Hay dos escuelas para tirar la caña perfecta. "Según los que dicen saber de esto, para servir una buena caña hay que dejar correr un poco el grifo, echar la cerveza durante un tiempo determinado, colocar la jarra formando un ángulo de 45 grados y acabarla con la espuma que sale del barril, nunca agitar el recipiente en el que se sirve para conseguirlo. Pero, a la hora de la verdad, a los clientes les vas conociendo, sabes cómo les gusta, lo que les 'presta', que al final es lo que importa. Entonces, hay que tirarla con cariño, con cuidado y con ganas, eso es una buena cerveza". La diferencia entre la escuela académica y la práctica la explicaba ayer Chus García, del Lennon's Bar de Lugones, mientras servía una de las primeras pintas de la tarde en la inauguración del Oktoberoviedo.

Chus García, y el Lennon's son sólo unos de los diez establecimientos que participan en la Plaza del Conceyín durante los nueve días que le restan a la tercera edición de este festival de la cerveza.

"Hay comida de calidad, bebida de importación a precios muy asequibles y música en directo. ¿Qué más se puede pedir?" resumía con una pinta en cada mano Carmen Rodríguez, una de las muchas asistentes al festival antes de reunirse con sus amigas.

La música en vivo, una de las principales novedades de esta edición, corrió ayer a cuenta de un clásico de la escena asturiana, Pablo Valdés. Tati Castañón, sobrada de experiencia en el festival, estrenaba ayer su tercer Oktoberoviedo y confirmaba el acierto de los conciertos. "Este, sin duda, es el mejor año, aunque solo sea por la música".

Pero esta asturiana versión del Oktoberfest no solo consiste en música y cerveza. Todos aquellos que se acerquen a La Corredoria para ser parte de la fiesta también podrán disfrutar con la variedad gastronómica que se ofrece en el interior de la carpa. Por menos de diez euros, por ejemplo, una persona puede llevarse a la boca un bocadillo alemán con salchichas "bockwurst", una guarnición adicional de patatas fritas, pepinillos, "choucroute" y cebolla frita.

La influencia alemana del festival se dejaba ver en todas las esquinas, la cerveza, la indumentaria tirolesa de camareras como las de la Taberna Salcedo, la gastronomía y bancadas de gente que, al grito de "¡prost!", entrechocaban sus pintas.