Observé a la dependienta mientras despachaba a una clienta. Tendría cincuenta años, pelo recogido, con gafas que no le favorecían. La clienta, extranjera, apenas chapurreaba castellano, y la de las gafas le hablaba de un móvil, en alto y a gran velocidad, moviendo los brazos como molinos de viento, con la esperanza a todas luces vana de que la extranjera entendiese lo que le decía, lo que lógicamente no sucedió.
Mi caso era muy simple; la cámara fotográfica, de una marca conocida, se me había averiado, y deseaba saber la dirección del servicio técnico. Cuando le di la referencia, levantó los brazos y me comentó que aquella cámara era muy vieja. "No, sólo tiene cinco años", respondí.
"¡Cinco años, Dios mío, un mundo, y pretende repararla! Además esa casa hace tiempo que ha abandonado la línea de fotografía; sólo mantiene móviles y televisión; ¿de dónde sale usted?".
Me aconsejó tirarla y comprar una nueva, mucho más versátil sin duda que aquel trasto de los hermanos Lumière. "Lo viejo hay que desecharlo si se quiere avanzar". Mordiéndome la lengua para no preguntarle su edad, le dije que lo pensaría.
Fui más tarde a la Delegación de la Seguridad Social para un pequeño trámite. Ahora se llama Centro de Atención e Información de la Seguridad Social. No me pudieron atender porque había que pedir cita previa. Un nuevo sistema más operativo. Podía solicitarla allí, pero desde casa era lo más cómodo. Les comenté que a mí me parecía lo más cómodo llegar, esperar un poco si había más personas, y que me atendieran e informaran sin más, haciendo honor al nuevo nombre de aquella oficina. Decidí pedir la cita previa allí mismo. Me indicaron una fila de gente pegándose con una máquina. Volví a la funcionaria. "Disculpe, ¿qué tengo que hacer para pedir la cita previa desde mi casa?; es que hay cola". "Acceder a nuestra página web con su contraseña", contestó. Yo no tenía contraseña ninguna. Me comentó que para obtenerla debía de entrar en el Sistema de clave permanente, y solicitar el código de activación. Después podría fijar mi contraseña, con lo cual ya podría pedir la cita previa. "El mundo avanza, señor", remachó mirándome con dureza. A mí estas cosas me afectan al aparato digestivo. En casa preparé una infusión de salvia.
La Salvia officinalis se siembra en invierno, se repica al mes, y aparece en verano en plazas y jardines, tras la retirada de los pensamientos. Tiene una inflorescencia central, habitualmente roja. En jardinería se usa como planta de temporada. En gastronomía los italianos son los reyes con este condimento que enriquece el cordero, la pizza y la pasta. En La Patagonia la añaden al mate. Pero donde tiene mayores honores es en el mundo medicinal. Sirve para casi todo, aunque no deben utilizarla, salvo en aplicaciones externas, personas con problemas renales y embarazadas. La primera virtud es la digestiva. Alivia el estómago, facilita el transito intestinal, y ayuda a reducir el abdomen. Es buena para diabéticos y para molestias de la menopausia y dolores menstruales. Funciona como desinfectante y cicatrizante. Menuda planta, guapa, sabrosa, y resultona.
Aquella tarde me acerqué a por mi Citroën 2 CV al taller. Tiene 32 años, y va como un cañón. Lo había llevado para que me reparasen la radio. El mecánico me miró deslumbrado "¿Reparar la radio? ¿Pero de que guindo cae usted? Hace años que las radios no se reparan, se cambian sin más. La vieja fuera, una nueva, la agilidad en el servicio, las fábricas trabajando, creando riqueza, el mundo avanzando!".
Comencé a sospechar que el mundo había planeado avanzar pero a mi costa. Al llegar a casa intenté conectarla. No tenía dial, ni nada. Llamé al taller: "¿Pero cómo se enciende esta radio?", pregunté. "Ahora vienen todas digitales. Con el mando. Tiene que programarlo. ¡Ah! No se olvide de entrar en la web de la casa para solicitar su clave personalizada".
