La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Visiones de Ciudad

El campus donde empezó todo

El cantautor turonés nació a la canción en sus años de estudiante del Milán

El campus donde empezó todo

Yo no nací en Uviéu -bueno, sí, en un hospital, pero más que nacer, fui nacido- y tardé, seré honesto, muchos años en sentir simpatía por ella. A los de Turón nos cuesta ardores dejar atrás la carretera AS-337 y, antes de ahondar en la capital, pasamos unos años de terapia transitando por Mieres. Pero, al final, todo llega y Vetusta llegó y se hizo mía, para quedarse y para volver siempre.

No tengo una imagen clara de la primera vez que pisé esta ciudad en cuesta, pero sí recuerdo bien cuándo logré sentirme parte de ella, y coincide con 1999, el año de mis flamantes dieciocho: la época en la que el cascarón se hizo añicos. El último año de hace un milenio a mí me trajo un premio con viaje a Granada, una carrera de piano y una selectividad dudosa en la que saqué más puntos de los que imaginaba (la eterna inseguridad, ya para siempre conmigo). Me trajo, en fin, un carnet de piloto -de bajos vuelos- y ningún aeropuerto en el que aterrizar. Cuando viajé a Granada descubrí que quería ser Lorca, cuando acabé piano decidí que no quería ser pianista, y cuando vi las notas de selectividad recordé que quería ser periodista. ¿Qué hice? Salir por la tangente. Me quedé en Uviéu, que no estaba muy lejos de mi casa pero estaba lo suficiente lejos de mi instituto. Me matriculé en la carrera de Historia, por probar, y me fui dejando llevar por un destino en el que no creo. Lo que no sabía yo era que aquel Campus del Milán me iba a cambiar la vida.

Bien es cierto que, recién inaugurada la mayoría de edad cualquiera es una magdalena mojándose en todos los cafés. Todo lo que llega te constituye y te transforma, y yo recuerdo bien una de las primeras clases en aquella facultad, impartida por Adolfo Asensio. Su asignatura no podía estar más lejos de mis intereses, Procesos de Hominización, pero el hombre era una auténtica estrella del rock. Salió al escenario sin papeles ni libros y soltó un discurso de 55 minutos sin despeinarse, con una confianza que ya quisiera yo para mis conciertos, y el público éramos cerca de cien post-adolescentes con ganas de marcha. No logró curarme de mi aversión a la Prehistoria, pero igual por su culpa apenas uso el atril. Las clases, como podrán intuir, no acabaron de remover mi vocación de historiador (con honrosas excepciones que no nombraré, por respeto a los demás), pero los años que pasé alrededor de aquel antiguo edificio militar me construyeron como cantautor y como persona. Allí decidí que quería escribir canciones -por amor, como casi todo- y conocí a personas que han sido fundamentales en mi carrera y en mi vida. En el bar "13" y en el "Titanic" -ambos en la calle Padre Florencio- empecé muchas canciones que no tenían final y cambié el mundo sin saber que me lo estaban cambiando a mí.

En II Milenio, primera librería-café que recuerdo, compré "Otoños y otras luces", del nunca suficientemente recordado Ángel González. En el Salón de Actos de la Biblioteca del campus escuché recitar, por primera vez, a Luis García Montero. Y en aquel mismo lugar di uno de los conciertos que recuerdo con más cariño: aquel "Escrito en servilletas" que amaneció en el piso de un amigo, en General Elorza. También por aquellos salones compartí escenario con muchos nombres que, hoy, no necesitan presentación alguna: Sofía Castañón, Pablo Moro, Pablo Texón, Alberto García, Vanessa Gutiérrez?

En "El Milán" empezó todo y con él como centro fue desarrollándose toda la memoria que tengo de Uviéu. Si subiera sus calles desde el Campus de Humanidades hacia arriba, con una especie de navegador sentimental, podría ir describiendo imágenes que me regresan cada vez que paso por delante de algunos sitios (y paso a menudo, soy de los que vuelven al lugar del crimen).

La calle Azcárraga -calle La Vega- con el primer "Refugio" y aquellos Conciertos Especiales de miércoles; y con el Posafuelles de los jueves eternos. También "L'Esperteyu" de Armando y Tere, en sus dos versiones, que fue y sigue siendo un refugio antiaéreo de primer nivel.

Martínez Vigil y el "Ca'Beleño", sobre todo en aquel 1999 tan crucial para la música folk. También, algo más tarde, "La Antigua Estación" (¡donde di mi primer concierto con banda!) y ahora "La Salvaje", que me reconcilia con los viejos tiempos en los tiempos nuevos. También me cambia la cara cuando recuerdo la época en que viví en "La Calleja la Ciega" (2009-2010, los años de Fon, Marti, y familia) y aquel escenario cavernario al que nadie se subió más veces que yo (y del que tanto costaba bajarme)

Podría seguir subiendo y entrar en el Teatro Filarmónica, en cualquier gala de los AMAS, o en el primer concierto que vi de Enrique Morente. O coger el TUA hacia Plaza América para ir a General Zuvillaga y entrar en la última sesión de los Brooklyn ("Infiltrados", ¿recuerdan?). También podría escalar la calle Sacramento y entrar en el Mizar, donde al final de la noche empezaron muchas cosas. O entrar en el Yuppi y pedir un "Resaca".

Podría venir al ahora y llevar al "Serafín" a mi sobrina, y dejarla volar en los columpios -en eso sí que soy un buen piloto-. Cenar en "El Franco" los cuatro de siempre y pensar que aunque cambie todo sigue igual. Interpretar Fozaneldi a mi manera y perderme buscando el autobús más próximo, el que me lleve lo más cerca posible de aquel 1999 donde empezó esta historia.

Podría escribir, más que un artículo, una vida. La escribí de hecho, y aún de vez en cuando la sigo escribiendo, aunque ya no viva aquí y sean de otros los recuerdos de las calles. Porque supongo que uno llega a ser de una ciudad cuando logra hacer de ella un pueblo. Y yo seré siempre de Turón, pero también hice un Turón de Uviéu.

Compartir el artículo

stats