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La Bomba Del Fontán

Apolodoro

El elegante argentino que echaba las cartas y practicaba la quiromancia

Apolodoro

Qué sesentero -y por sesentero quiero englobar a los que vivimos esa década y a aquellos que superan los sesenta años- ovetense no recuerda quién era Hauke Bert Pattist.

Había sido teniente de las Waffen-SS nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Huido de la justicia de su país, Holanda, al poco de finalizar la contienda y después de múltiples peripecias por distintos países, alcanzó a cruzar la frontera pirenaica hacia España, en el año 1951, en una moto Zündapp. Es detenido en Bilbao y posteriormente puesto en libertad. Una avería en su máquina y la falta de repuestos lo deja varado en Ribadesella. En el año 1956, logra afincarse en Oviedo. Aquí se casó con una ovetense y pudo crear una familia.

Sin querer entrar en disquisiciones sobre los antecedentes del personaje (hubo más de una solicitud de extradición de la justicia de su país, que en ningún caso prosperaron), lo cierto es que aquí supo ganarse la amistad de no pocos carbayones. Yo alcancé a tratarlo y lo recuerdo como un tipo cordial y simpático.

Creo recordar que era en el verano de 1972, cuando me lo encuentro en Paddock tomando una copa. Como casi siempre, en compañía de gente guapa: una espigada y bella rubia alemana y la pareja de ésta, un posturón argentino. Nuevos en la ciudad. Total, que charlamos un rato y finalmente quedamos en vernos en otro momento. Al despedirnos, el argentino me entrega una tarjeta. Sin más la guardo en el bolsillo. Al día siguiente, resacoso, le echo un vistazo. Enmarcado en un fileteado criollo anunciaba: Apolodoro. Esoterismo, quiromancia, tarot, otros.

Comenzamos a vernos con cierta frecuencia. El elegante Apolodoro cumplía con ese aire afrancesado que tanto gusta a los pibes, aunque lo raído de su ropero evidenciaba que la cuestión económica no andaba para airear la caja. La pareja mantenía una relación un tanto libertina, consentida. "Me la están tantiando, pero a ella le gusta pastoriar, entendés". Muy claro.

Los anuncios en prensa resultaron y comenzó a tener clientela. Gustaba de llamar la atención de los curiosos -impostando la voz y poniendo el mismo empeño milonguero que hoy en día acostumbra Jorge Valdano- interpretando los posos de café. Entre sus habilidades paranormales intercalaba dos o tres "ouijas" [güija] a la semana, como máximo, ya que según contaba "el esfuerzo mental supone un enorme desgaste". Recomendaba a los asistentes llevar encima algún amuleto: escapulario, medalla, crucifijo, item. Cuatro personas por sesión al precio de tres mil pesetas por cabeza, no estaba mal. Entre las consultas esotéricas de Apolodoro y el "pastoreo" de la alemana, el negocio funcionaba.

Durante un tiempo no supe nada de él, hasta que un camarero de Dickens, su lugar de referencia, me puso al corriente. Había sido detenido debido a la denuncia de una señora asistente a una de las ouijas que, al parecer, en pleno trance, le había dado un soponcio. Bastante tiempo después supe por conocidos que Apolodoro se encontraba en Benidorm.

A la germana continué viéndola por la ciudad acompañada de un conocido empresario. Las lenguas afiladas del chafardeo no tardaron en hacer correr el rumor de que había sido el precio a pagar a cambio de la libertad del argentino. Hubo quien aseguró que la cónyuge del acompañante mostraba tolerancia con el triángulo.

En fin, otro cromo más para mi colección de imprescindibles.

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