Parafraseando a Ángela Figuera, Antonio Gamoneda podría haber recitado ayer desde el aula magna del caserón de San Francisco que no le hacían falta los libros de Alarcos porque sus versos se los cantaban las propias paredes del edificio histórico de la Universidad de Oviedo. Y algo de evocación del maestro tuvo su conferencia sobre poética, con momentos de mucho emoción, sobrecogido, pero el premio Cervantes sí recurrió a las páginas del poemario de Emilio Alarcos para recitar algunos de sus mejores sonetos, una lira, y acompañarlos de una reflexión sincera sobre la esencia profunda de la poesía. Su explicación de los versos del lingüista fue, en realidad, una antiexplicación. "La poesía", contó a modo de advertencia inicial, "no se explica; las realidades poético-intelectuales que la poesía nombra existen sólo por las palabras que las nombran, y ninguna otra palabra puede decirlas".

Esa idea, que refrendó con cita a Eliot ("la poesía es más sensible que inteligible") y ejemplificó en versos de Alarcos como "la campanada roja de los jarros", la acompañó de otras dos reflexiones esenciales en su conferencia dentro de la Cátedra Emilio Alarcos. Una es que la poesía fue durante mucho tiempo y sigue siendo fundamentalmente oralidad, ritmo en terminología aristotélica, palabra en el tiempo en la machadiana. "La poesía es oral, es fónica y auditiva". Y esa condición la relacionó con una confesión que le hizo una vez Alarcos en un bar ovetense y que Gamoneda dejó grabada en su memoria. "Yo soy un fonólogo". "Emilio Alarcos", concluyó, "no lo dijo por casualidad; fue un gran lingüista pero por dentro era pasionalmente un fonólogo. Y la pasión por la fonología y la poesía, ambas centradas en la fonación humana venían a ser la misma pasión. ¿Era fonólogo por ser poeta o poeta por ser fonólogo?".

Más allá de que la poesía es ritmo, y que incluso el verso libre ha de tenerlo por mucho que algunos jóvenes, lamentó, piensen que se trata sólo de poner un verso debajo de otro por la "influencia maligna de las traducciones arrítmicas de grandes poetas", más allá de esa idea, Gamoneda aportó en sus conclusiones otra idea vertebradora del hecho poético. "La poesía", dijo, "es liberadora, en incluso cuando canta al sufrimiento, cambia el sufrimiento por otra cosa, y esa otra cosa es liberadora". Lo dijo a cuento de otros versos nostálgicos y algo tristes, "no demasiado", con los que cerró su lectura alarquiana. Pero por muy triste o sobrecogedor que resulten las palabras de un poema, Gamoneda asegura que siempre hay gozo, placer y lo opuesto al dolor. Lo resume, dijo, el refrán: "'Quien canta su mal espanta', es totalmente verdadero, y en el acto de cantar, incluso si la música es triste, el sufrimiento se transforma en placer". "Los neurólogos", bromeó, "podrían tratar de averiguar por qué".

La detallada y emocionada exposición de Gamoneda vino precedida de elogios al poeta asturleonés. Por parte de la directora de la Cátedra, Josefina Martínez, "la mujer de su vida", dijo el poeta; y por parte de su presentador, el académico de la lengua, otro asturiano afincado en León, Salvador Gutiérrez. La casualidad hizo que éste último coincidiera con el consejero de Cultura, Genaro Alonso, en evocar, por lo oportuno que parecía para la ocasión, la misma dedicatoria con la que el propio Emilio Alarcos Llorach encabezó un trabajo dedicado a Antonio Rodríguez-Moñino: "Usted sabía y sabe que de un adusto acebuche no pueden esperarse tiernas olivas. Acepte, pues, el homenaje de estos arrugados frutos. Su intención los salva".