Tanto tiempo en el tren, tanto viajar en los vagones, que las historietas se amontonan en mi cerebro. Unas son personales y otras de terceros que también terminan siendo mías al cabo del tiempo.

La de hoy se trata de una persona con establecimiento abierto en la plaza de abastos de Oviedo. En cierta ocasión debía ir a Madrid y como ya no tenía edad para conducir, ya que los kilómetros le agobiarían y las carreteras, de aquella, no eran buenas precisamente, decidió ir en tren y, para hacer un viaje descansado, en coche cama, en el que no recordaba haber viajado en su vida. Hay que contar, por supuesto, que su mujer le había comprado un nuevo y estiloso pijama de rayas, que debía estrenar precisamente ese día en el tren.

Se subió al vagón cama y el empleado le señaló su compartimento. Una vez hubo dejado su maletín se dispuso a despojarse de la ropa de calle y ponerse el pijama que le había regalado su esposa, sin fijarse en el colorido ni en las rayas. Por fin se acostó en la litera-cama y se quedó dormido al poco de depositar su cabeza en la almohada.

De madrugada, como era habitual en él, despertó con sed. Se levantó y tal como le había indicado el empleado de Wagons-Lits, abrió el armario que tenía enfrente de su cama. Tenía que haber una botella de agua. De ella podría beber, pero nunca del grifo del lavabo. No cogió sus gafas para ver mejor y soñoliento se levantó. Echó mano a la manilla del armario, la movió y abrió la puerta derecha. Se vio reflejado en el espejo. Claro, lo que vio reflejado fue una persona desconocida, sin gafas y con un pijama verde de rayas.

Muy prudentemente, pidió perdón al "desconocido", cerró el armario y se sentó pacientemente en la cama, esperando que el desconocido saliese para entrar él.

Ya en la cama, se puso las gafas y, sorprendido, observó que él era aquel que vio en el espejo. Que su pijama verde y a rayas era el que le había puesto su mujer en la maleta y que nadie había dentro del armario, sino el reflejo de su persona. Se había llevado un buen susto que tardaría en olvidar.

Y aquí acaba la historia de aquel comerciante de Oviedo que, acostumbrado a viajar en coche, un día y de mayor, lo hizo en tren y coche cama con un nuevo pijama y sorpresa incluida.