unas observaciones y, con esos datos, ella descubrió la fisión nuclear. Pero Hahn ganó el Nobel sin ella. "Si hubiera sido hombre, pienso que a ella también la habrían galardonado", aseveró Juan Fueyo.